Bien lo pudiera entender
quien la fabulilla vieja
supiera de la corneja,
que ha mucho ya que por ser
tan común nadie contó,
y de puro no contada
es de muchos ignorada,
y así he de contarla yo,
porque al caso se acomoda;
y tú, para disculpar
a Leonor, la has de escuchar.
Asistir quiso a la boda
del águila, mas se halló
la corneja tan sin galas,
que adornó el cuerpo y las alas
de varias plumas que hurtó
a otras aves; de manera
que apenas llegó a las bodas,
cuando conocieron todas
sus plumas, y la primera
el águila la embistió
a cobrarlas con tal furia,
que para la misma injuria
ejemplo a las otras dio.
—Detente. ¿Qué rabia es ésta?
—dijo la corneja—. Advierte
que sólo por complacerte,
y por venir a tu fiesta
más brillante, las hurté.
Y el águila respondió:
—Necia, ¿por ventura yo
pudiera culpar tu fe,
siendo tu fortuna escasa,
cuando galas no trujeras?
O con las tuyas vinieras,
o estuviéraste en tu casa.
(No hay mal que por bien no venga, acto 2ª, escena VIII.)
|