Era el séptimo día de la creación. El Señor descansaba tranquilo y satisfecho de su obra. Aunque es mucho su poder sentía entonces el santo orgullo de su labor perfecta y admirable. Bosques espesos, campos floridos, ríos caudalosos, mares profundos, montes elevados; animales, fuertes unos como el león y el elefante, bellos otros como las aves de vistoso plumaje; el hombre, conjunto de todas las perfecciones; la mujer, suma de todas las bellezas: y sobre todo, la luz que ilumina, alegra y vivifica...
Esta era su obra y vio que era buena.
Por eso descansaba el Señor tranquilo y satisfecho.
Mas he aquí que cuando más grande era su alegría, sintió un clamoreo confuso, ensordecedor, mezcla de gritos, aullidos y voces humanas.
— ¿Qué será — pensó. — Y se dispuso a bajar a la tierra buscando la contestación de su pre gunta.
El león mugía, bramaba el toro, silbaba la serpiente, el hombre daba gritos y hasta la tímida oveja y los alegres pájaros, aquella con sus balidos, con sus trinos éstos, daban a entender que tenían algo que pedir.
El hombre, como más joven, fue el encargado de exponer las quejas de la colectividad.
— Señor — dijo — nos has dado la vida, pero no nos enseñaste el modo de conservarla... Suponemos que para vivir es preciso alimentarse; tenemos hambre y te preguntamos: ¿qué vamos a comer?... O quítanos el estómago o dinos como se llena... ¡Tal es nuestra queja!
Montó el Señor en cólera, aunque ya estaba montado en una nube.
— Os hice brutos — contestó — pero no creí que lo fuerais tanto. Yo no os he dado la vida, os he puesto en camino de vivir... La vida habréis de buscarla vosotros... ¿Para qué tienen fruta los frutales y granos las espigas?... ¿Para qué hay hierba en el prado y agua en la fuente y en el río?... ¿Para qué di carne tierna á la oveja y al ternero, y piel al oso y al tigre?... Quien necesite una cosa que vea como puede proporcionársela... Todos tenéis los medios para lograr vuestro fin... Garras el león, pico acerado el águila, pies ligeros la liebre, aletas los peces; el mono puede trepar a los árboles y la serpiente enroscarse al tronco o arrastrarse por entre la hierba... Y tú, hombre, imagen mía, obra que me llena de orgullo, tienes la inteligencia con la cual puedes hacerlo todo: trepar y arrastrarte, correr como la liebre y esperar como el león... ¡Creo que me habréis entendido! Dijo, y desapareció.
Todos los animales quedáronse llenos de asombro; pero enseguida cada cual tiró por su lado... ¡Habían comprendido!
Fue el lobo al monte, el reptil a su agujero, el pájaro al árbol, el pez al agua, el león a la selva... Allí viven desde entonces y huyen los unos de los otros; pero, sobre todo, temen al hombre que posee el arma superior... ¡Tal vez no sepan que éste les tiene más miedo todavía!
Y acaso ignoren también que, imitando su ejemplo, el hombre anda por el mundo buscándose la vida como buenamente puede... ¡Como Dios le dió a entender!
Mi bastón y otras cosas por el estilo / Antonio Palomero
1908
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