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Amado Nervo en AlbaLearning

Amado Nervo

"El sexto sentido"

Capítulo 5

Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning

 
 
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El sexto sentido
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En cuanto pude levantarme, el operador no me perdonó ya mi silencio ni mi apartamiento. Puesto que podía yo lozanear como planta que vuelve a la vida, puesto que a mi rostro los colores tornaban y mi pulso latía con firmeza, ya no era justo que él esperase más su gran parte de triunfo, de gloria, a que le hacía acreedor la nunca vista operación en mí practicada con tanto éxito, gracias a su pericia.

No hubo, pues, remedio. Fue preciso ir de aquí para allí: primero a la Escuela de Medicina, después a otros innumerables centros científicos, donde fui objeto de la más irritante curiosidad, pues aquellos sabios escudriñaban mis impresiones y sensaciones con desplante verdaderamente vejatorio, e iban anotando las respuestas que daba yo a su metódico e indigesto cuestionario, con una minuciosidad insoportable.

Fueron esos días de dura prueba para mí. No me daba punto de reposo, y en la noche volvía tan fatigado a mi rincón, que mi único anhelo era la inconsciencia bienhechora del sueño; inconsciencia relativa, a decir verdad, pues, en mi nuevo estado, los ensueños tenían extraordinaria y angustiosa lucidez.

Naturalmente, mi retrato, mi biografía, mis impresiones, abultadas por reporters, el relato nimio de la operación famosa (con proyecciones cinematográficas) y otras lindezas por el estilo, llenaron páginas de revistas y diarios, especialistas o no. El operador crecía en gloria y fama a cada instante. Era el hombre del día en el mundo. Varios yanquis excéntricos le habían telegrafiado pidiéndole que les operase, y él empezaba a tarifar, sin andarse con remilgos, las intervenciones quirúrgicas de nuevo cuño, la «Martinización», como llamaba ya a su procedimiento; pues acaso olvidé deciros, por creerlo dato baladí, que el sabio eminentísimo no se apellidaba más que Martínez (¡apenas Martínez!, como decía un colega y amigo íntimo suyo, que le odiaba con toda cordialidad desde su descubrimiento).

Pasó empero— ¡qué no pasa!-— aquel aluvión de publicidad, para mí cuando menos. El anuncio de nuevas operaciones hizo olvidar mi nombre, y yo entonces, sediento de reposo, ansiando con toda el alma encontrarme con mi fantasma, corrí hacia la costa cantábrica, y en una playita ignorada e íntima, donde mi tête á tête con el mar tenía que ser casi absoluto, alquilé una villa y me entregué a mí mismo.

«Ella» volvió a aparecérseme con todo el diáfano y sereno encanto de su adolescencia, perfumada y resplandeciente. Y cada día veíala yo más cerca, tal una proyección que va agrandándose y aclarándose en la pantalla, a medida que mejor se la enfoca. Podía ya discernir perfectamente las circunstancias en que debía efectuarse el primer encuentro. Dentro de un período de tiempo, difícil de medir, dado que justamente mi visión lo anulaba; en una playa, que no era aquella en que me hallaba a la sazón, pero que acaso no estaba muy lejana, ese servidor del Misterio que se llama el Azar, debía apersonarnos y hacer surgir en nuestros espíritus la eterna Ilusión, madre de las razas... (En su espíritu debiera yo más bien decir, porque yo me había anticipado al destino, merced a una treta milagrosa, y amaba ya a la que iba a venir, como si la tuviese por primera vez entre mis brazos).

Se acercaba, pues, se acercaba... Todos los instantes, como invisibles manos, la empujaban hacia mí...

¡Amar así, qué delicia...! ¡sin miedo al mañana, que indefectiblemente nos ha de traer el bien; al mañana, que a otros les quita y a mí iba a darme; al mañana, que por lo desconocido es para todos amenaza, y para mí solo era esperanza...!

¡Amar así...! Pero ¡oh, miseria nuestra!, ¿por ventura el amor no es planta de tal índole, que sólo puede germinar, crecer, vivir entre el miedo, la angustia, lo imprevisto?...

¿No es tal nuestra idiosincrasia, que dejamos el bien cierto y grande por el bien mediocre e hipotético?

Y lo imprevisto, sobre todo, ¿no es el señuelo por excelencia del amor?

