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"La condesa, el emperador y el perro" |
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Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning | |
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Música: Clementi - Sonatina Op.36 No.1 in C major - 2: Andante |
La condesa, el emperador y el perro |
Habréis oído decir muchas veces que los árabes son maestros en cortesía. Esta verdad casi axiomática, que no se refiere exclusivamente a los modales, sino a la manera cortés de conducirse, a su concepto de la hospitalidad, etc., hase visto confirmada de nuevo con un «gesto» de nuestro huésped Muley Abd el Hafid, el hijo del valiente y discreto Muley Hassan, último sultán de hecho y de derecho del Imperio del Mogreb. «La condesa, el Emperador y el perro.» ¿Verdad que parece ese epígrafe el título de una película cómica o las frases que un snobista puede colocar en el «atrio» de un libro-reclamo, en el que se haga el relato de una vida novelesco-escandalosa? Pues no hay nada de eso. Como dice el subtítulo, se trata nada más que de una historia breve, interesante... y honesta... Hela aquí: El lugar de acción en que se desarrolla es la capital guipuzcoana; la época, muy reciente; hace pocos días. Una bella y distinguida dama americana, la condesa de Artal, paseaba una noche delante de la terraza del hotel en que se hospeda: uno de los más elegantes de la Concha. Había andado unos cuantos pasos, cuando llamó su atención un perro hermosísimo, verdadero tipo de raza inglesa, de blancas y finas lanas. El animal miraba a la dama con esa mirada llena de expresión con que los perros parecen interrogar a los transeúntes sobre el paradero de sus amos. El afilado hocico, la nariz sonrosada, los ojos llenos de dulzura, denotaban que el animalito pertenecía a una raza aristocrática... entre las razas caninas. Pero el pobrecito estaba sucio... Debía llevar algunos días vagando por las calles y las afueras de la ciudad en busca de su dueño, o esperando tal vez que el azar le pusiera ante una persona compasiva y noble que le comprendiera... La condesa se acercó al perro, le acarició con esa delicadeza, ese savoir faire que sólo posee una dama aristocrática, y el animalito intensificó la ternura de su mirada y se estremeció de contento y de gratitud hacia aquella distinguida señora que compadecía su vida errante y mísera y le comprendía... Pero la bondadosa condesa no sabía qué hacer... El perro no la abandonaba..., con ella entró en el hotel y con ella subió al cuarto... Como no podía echarle otra vez a la calle, porque esto era una crueldad, pidió un cordón, ató con él al aparecido y esperó al día siguiente. Y al día siguiente, el perro parecía tranquilo. Pero desde la terraza del hotel miraba inquieto uno a uno a cuantos transeúntes pasaban para ver si en alguno de ellos reconocía a su dueño. La condesa telefoneó a todas partes, a los periódicos, a la Policía... advirtió a todo el mundo que era la depositaría de aquel animalito y que se lo entregaría, si no con gusto, por lo menos resignada, a quien justificase ser su verdadero poseedor. Pasaron dos días y no pareció el dueño de la alhaja, que había ya inspirado cariño y atenciones a la condesa de Artal. El perro estaba desconocido: limpio, bañado todos los días, peinadas, lisas y brillantes las blancas lanas, que despedían un perfume de tocador de persona elegante y habituada a estos refinamientos de la higiene... Al fin, al tercer día, se presentó en el hotel un moro de la servidumbre del ex sultán Muley Hafid, diciendo que el perro pertenecía a Sidnay su señor, y que venía a recogerlo. El conde no se opuso a entregarle, pero pidió que el secretario del ex Emperador u otra persona más autorizada que la enviada se presentase en el hotel a confirmar cuanto decía el moro. Con efecto, pocas horas después llegaba el secretario, que hizo iguales manifestaciones... y se llevó el perrito. La condesa de Artal quedóse contrariada, triste... Habíale inspirado afecto aquel animal tan hermoso y tan inteligente... No habían transcurrido tres horas, cuando se presentaron de nuevo en el hotel las mismas personas que se habían llevado el perro, con éste atado a un cordón de seda. El más autorizado entre los que llegaron se presentó a la condesa y le dio una tarjeta de su señor. En ella había escrito la imperial mano de Hafid unas líneas en árabe. El enviado las tradujo: El ex sultán del Mogreb rogaba a la condesa de Artal que aceptase el perro «que con tanto esmero había cuidado», y pedía a la dama que le excusase de no hacerle personalmente el ruego, porque aquella misma tarde salía para Madrid. Además, agradecía a la condesa sus cuidados con el animalito, reveladores de que ya había nacido en ella un gran afecto hacia el perro, y la expresaba que no se perdonaría nunca haber sido la causa de la pena que en ella podía producir tal separación. La condesa quedó encantada del obsequio y de la cortesía mora; el perro, satisfecho de haber encontrado dueña tan bondadosa, y Hafid, camino de esta corte. Y colorín colorado... (Algunos. Crónicas varias. Biblioteca nueva. Madrid. 1920) |
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