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Capítulo 4
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Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning | |
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Música: Debussy - Reflets dans l'eau |
El sexto sentido |
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Al cabo de cierto tiempo llegó, empero, mi angustia a ser de tal manera insoportable, que resolví no ver más hacia aquella zona luminosa en que florecía, antes de pertenecerme, la vida que me estaba destinada, y procuré entretenerme viendo venir los hechos inmediatos, examinando los mañanas de cada hoy; pero entonces caí en un desaliento grande, porque todo empezó a perder su interés para mí. Muchas ideas que me parecían importantes, muchas acciones ejecutadas en otro tiempo hasta con énfasis, se perdían con sus consecuencias en un futuro cercano, sin haber servido de nada, sin dejar la menor estela, sin reforzar posibilidad ninguna... ¡Qué pocas cosas, de las que hacemos con tanto afán los hombres, me parecían dignas de haberse ejecutado! ¡Literatos y artistas que habían sacrificado todo al bombo, desaparecidos en absoluto unos cuantos días después de muertos en la memoria de los hombres! ¡Capitalistas que ahora pasaban la pena negra para aumentar en algunas ruedas de oro o en algunas acciones su acervo, arruinados mañana y despreciados por aquellos a quienes habían negado todo servicio! ¡Viudas archiconsoladas en breve; señoritos elegantes, estafando algunos años después fuertes sumas; toda la miseria y la necedad del hoy, comprobada por el mañana implacable! ¡Cuánto desperdicio de hechos, de sucesos, de actos humanos, para obtenerse una mínima consecuencia en el porvenir! Y por lo que respecta a los hombres; cuántos, pero cuántos, absolutamente inútiles! El genio de la especie no aprovechaba en el futuro, de cada millón, más que uno o dos; pero era claro que sin ese millón, el uno o dos individuos útiles no podían existir. Se advertían, pues, claros, los designios inmediatos de la naturaleza: Producir mucha gente, una densísima masa humana, para durar, a pesar de todo lo aleatorio de la vida; y obtener, de esta enorme masa unos cuantos individuos tipos, de los que sólo se logran merced a innumerables coincidencias y circunstancias felices, y que colaboran con el Genio de la especie al mejoramiento y a la grandeza de la misma... ¡Y qué ridícula me parecía la petulante solemnidad de tantos y tantos hombres que conocía yo, siempre pagados de sí mismos, siempre engreídos de su importancia, acumulando empleos y honores vanos, mientras en los confines de la miseria se debatían con todos los horrores y todas las angustias, pulimentando así su espíritu para más tarde, seres que eran la verdadera flor y nata de la humanidad, porque estaban destinados a cepa de semidioses!... ¡Cuántos infelices vi despreciados por la pomposa suficiencia de nulidades, dando origen, a través de sólo tres o cuatro generaciones, a inventores sorprendentes, a reformadores admirables, a pastores de pueblos... mientras que los otros, los orgullosos, solían acabar, a través de las mismas generaciones, en un hospital o un manicomio, en las personas de nietos y biznietos epilépticos, paralíticos, imbéciles!... ¡Cuán noble y alta me pareció entonces la justicia, esa justicia distributiva de que antes había yo llegado a dudar! El espíritu humano necesitaba en absoluto el pulimento del dolor. Los cristianos hacían bien en considerar el dolor como la predestinación más alta. No sufrían mucho en la vida sino las almas de diamante destinadas a altos fines, las capaces de soportar el fuego; las almas de lodo, en cambio, eran tan felices en su epicureismo como el cerdo: epicurae grege porcum... Y si los desheredados o los tristes de la vida hubiesen podido ver como yo la grandeza futura de su estirpe, la glorificación de su esfuerzo, la divinización de su dolor actual, la importancia de este dolor para mejorar el mundo, de seguro que todos hubieran caído en éxtasis. En cuanto a los poderosos de la tierra, de fijo que al vislumbrar lo que yo vislumbraba, no de la eternidad, sino del simple futuro, de su bienestar, del plato de lentejas por el que trocaban su primogenitura, se habrían apresurado a desprenderse de todo, absolutamente de todo, y a adoptar amorosísimamente la penuria, el abandono, el frío y la soledad de los genios y de los santos. La humanidad vivía atada a la tierra con una cadena de oro y engañada por el oro mismo, presumiendo que sólo dentro de ese torbellino de metal era posible la vida. En un siglo de progreso desigual, en un período de mercadería, el hombre iba animalizándose lentamente, sin una brizna ya de energías íntimas para las cosas esenciales, para la contemplación del universo. Y como procuraba pulir y afinar su espíritu para volverlo indestructible, inmortal, sólo su oro le sobrevivía, y eso en manos de otros (¡cuán otros, sí!), de aquellos por quienes había trabajado, penado y sufrido desvelos. Y a poco andar, el oro ya no era nada, ya no valía nada, ni significaba nada. El mundo, llegado a una etapa muy avanzada de su desenvolvimiento, ni memoria tenía de que hubiese existido la moneda. Y todo el trabajo, toda la fatiga de los siglos, todo el odiar y llorar y anhelar por el oro y para el oro, aparecían entonces inútiles y ridículos, y lo único serio era el pensamiento de los hombres, hecho todo de inmaterial luz y de excelso ensueño. Resueltas las necesidades primordiales de la especie, ésta se angelizaba a diario: ¡sus carnes mismas, cómo se azulaban y diafanizaban! Y a los sabios del porvenir que, por estudio, retrotraían su pensamiento a las épocas actuales, parecíales absurdo que hubiese podido vivirse de otro modo. El negocio, que según la feliz expresión de Alfonso Karr, es el dinero de los demás, en muy próximo futuro moría. La equidad se enseñoreaba del mundo mucho más pronto de lo que habían imaginado los pesimistas, porque hay revoluciones que se preparan en los escondrijos del ir y venir cotidiano, y que de pronto estallan en llamarada divina ante la muda estupefacción de las razas. |
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