-Mú güenos días señá Pepa.
-¡Josús y cuánto güeno por aquí, señá Rosalía... cuánto güeno! Asiéntese usté... ¡Pepita!... ¡Pepita!... Pero asiéntese usté... ¡Pepita!...
-Déjela usté si está ocupá la muchacha.
-¡Qué he de dejarla yo! ¡no fartaba más! ¡Pa que aluego se entere que ha estao usté aquí y me lleve al juzgao por mala sangre! ¡Quiée usté callar!... ¡Pepita!... ¡Pepiita!...
-¡Ya voy, madre, ya voy, que estoy acabando de tender la ropa!
Y esto lo dijo, o mejor dicho, lo gritó Pepita desde el patio.
-Como que es un león, pero que un león pa el trabajo; como que entoavía andaban por los cielos de parranda las últimas estrellas y ya estaba mi niña en el lebrillo.
-Sí que tiée mú regüenísimos los aceros.
-¡Vaya! Y no lo digo yo porque sea yo la que la porteó a este valle de lágrimas, que lo mismo lo diría asín la hubiera parío Periquito el Catitero.
-¿Pero el de los catites se suele meter en esas faenas?
-Y quien dice el de los catites, dice la más pintá, porque es que mi niña no tiée quien la iguale; es verdad que le viée de casta, porque lo que es mi Antonio, que en paz descanse, era también una fiera pa el trabajo, y si no hubiera puesto Dios una villa en este mundo, crea usté que no hubiera tenío ni un pero el probetico de mi corazón.
-Sí que era una prenda, mejorando lo presente; por eso se murió, porque los güenos son los que Dios se lleva enseguiita, pero que enseguiita; en cambio míe usté mi Cayetano... como es de los que no pasan ni con jarabe, asín lo tiée usté, tan campante, es dicir, tan campante en argunas cosas, porque lo que es en otras... ¡Ay, señá Pepa, y qué cosas más cansinas que son los años!
-Sí que lo son, señá Rosalía, y oiga usté, su niña de usté, ¿qué?
-Por lo que usté más quiera en el mundo, que no me platique usté de mi niña, que esa es la que me va a quitar a mí del mundo con ese desatino que le ha entrao por el Pórvora, ya ve usté, el Pórvora, un arma mía que no tiée en toíta su presona carne con que jacer una albóndiga, y aluego con más pescuezo que un pato; pero ¡lo que semos las mujeres! pa mi niña, como si estuviera pintao al olio, y cá día más emperrá por él. ¡Ay, qué Pórvora de mis pecaos!
-¿Pero quién es ese Pórvora, señá Rosalía?
-¡Y qué sé yo quién es, ni de qué juronera ha salío! Yo lo único que sé es que tiée un perfil que quita el hipo, y que el hierro que tiée es uno de desecho de tienta y cerrao, y lo peor de tó, que es un hombre con la vergüenza en Ultramar; y es lo que yo le digo a mi niña, que le digo: -Pero ven acá tú, so mal ange; ven acá y dime de qué te has prendao tú de ese hombre. -¿Y sabe usté lo que el arma mía me contesta? Pus lo que me contesta el arma mía es que me trae el retrato de su padre, que de Dios haiga, y como ese retrato se lo jizo mi Antonio cuando estaba entoavía en la seca del colorín, pos es natural, el probetico mío está en él pa que lo jechen en espíritu de vino.
-¡Pos diga usté que es usté la mar de afortunaílla con su nena!
-Como que estoy que me pelo con ese hombre, porque es que tó cuanto se diga de él es poco; y aluego lo apegao que es a la mugre, como que es que no se puée estar a su vera: las uñas con velillo, las orejas con velillos, el cogote con velillo... y aluego dígale usté algo a mi hija... ¡quiée usté callar!; y el otro día, que yo le sorté a él una indirerta por lo de los velillos, ¿sabe usté lo que me costestó? Pos lo que me contestó, que aquello es debío, a los berrinches que pasa por mí, de los cuales se le cuaja la sangre en esos sitios y se le pone del color de chocolate.
-Pos yo usté, lo que es a ese Pórvora le arrimaba un misto más pronto que se dice.
-¿Un misto? Una puñalá trapera es lo que yo le arrimaba, porque ése y no más que ése es el que a mí me va a quitar del mundo, si es que Dios no lo remedia.
-Pos yo, gracias a Dios y a su Madre Santísima, y en güena hora lo diga, lo que es en lo tocante a eso estoy la mar de sin cudiao, porque es que pa mi Pepa los hombres son mismamente como si fueran escarabajos; no le diré a usté más sino que jace cuatro o cinco días le salió una proporción, pero que una proporción: un tal Manuel el Zurito, que es oficial en la carpintería del señor Frasquito el Pringue, un mozo la mar de bien plantao y la mar de simpático, y pa ser tó flor, jasta no tiée más parentela, según dice él, que una hermana, viuda de un guardacalle, y un hombre, en fin, que gana sus cuatro pesetas diarias de jornal, ¿y sabe usté lo que le contestó?, pos lo que le contestó fue que nanai, que no podía ser, que ella está la mar de comprometida con un diputao a Cortes.
-No, pos eso no debe ser tampoco, porque las mujeres no tenemos otro guiso que ése y los años se van y ya se sabe qué cosas son las que se llevan; como que cuando yo me miro al espejo, y ya ve usté que no será porque yo ya tenga que presumir; pero cuando me miro al espejo me pongo nerviosa, porque es que duele el ver cómo cambian las cosas en esta vía.
