En el convento vivía
una monja que pasaba
por santa, y que se llamaba
la hermana Melancolía:
fruto de savia tardía
que olvidó la primavera,
su rostro de lirio era,
y sus pupilas umbrosas
dos nocturnas mariposas
en ese lirio de cera.
Nadie la vio sonreír,
porque quiso, en su entereza,
ennoblecer de tristeza
la ignominia de vivir;
tan sólo cuando al morir,
miró a la faz del Señor,
arrojando su dolor
como se arroja una cruz,
mostró en la frente la luz
de un relámpago de amor.
Y aquella monja sombría,
que nunca se sonrió,
cuando en su cripta durmió
sonreía, sonreía ...
Hermana Melancolía:
dame que siga tus huellas,
dame la gloria de aquellas
tristezas, ¡oh taciturna!
Yo soy un alma nocturna
que quiere tener estrellas. |