25. Entretanto se iban multiplicando mis pecados, y siendo violentamente arrancada de mi lado como estorbo para mi casamiento aquella mujer con quien yo estaba acostumbrado a tratar y en quien tenía puesto mi corazón, me quedó éste tan lastimado y herido que la daga todavía estaba fluyendo sangre.
Ella, después de hacer a Vos el voto de no conocer otro varón en toda su vida, se había vuelto al África, dejando en mi compañía un hijo natural que tuve de la misma. Pero yo, infeliz, que aún no tuve valor para imitar el de una mujer, pareciéndome mucha dilación la de dos años que habían de pasar antes de recibir la que había pretendido por mi mujer legítima, por no aguardar tanto tiempo y porque no era tan amante del matrimonio como esclavo del deleite lascivo, tomé amistad con otra, para que la continuación de mi mala costumbre conservase la enfermedad de mi alma y me la hiciese llevar entera o más agravada cuando llegase al estado matrimonial. Ni por eso se me curó la llaga que se había hecho en mi corazón con el apartamiento de la primera amiga; antes bien, además de haberme causado agudísimos dolores con el ardor primero, después, empobreciéndose la llaga, cuanto más fría estaba, tanto dolía más insufrible y desesperadamente. |