-Dígamelo usté a mí, que cuando me pongo a pensar en lo que he sío me jincho, pero que me jincho de llorar, y crea usté que no son solamente los años, sino que tamién son las penas las que más nos desfiguran el perfil, porque yo no estaré en capullo, pero tampoco me he tuteao con Matusalén, porque yo, pa la Encarnación, Dios mediante, cumpliré los cuarenta y nueve... los cuarenta y nueve, señá Rosalía, ¡los cuarenta y nueve!
-¿Pero ná más que los cuarenta y nueve años, señá Pepa?
-¿Pero es que le parecen a usté pocos? ¡Pos qué se creía usté quizás, que yo era de las que tuvieron que esconderse cuando entraron los franceses?
-No, señora; sino que yo creía que me llevaba usté más de lo que me lleva, y como yo acabo de cumplir los cuarenta y siete, que los cumpliré por Tosanto...
-Pos dígaselo usté a la señá Cloto la Chirimollo, que el otro día estaba diciendo que usté tenía nueve años más que ella, y que ella acaba de cumplir los cuarenta y cinco.
-¡Cuarenta y cinco!, en cá coyuntura; ¡cuarenta y cinco! ¡Se creerá ella que con meter en tinta el añadío!... ¡Vamos, que hay cosas que irritan! ¡Cudiao con decir que yo le llevo nueve años! ¡Nueve puñalás que le den por mala lengua que tiene!
-Y con razón, señora, con razón, porque pa alevantar un falso testimonio, que le pongan a ella una carta o que le manden un recao... Pero, Pepita de mi corazón... ¡Pepita, Pepiita!
-Déjela usté, señora, déjela usté, que ya la veré otro día.
-No, si acaso, cuando se vaya usté a ir, nos asomaremos al patio, porque es que yo sé en lo que se estará entreteniendo... seguramente le estará contando algún chascarrillo Antoñuelo el Pipiolo.
-¿Y quién es ese Pipiolo?
-¿Pero usté no lo conoce? ¡Josús, pos si es más conocío que las natillas! ¡Y vaya si tiée una hartaga de reír el mocito! Como que mi Pepa se troncha, pero que se troncha oyéndolo, y con razón, porque es que yo no me he trompezao nunca con otro como él pa eso de contar chascarrillos, y si no fuera el hombre tan apegao a la mugre y no tuviera, como tiée, una nariz que es una trompeta, porque es que Dios tó lo que le ha dao de salero, se lo ha dao de mala presentación, y aluego que el probe, por dos pesetas, es capaz de tomar una trinchera; el probe vive en la casa de al lao, y, como el pozo es medianero, pos velay usté, él se pone en la parte de por allá, y mi Pepa, y la hija de la casera, y la Paca, y toas las muchachas, en fin, en la parte de por acá, y él se pone a contarles cuentos, y crea usté, señá Rosalía, crea usté que oyéndolo es cosa que se orvían, pero que se orvían todas las penas... ¿Lo quiée usté conocer, señá Rosalía?
-¿Yo? ¿Pa qué? Pero tenga usté cuidiao, señá Pepa, tenga usté cudiao, que aonde menos se piensa...
-¿Cudiao con quién, con el Pipiolo? Vamos, señora, ¡por Dios y por su Santísima Madre! Mire usté, pa que usté se desengañe lo vamos a ver ahora mismito; no digo yo aseparaos por el pozo medianero, en una grillera encerraos los dejaba yo a dambos y me diba a las Baleares.
-Es que como las mujeres somos tan caprichosas...
-Una cosa es ser caprichosa y otra tener cinco cigarrones en lugar de cinco sentíos... ¡Cualisquier día, señá Rosalía, cualisquier día!
-Güeno, pos yo ya me voy, porque desde aquí tengo que dir a Puerta Nueva a ver si encuentro un rancho de chancletes pa mi niña, que se le han antojao, y como la mú pícara es tan dengosa pa las comías...
-Pos entonces vamos pa el patio y con eso, si está ahí el Pipiolo, se desengañará usté de que es verdá lo que yo le digo, de que se les puée dejar a dambos mú tranquila metíos en una grillera.
Y ambas ilustres comadres se dirigieron hacia el patio, y deteniéndose ambas ante la entornada puerta, ambas a la vez asomaron silenciosamente la cabeza, y
-Pero, señá Pepa, seña Pepa -exclamó en voz baja y con expresión de asombro la señá Rosalía.
-¿Qué? Lo que yo le decía a usté, ¿verdá? ¡que es un fenómeno el mocito!
-Pero si es que ese Pipiolo es el mismo, pero que el mismo que tan a mal traer trae a mi niña... si es que ese malita hora es el Pórvora.
-¿Quién... el Pórvora? Vamos, señá Rosalía...
-Pos sí, señá Pepa... pos sí, ese mismito es el Pórvora, y mire... mire usté lo que yo le decía.
Y esto lo dijo la vieja al ver cómo aquél deslizábase ágil como una serpiente por sobre el brocal del pozo y un momento después estrechaba entre sus brazos a Pepita, que miraba en torno suyo como asustada.
Y lívida, descompuesta por la ira, penetró la señá Pepa en el patio y nunca más que en aquel instante mereció el Pórvora su mote, pues todavía no había llegado al promedio del patio la irritadísima anciana, cuando ya él habíase puesto a salvo de sus garras, mientras Pepita corría en dirección a la puerta de la calle, y la señá Rosalía procuraba calmar en su justa indignación a su comadre, diciéndole con acento resignado:
Si yo se lo decía a usté, si eso ya se sabe; si es que no se pué una fiar ni de la tierra que se pisa; si es que bien dice el refrán, que donde menos se piensa... |