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Capítulo 14
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Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning | |
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Música: Brahms, Violin Sonata No. 1 - Op. 78 |
El diamante de la inquietud |
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Pero bueno estoy yo para discutir o filosofar, amigo, cuando llego al punto más angustioso de mi relato: Ana María se me iba muriendo. Mírala, amigo, en qué estado está: los lirios parecerían sonrosados junto a su palidez. La asesina, sobre todo, la ausencia de sueño. Siempre con los ojos abiertos y los párpados amoratados... Cuando me despierto, en la noche, a la luz de la veladora, lo primero que encuentro son sus ojos, sus ojos agrandados desmesuradamente, como dos nocturnas flores de misterio. Los médicos se niegan a darla narcóticos. Le temen al corazón, a veces ya arrítmico. El trípode de la vida me -dice el doctor... doctoralmente,- está formado por el pulso, la respiración, la temperatura... Deben marchar los tres de acuerdo: cuidado sobre todo con el pulso. -Doctor, si pudiera yo dormir... Éste es el estribillo eterno de la enferma. Pide el sueño con una voz dulce, infantil; como un niño pediría un juguete... ¡Ay! ¿No es por ventura el sueño el juguete, por excelencia, de los hombres el regalo mejor que nos ha hecho la Naturaleza? Pero el muerto no quiere que duerma... Los muertos nos vencen así. Ellos saben que en el día son más débiles que nosotros. Con cada rayo de sol podemos apuñalar su sombra... Pero se agazapan en los rincones obscuros y aguardan a que llegue la noche. «El día es de los hombres, la noche de los dioses», decían los antiguos. La noche no es sólo de los dioses; también es de los muertos. ¡Cómo van adquiriendo corporeidad, apelmazándose en las tinieblas!... El silencio es su cómplice y nuestro miedo le presta una realidad poderosa. Primus in orbe Deos fecit timor. De día, pues, yo vencía al fantasma. Ana María se animaba un poco, sonreía, me llenaba de caricias, que tenían ya -¡ay de mí!- esa majestad dulce y melancólica de un adiós. De noche, el muerto desalojado de sus «trincheras» lóbregas, «contraatacaba» para recobrarlas: Ella, estremecida de espanto, se asía de mí con angustia infinita, y yo, rabioso, insultaba -óyelo bien, amigo-, insultaba a aquel espectro, que se había empeñado en llevársela, que no se resignaba a compartir conmigo su posesión y que se metía furiosamente por un resquicio del espacio y del tiempo, para inmiscuirse en nuestras vidas y darles el sabor del infierno. |
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