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Capítulo 5
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Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning | |
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Música: Brahms, Violin Sonata No. 1 - Op. 78 |
El diamante de la inquietud |
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En cierta ocasión, después de un paseo ideal a la luz de la luna, que hacía de las cataratas un hervidero de ópalos, yo, cogiendo la diestra de Ana María y oprimiéndola amorosamente contra mi corazón, pregunté a mi amada: -No te irás, ¿verdad? No te irás nunca... Es falso que un día al despertarme he de encontrar la mitad de mi lecho vacío... ¿Por qué la hice aquella pregunta? La idea fija, la horrible y fatal idea fija, que dormía en su espíritu, se despertó de pronto y se asomó a sus ojos... Todo su rostro se demudó. Su frente se puso pálida y un sudor frío la emperló trágicamente. Se estremeció con brusquedad; y acercando su boca a mi oído, me dijo con voz gutural: -¡Sí, me iré; será fuerza que me vaya! -¡No me quieres, pues! Y repegándose a mí, con ímpetu, respondió casi sollozando: -¡Sí, te quiero, te quiero con toda mi alma! Y eres mejor de lo que yo creía; eres más bueno y más noble de lo que yo pensaba; ¡pero es fuerza que me vaya! -¿Qué secreto es ese tan poderoso, Ana María, que te puede arrancar de mis brazos? -Mi solo secreto: lo único que no te he dicho. Un día, ¿lo recuerdas? La víspera de nuestro matrimonio te pedí que no me preguntases nada... ¡Y tú me lo prometiste! -Es cierto... ¡No te preguntaré más! Y los dos permanecimos silenciosos escuchando el estruendo lejano de las cataratas. Después de algunos momentos de silencio, ella inquirió tímidamente: -¿Me guardas rencor? -No... -¿Te arrepientes de haberte casado conmigo? -No, nunca. -¿Estás triste? -Sí, pero descuida, no te preguntaré más. Reclinó su cabeza sobre mi hombro y dijo: -¡Te quiero, te quiero! Lo sabes... Pero, ¿es culpa mía si la vida ha puesto sobre mi alma el fardo de una promesa? Y púsose a llorar dulcemente, muy dulcemente. En el estruendo del Niágara aquel delicado sollozo de mujer parecía perderse, como parecen perderse todas nuestras angustias en el seno infinito del abismo indiferente. Cuantas veces mirando la noche estrellada me he dicho: cada uno de esos soles gigantescos alumbra mundos y de cada uno de esos mundos surge un enorme grito de dolor, el dolor inmenso de millones de humanos... Pero no lo oímos; la noche permanece radiante y silenciosa. ¿Adónde va ese dolor inconmensurable; en qué oreja invisible resuena; en qué corazón sin límites repercute; en qué alma divina se refugia? ¿Seguirá surgiendo así inútilmente y perdiéndose en el abismo? Y una voz interior me ha respondido: «¡No, nada se pierde; ni el delicado sollozo de Ana María dejaba de vibrar en el éter, a pesar del ruido de las cataratas, ni un solo dolor de los mundos deja de resonar en el corazón del Padre!».
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