Ramiro:

Lo que haces conmigo es incalificable. Tu actitud al enviarme esa carta, en vez de venir tú, es sencillamente infame.

¿Entonces, el señor, mientras yo estoy aquí, enterrada en este hotelucho aburrido, se pasea tranquilamente en Mar del Plata, y me manda a decir que hasta la semana entrante no viene, por no sé qué patrañas que ha inventado? ¡Ah, no! Yo no soy ya una criatura para creer en las infantiles excusas que me envías y no creo una sola palabra.

Yo sé lo que sucede: Te has encontrado con. . . con cualquiera de esas "tilingas" amigas tuyas y estás como un bobo tras de ellas, olvidándote de mí. Piensas que soy una vieja y que ya te he dado lo que querías. Ahora ya no te intereso, pues pasó ya la novedad. He dejado de ser la señora de Lear, a quien respetabas y deseabas, para ser Antonieta, que se entregó ciegamente, como una tonta, que satisfizo tu capricho, y he concluido por ser una aventura fácil, algo así como una flor que se recoge en el camino, y, luego de aspirar su perfume, se la arroja. Y como te es doloroso el decírmelo, como tienes temor de herirme, me vas preparando.

Pero, te prevengo que no acepto tu compasión. Si has dejado de quererme, me lo dices, y todo se acabó. Por muy doloroso que sea, nunca lo será tanto como sufrir la humillación de tu lástima. Además, ya sabes cómo te quiero: todo o nada. Si tú no puedes resolverte a ello. . . ya lo sabes.

Me dirás dónde he de enviarte tu equipaje, pues sí has dejado de quererme, o, más bien dicho, si yo me he engañado creyendo que tú me querías, cuando nunca lo has hecho, es mejor que te ahorres la molestia de verme y que me ahorres a mí el dolor y la tristeza de oír de tus labios las excusas pueriles que has de darme.

Si quieres demostrarme lo contrario, ven tú mismo, no me envíes cartas, y hazte perdonar. . . que yo. . . tú sabes que no te guardaré rencor.

Antonieta.