24. Oíd, Señor, benignamente la súplica que os hago, y concededme que mi alma no desfallezca siguiendo los documentos de vuestra enseñanza, y no cese yo de alabaros y bendeciros por las misericordias que conmigo habéis usado, sacándome de todos los perversos caminos de la iniquidad, por donde yo andaba perdido. Haced, Dios mío, que perciba en Vos una dulzura incomparablemente mayor que la de todos los engañosos deleites que antes seguía; y así os ame ardentísimamente y cuanto me fuere posible, y que con todas las fuerzas de mi alma me abrace vuestra mano poderosa, para que me saquéis victorioso de todas las tentaciones que hasta el fin de mi vida me puedan acometer.
Y pues Vos, Señor, sois mi verdadero Rey y mi Dios, quiero emplear en servicio vuestro todo cuanto bueno y útil aprendí de muchacho. Sea, vuelvo a decir, para servicio vuestro todo cuanto aprendí y adelanté en hablar, en leer, en escribir y en contar, lo cual yo os consagro en reconocimiento de lo que me castigasteis por la adhesión que tenía a aquellas vanidades de las fábulas y de que me habéis perdonado los pecados de deleitarme en ellas. Es cierto que estudiándolas aprendí muchos buenos vocablos y palabras útiles, pero —37→ también lo es que se pueden aprender en otros escritos, que no son tan fabulosos y vanos; y éste es el camino seguro por donde se había de llevar a los muchachos. |