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San Agustín en AlbaLearning

San Agustín

"Confesiones"

Libro 3

Capítulo 2

Biografía de San Agustín en Wikipedia

 
 

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Confesiones

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Confesiones

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Capítulo 2

De la afición que tenía a los espectáculos trágicos

 

2. Me arrebataban también hacia sí los espectáculos del teatro, llenos de imágenes de mis miserias e incentivos del fuego que en mi ardía.

Pero ¿en qué consistirá que cuando un hombre ve representar sucesos lamentables y trágicos, quiere allí dolerse de ellos y sentirlos, y no obstante, él mismo no quisiera padecerlos? Es muy cierto que él desea padecer aquella pena y sentimiento, pues ese mismo sentimiento y dolor es su deleite. Pues ¿qué viene a ser esto sino una gran locura? Porque tanto más se mueve a dolor cualquiera con aquellos lamentables casos cuanto menos sano está de semejantes afectos, aunque cuando es él mismo quien los padece, se suele llamar miseria, y cuando son otros y él se compadece de ellos, se llama misericordia.

Pero ¿qué misericordia ha de ser la que se ordena a unas cosas puramente representadas y fingidas? Porque allí no se le excita al que está oyendo y mirando para que socorra o favorezca a alguno, sino solamente a que se duela de aquel fracaso, y cuanto más se mueve a dolor y sentimiento, tanto más favor le hace el actor de aquellas representaciones. Y si aquellas calamidades y desgracias (verdaderas o fingidas) se representan de modo que no causen sentimiento y dolor al que las mira, se sale de allí fastidiado y quejándose de los actores; pero si se conmueve y enternece, persevera con más intención, y tiene gusto y alegría en llorar.

3. Pues qué, ¿también se aman los dolores? Lo cierto es que todo hombre desea estar gozoso. ¿Acaso consistirá esto en que ya ningún hombre tenga gusto en ser él mismo infeliz y miserable, o en padecer miseria y trabajo alguno, no obstante, tiene gusto y placer en ser compasivo y misericordioso, y como esto no puede serlo sin padecer alguna pena y dolor, por esta sola razón se apetezcan o se amen los dolores?

Este género de compasión puede provenir del claro manantial de la amistad. Pero ¿adónde va a parar esa corriente? ¿Para qué irá esa agua cristalina de la compasión descaminada y perdida la claridad y celestial serenidad que tiene?, ¿para qué irá a entrarse por su propia inclinación en el precipitado arroyo de pez encendida, que exhala grandes ardores de negras liviandades, en los que ella también se muda y se convierte?

Pues qué, ¿hemos de desterrar de nosotros la misericordia y compasión? No por cierto. ¿Luego algunas veces se han de amar las penas y dolores? Sí, alma mía, pero cuida mucho de que esa misericordia no vaya a parar a la inmundicia, confiando en la gracia y protección de mi Dios, y Dios de nuestros padres, digno de ser alabado y ensalzado por toda la eternidad; guárdate de emplear tu compasión en la inmundicia.

Ahora yo verdaderamente no dejo de compadecerme y tener misericordia, pero entonces en los teatros me complacía con los amantes cuando conseguían el fin de sus depravados amores, aunque allí no lo ejecutasen más que en apariencia y representación. Mas cuando los amantes padecían la pena y sentimiento de verse privados uno de otro, yo también me contristaba y como que tenía compasión; y no obstante esta diferencia y contrariedad de afectos, me deleitaban entrambos. Pero ahora tengo mayor compasión del que se alegra en una maldad, que de otro que padece pena y sentimiento por verse privado de un deleite pernicioso y haber perdido aquella felicidad infeliz.

Ésta es sin duda más verdadera misericordia; pero en ella no causa deleite el dolor y compasión. Porque aunque merece alabanza por su obra y acto de caridad el que se duele y compadece de un miserable, con todo eso más quisiera él, si es legítima y verdaderamente misericordioso, que no hubiera males de que compadecerse. Porque así como es muy posible que la benevolencia sea malévola o quiera algún mal a otro, así lo es también que el verdaderamente misericordioso desee que haya miserables para que él ejercite su misericordia.

Así es cierto que hay un dolor laudable, pero ninguno hay amable. Porque Vos, Dios y Señor mío, que amáis tan finamente a nuestras almas, por eso más pura y perfectamente que nosotros sin comparación alguna, tenéis misericordia porque no va acompañada de dolor ni pena. Pero ¿quién hay que pueda llegar a tanto?

4. Al contrario me sucedía a mí en aquel tiempo, pues yo, pobre de mí, amaba el compadecerme y buscaba tener de qué dolerme cuando en el trabajo ajeno, fingido y representado, aquella acción y lance con que el cómico me hacía saltar las lágrimas era la que más me agradaba y con mayor vehemencia me suspendía. Pero si andaba yo como infeliz oveja descarriada de vuestro rebaño y sin querer aguantar que fueseis Vos el pasto que me guardaseis, ¿qué maravilla es que estuviese lleno de roña y asquerosos males? De aquí nacía el que yo amase los dolores, no los que me penetrasen muy adentro (pues no deseaba padecer cosas semejantes a las que veía representar), sino unos dolores con los cuales, oídos y representados, me estragase superficialmente; pero a estos dolorcillos exteriores, que hacían lo mismo que las uñas de los que se rascan, se seguía una hinchazón ardiente y una inflamación con materia y corrupción lastimosa. Tal era mi vida; pero Dios mío, ¿era vida eso?

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