18. Siendo así que ignoraba yo estas cosas, me burlaba de aquellos santos antiguos que fueron vuestros siervos y vuestros profetas. ¿Y qué es lo que hacía con burlarme de ellos, sino daros motivo de que os burlarais de mí, pues vine poco a poco a dar insensiblemente en aquellas extravagancias y desvaríos de creer que cuando los higos se arrancaban del árbol, ellos y la higuera, que era su madre, lloraban de sentimiento lágrimas de leche? Pero que si algún santo de los maniqueos comía aquel higo arrancado (suponiendo que él no hubiese cometido el delito de arrancarle, sino que le hubiese cortado o arrancado otro), y por medio de la digestión le mezclaba con su propia sustancia, después, gimiendo y sollozando en su oración, despedía en el aliento y exhalaba de aquel higo no sólo ángeles, sino también partículas del Dios sumo y verdadero, las cuales hubiesen estado siempre atadas a aquel higo si no se hubieran disuelto por los dientes y estómago de aquel varón santo y escogido.
Y yo, infeliz y miserable, creía que mayor misericordia debíamos usar con los frutos de la tierra que con los hombres para quienes se producían. Porque si alguno que estaba necesitado de alimentos los pedía, sería como condenar a muerte aquel fruto, si se le daba a alguno que no fuese maniqueo. |