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Capítulo 7
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Biografía de Efrén Rebolledo en Wikipedia | |
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Música: Dvorak - Piano Trio No. 2 in G minor, Op. 26 (B.56) - 3: Scherzo: Presto |
El enemigo |
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VII Aquella tarde fue Gabriel a hora inacostumbrada a casa de Doña Lucia. Subió, y como oyera al ir a llamar un murmullo de rezos, dio media vuelta para retirarse; pero ya lo habían sentido llegar, y la fámula, una vieja triste y enjuta, salió a decirle que esperara un momento, o entrara a rezar en el oratorio. Allí estaban arrodilladas todas ante una copia de la Concepción de Murillo: Doña Lucia, pasando las cuentas de ópalo de su rosario, y sus nietas respondiendo los padrenuestros y las aves, con su voz que hasta en aquel susurro era musical. Estaban las tres: Julia, Genoveva, y vestida de blanco, con el dorado cabello extendido sobre la espalda, Clara, la adorada de su corazón. Clavaba Gabriel los ojos en la madona, y suspenso ante su hermosura, sentía resonar en sus oídos, repercutida a través del tiempo la descripción sublimemente bella del Apocalipsis: «Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas.» Veía sus manos cruzadas sobre su pecho, sus ojos agrandados por el éxtasis, su cabello temblando sobre sus hombros, y visitada por el Espíritu Santo que hacíia oscilar su cuerpo y estremecerse la comba de su seno de marfil; recibiendo el aroma de las avemarías que bendecían el purísimo fruto de su vientre. Y sugestionado por la devoción de aquellas vírgenes fervientes; tocado un instante por la gracia, arrodillado como ellas, unió su voz al murmullo de sus voces, igual y monótono, pero dulce como la oración del mar. Clara, brillante con su traje blanco, más pura que la virgen a quien imploraban, con sus cabellos rubios como gavilla de trigo, con su frente alba como harina inmaculada, oraba ardorosamente, y transfigurada por su fe, resplandecía borrando la presencia de la criada y de su abuela, descollaba entre sus bermanas, y creciendo, creciendo insenblemettte, eclipsaba con su luz y su belleza a la misma madona vestida con el sol. Dominado por aquella fascinación, Gabriel se abstrajo completamente, y cuando oyó suspirar las primeras frases de letanía, olvidando su sentido místico se volvió a la amada fervorosa, murmurando en el silencio de su arrobamiento otra letanía suavísima de dulzura y de pasión.
Lucían ios áureos cabellos de la extática, brillaban bañando su frente de luz suave, envolvían como un humo los nácares de sus orejas, lamían como una llama la nieve de sus vestiduras; y deslumbrado y atraído por aquella cabellera luminosa, la miraba enroscarse y fulgurar, la veía transformarse en una placa deslumbradora, ardiente como el metal fundido; y Gabriel, impulsado por aquella visión rutilante de sus ojos, murmuraba: DOMUS AUREA. Con el fervor, las mejillas de Clara se teñían de un tinte extraño, se encendían, y sobre el mate del rostro resaltaban como dos flores sobrenaturales, en el centro color de rosa, y pálidas en las extremidades de los pétalos; y enloquecido por aquella ilusión seráfica de sus ojos, Gabriel suspiraba: ROSA MÍSTICA. El cuello de Clara erguíase recto, redondo, impecable como el tallo inflexible de un girasol místico vuelto hacia la fe; del color del marfll; rodeado tres veces por el collar de perlas; como el cuello de la Sulamlta comparado a la torre donde están colgados mil escudos: todos escudos de valientes: TURRIS EBURNEA Atraída por los ojos de Gabriel, clavó en él sus ojos seductores: sus ojos verdes, húmedos, en cuyo fondo blanqueaba el candor; y en su quieto cristal estaban reflejadas todas las ternuras; ojos claros aún no rayados por la malicia, aún no empañados por las lágrimas: STELLA MATUTINA Sus labios encendidos temblaban; sus manos distinguidas, transparentes, de falanges encanutadas, de uñas sonrosadas y lucientes como diez gemas, juntaban sus palmas cóncavas suplicando; sus senos, semejantes a dos copas, se estremecían desbordándose de unción; todo su ser vibraba, perfumaba como un vaso lleno de ungüentos preciosísimos; y ahora, trémula, ardÍa como un cáliz de amor: VAS INSIGNAE DEVOTIONIS Gabriel, en su fervor, seguía quemando aquellas lágrimas fragantes de incienso en las brasas de su éxtasis, desgranando uncioso aquellas brillantes cuentas de la letanía: VAS SPIRITUALE Y guiado por ella, guiado par Clara que le tendía su mano misericordiosa, se veía en el Paraíso; en un edén de amor alumbrado por lámparas inextinguibles, perfumado con blancas nubes de mirra, y reclinada la frente sobre su seno: HUERTO CERRADO |
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