No seas malo, Ramiro.

Mi negativa no es hija de mi desamor, sino, por el contrario, de mi cariño.

Tú estás obcecado por una idea fija, y crees en mi mala voluntad.

Yo te quiero, Ramiro, te quiero tanto como tú a mí. Por eso no accedo a tu deseo. Ya verás cómo has de agradecérmelo algún día, cómo mi fortaleza te llenará de orgullo.

Escucha, Ramiro: si yo supiera que no tenemos otro camino, que nada fuera posible sino lo que tú me pides. . . yo no vacilaría.

Pero me duele tu insistencia; me hace pensar en que me deseas más de lo que me quieres. Y eso es muy doloroso.

¿Acaso tu amor no es lo suficiente fuerte como para permitirte un sacrificio?

Aun si tú estás en lo cierto, ¿no es posible, tú que me dices que todo la sacrificarías por darme gusto, sacrificar ese deseo en aras de mi tranquilidad?

Yo te lo voy a agradecer tanto, voy a apreciar tanto esa prueba de tu amor, que mi satisfacción, que mi alegría, que la dicha que vas a darme, debe recompensarte, mi Ramiro, del pequeño sacrificio que te pido.

¿Verdad que lo harás?

Ven a verme mañana y no me hables de esas cosas. Entonces voy a darte un beso tan grande, con tanta ternura, con tanta gratitud, que tú, al sentirme tan dichosa, también lo estarás.

Porque me quieres.

Y yo no dudo de tu cariño, mi malo, como dudas tú del mío.

Celia