Así, pues, aquella dicha cierta, acariciada, detalle a detalle, noche y día, por la facultad nueva, por el sexto sentido nato gracias a la operación famosa, por cierta iba siendo menos dicha... En cambio, tales y cuales males futuros, enfermedades, disgustos, fracasos, y sobre todo la visión de la muerte, que, a pesar de mi voluntad, solía surgir precisa en la lontananza, seguida de una zona obscura, muy obscura, empezaban a mortificarme más de la cuenta.

Yo era un dios (¡qué duda cabe, si poseía lo que mortal ninguno poseyó nunca!); pero por lo mismo, comenzaba a padecer el espantoso tormento de los dioses: ¡la Previsión, en el verdadero, en el estricto sentido de la palabra, la previsión que quita toda la vaguedad, todo el encanto, el enigma todo a las cosas de la vida, y en cambio nos muestra con sus menores detalles el mañana, tal cual es, acabando en la negrura del aniquilamiento: la previsión, el más implacable de los males, el más espantoso privilegio de la vida consciente!

Sí, aquella mujer sería mía, e íbamos a amarnos mucho, e íbamos a marchar de la mano por el camino, rodeados de nuestros hijos; pero más allá, un poco más allá estaba la muerte... la inexorable muerte hacia la cual corríamos ella y yo desalados, acezando, con un vértigo de velocidad...

La sociedad de mí mismo, gracias a esta nueva visión de las cosas, a esta nueva aprensión de mi futuro, fuéseme haciendo insoportable a su vez. El mal cierto me atormentaba de antemano; el bien cierto, gracias a la previsión, se me volvía insípido y poco deseable. Y yo, que había ido a la playa solitaria a recrearme con mi fantasma, eché a correr una noche de allí, a todo el vapor del expreso, hacia Biarritz, en busca de gente, de trivialidad, de ruido, de aturdimiento, que me despegasen de mi yo, de mi visión, de mi lucidez, de mi insoportable sentido nuevo...

Risas, músicas y charlas de casinos, cafés invadidos por multitudes triviales, elegantes y cosmopolitas, bocinear de automóviles, ecos de deportes: eso, eso quería yo e iba a buscarlo...

He dicho ya— y, si no lo dije, bien está que ahora lo exprese— que mi visión del futuro era voluntaria. La operación de mi cerebro, al obtenerla, era análoga al esfuerzo más o menos leve que hacemos para recordar. Al futuro me asomaba yo, como se asoma uno a la ventana para ver el paisaje. Libre quedaba, pues, de asomarme; pero así como a pesar de nuestra voluntad y del dominio que tenemos sobre nuestra imaginación, ésta nos impone a veces imágenes obsesoras de las que difícilmente nos desembarazamos, así también, con mucho esfuerzo, podía yo esquivar mis visiones del mañana. Sin embargo, desde que llegué a Biarritz, de tal suerte me lancé a la vida mundana, supe meterme en un torbellino tal, que ya ni de día ni de noche torné a la dolorosa o plácida contemplación de lo venidero, y ni siquiera fijé una sola vez los ojos interiores en mi fantasma.

Todos los días jugaba al golf (deporte que fue siempre mi predilección), acompañado de insulsos pollos de lo más granado del cosmopolitismo veraniego de la Costa de Plata. Meter una bola en un agujero me resultaba tan calmante como ver correr el agua. Y cierta tarde gloriosa, de esas en que el sol, estriado de bandas de nubes, cae con una pompa incomparable, manchando de rojo la arisca Côte de Basques, el ideal Rocher de la Vierge y el fantástico y gracioso semicírculo de palacios que dominan la grande plage, mientras distraído contemplaba a una miss recorrer kilómetros con la consabida pelota, vi de pronto venir en mi dirección a una jovencita vestida de blanco, ligera, ágil, sonriente... incomparablemente graciosa.

Bella creatara di bianco vestita...

«¡Ella!»

Sí, «Ella», voceó mi corazón: «Ella», clamoreó mi alma toda: «Ella», dijo el ritmo de mi sangre; y mis entrañas gritaron: «¡Ella!»

¡Al verme se detuvo, pareció vacilar un momento, como si me reconociese, y sonrió... con divina, sí, con divina sonrisa; y yo temblando y ella encendida como el alba, nos tendimos resueltamente la mano, ya para siempre, ante la tarde que moría, ante el mar palpitante que se embozaba en brumas, ante las silenciosas primeras estrellas!
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