9. Determineme, pues, a dedicarme a la lección de las Sagradas Escrituras, para ver qué tales eran. Y conocí desde luego que eran una cosa que no la entendían los soberbios y era superior a la capacidad de los muchachos; que era humilde en el estilo, sublime en la doctrina y cubierta por lo común y llena de misterios; y yo entonces no era tal que pudiese entrar en ella, ni bajar mi cerviz para acomodarme a su narración y estilo. Cuando las comencé a leer hice otro juicio muy diferente del que refiero ahora, porque entonces me pareció que no merecía compararse la Escritura con la dignidad y excelencia de los escritos de Cicerón. Porque mi hinchazón y vanidad rehusaba acomodarse a la sencillez de aquel estilo, y por otra parte no alcanzaba mi perspicacia a penetrar lo que interiormente contenía. Pero la Sagrada Escritura es tal, que se deja ver sublime y elevada a los ojos de los que son humildes y pequeños, y yo me desdeñaba de ser pequeño y me tenía por grande, siendo solamente hinchado. |