¡Felices los tiempos anteriores al pecado! ¡Qué hermosos fueron y por lo mismo, cuán breves! El hombre vivía tranquilo, pues aún no existían sus semejantes. Era el compañero de los otros seres y estaba orgulloso de poseer la inteligencia con la cual podía hacerlo todo, según le dijo el Señor.
De este orgullo burlábanse los animales.
— ¿La inteligencia? ¡Valiente cosa! — le dijo el asno.
— ¿Acaso se oye tu voz a tanta distancia como la mía?
— ¿Corres tanto como yo? — añadió el gamo.
— ¿Puedes tocar las nubes? — dijo el cóndor.
— ¿Tienes mi fuerza? — agregó el elefante.
Y así continuaron todos los animales. Y satisfechos, acordaron que el hombre era inferior al ser más ínfimo de la escala zoológica. Estaba el hombre de buen humor. Y en vez de enfadarse, se sintió acometido de una risa fresca que duró largo rato. Los animales cesaron en sus protestas... Procuraron reír y, naturalmente, no lo consiguieron. ¡Eran de ver sus muecas, sus gestos, sus contorsiones para imitar al hombre!...
Y con verdadera humildad declaráronle entonces el ser más superior de todos los seres.
— ¡Por qué puedes reír! — le dijo el asno, más melancólicamente que nunca.
Y, en efecto, los animales corren, vuelan, gritan, sufren; algunos hablan y otros pronuncian discursos y hasta escriben artículos... Pero ¿reír?... ¡Solo el hombre se ríe!... La risa es su patrimonio.
Mi bastón y otras cosas por el estilo / Antonio Palomero
1908
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