IX
Conforme había previsto Mirahonda, tocáronse luego las tristes consecuencias de la imprudente contrasugestión. Comprimidas un año, estallaron violentamente las pasiones. Exhibióse el vicio con inaudito descaro y vergüenza. Durante un mes, los habitantes de Villabronca vivieron en plena bacanal. Vertiginosamente corrió el reloj de la pasión, sonando la hora fatal de la caída casi simultáneamente en todas las flacas voluntades.
Para que se forme idea del desenfreno y relajación reinantes, citemos algunos ejemplos: la esposa del sindico, sorda durante un año a la tentadora sugestión del capitán, se abandonó al impudor con tal descoco, que la intriga fue rápidamente descubierta, y el candoroso marido se vió en la necesidad de encerrar a su liviana mitad en un convento de arrepentidas. A su vez, desfallecida de amor y de impaciencia, la casquivana esposa del registrador escribió a Mirahonda ardiente y voluptuosa carta pidiéndole una cita. Con general sorpresa se supo que la casera del cura, robusta y frescachona aldeana, se había escapado con el sacristán, quien, para preparar la fuga y ponerse a buen recaudo, limpió en una hora los cepillos de las ánimas, vendió de una vez el aceite de las lámparas y arrebató inestimables joyas largamente codiciadas. Proponiendo negocios inveroímiles a cuantos encontraban, corrían por las calles, como llevados del diablo, los usureros. Las señoritas honradas eran atropelladas a la vista del público por cuadrillas de libertinos, enfurecidos y enajenados por la lujuria. Coqueta hubo que cambió en una semana siete veces de traje y de sombrero, derrochó un dineral en afeites, flores, joyas y cintajos. En las tabernas, abiertas ahora toda la noche, hormigueaban borrachos y camorristas. Solamente en tres días ocurrieron cuatro asesinatos, diez heridas graves y una infinidad de ataques a la propiedad. Todos los atrasos del amor, todas las deudas del odio, de la vanidad, de la envidia y hasta de la pasión política, fueron saldadas en un momento, con escándalo de las peronas honradas, que huían en tropel de la ciudad envenenada... |