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"Amnesia" Capítulo 4
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Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning | |
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Música: Debussy - Reflets dans l'eau |
Amnesia |
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Con qué profundo, con qué infinito alivio la oí, pues, suspirar: -No ha sido nada, ya estoy bien; ¿te ha pasado a ti algo por el estilo? -Ya lo creo -respondila jovialmente-, es muy común. Los médicos afirman que se debe a un simple fenómeno de «duplicación», y cierto ilustre doctor y literato, amigo entrañable mío, el doctor E. Wilde, argentino, apunta a propósito de dicho fenómeno cosas muy curiosas. -¿Qué dice, a ver, qué dice? -Pues dice «que una escena actual suele presentarse a la mente del espectador con todos los detalles y accidentes ya conocidos de una situación pasada en que se encontró hace tiempo, y aun de una futura que va a realizarse en el momento próximo, y en la que se ve de antemano, como un recuerdo, la tercera reproducción del mismo espectáculo, sabiéndose anticipadamente lo que va a suceder...». Que se puede tener, en una palabra, la noción de un hecho como sucedido dos veces o de uno que va a repetirse inmediatamente. »Dickens -continúa Wilde- describe esta sensación como muy general. Conocemos -dice- en David Copperfield, por experiencia, el sentimiento que nos invade a veces de que cuanto estamos diciendo o haciendo ha sido dicho y hecho anteriormente, hace largo tiempo; que hemos estado rodeados de las mismas personas y de los mismos objetos, en las mismas circunstancias... que sabemos, en fin, perfectamente lo que se va a decir, como si lo recordáramos de repente. »Los franceses llaman “fausse reconnaissance” a esta sensación; más propio sería llamarla, según el doctor Wilde, “doble percepción”, en la cual, el mismo acontecimiento parecería haber ocurrido en dos o más épocas». -¿Qué raro, eh? -dijo ella pensativa. -Muy raro y muy curioso. »El doctor Wilde recuerda de un estudiante de Medicina, alumno de la Salpetrière, quien, para preparar su tesis sobre el fenómeno referido (Paramesis ou fausse reconnaissance) publicó en 1897 un cuestionario de 36 artículos, con el fin de saber en qué circunstancias físicas y morales y con ocasión de qué accidentes las personas que le respondieran habían experimentado esa extraña impresión, en virtud de la cual, el mismo hecho se les había presentado como pasado y presente al propio tiempo, teniendo ellas además la clara visión de lo que iba a suceder, como si lo recordaran de golpe (cita a Dickens). »En un delicioso libro autobiográfico, que se intitula Aguas abajo, que el doctor Wilde está, escribiendo, dice que él mismo (en la novela él se llama Boris) era muy propenso a sentir esta impresión. (Con la explicación tan detallada del caso, yo pretendía que Blanca, demasiado instruida ya para comprenderlo, gracias a mí, no se preocupara más de él, sabiendo, sobre todo, que era conocido y corriente) -¿Y cómo la sentía? -Pues verás; relata, por ejemplo, que en el curso de sus viajes llegó por primera vez a Nuremberg; fue a ver un castillo, y bailándose enfrente de los arcos de piedra de la puerta y del frontispicio, dijo a su acompañante: «Yo he visto antes esto; adentro, en el patio, entre las columnas de una especie de claustro, está sentada una vieja». Se abrió la puerta y en efecto había un patio, un claustro y una vieja sentada entre dos columnas. -Qué extraordinario... -exclamó Blanca, divertida verdaderamente con mi narración, que, sin embargo, en tratándose de tales o cuales vocablos, dejaba de entender. Hícela gracia de una explicación de mi docto amigo Wilde, según el cual el hecho de la doble vista anacrónica del mismo objeto en el pasado y en el presente, depende del pasaje al sensorio común, por dos vías diferentes, de una misma percepción, alojándose primero la que llegaba antes, transmitida directamente por el nervio óptico, y después la que hubiera recorrido vías combinadas: de esta suerte la primera sería más antigua con relación a la otra. Pero sí le referí, por curioso, lo que el mismo doctor nos recuerda de Dickens. En una de las novelas de éste, figura un vendedor de baratijas, que ejercía su comercio en la vía pública, junto a una casa grande y solemne. Nuestro hombre, al ver entrar en la casa y salir de ella constantemente a ciertos individuos, dedujo que ellos la habitaban, y, no deteniéndose en esto, les puso nombres, los acomodó en sus diversos departamentos y les atribuyó en su fecunda imaginación costumbres determinadas. Un día, por orden de la autoridad competente, entró en la vetusta mansión la justicia y tras ella el público, con el vendedor aludido a la cabeza, el cual hubo de desmayarse al saber que el sujeto a quien él por tantos años había llamado mister Williams, no era tal mister Williams; que la tía Marta era miss Peggi; que el dependiente Frank no era dependiente, sino socio, y se llamaba John (no eran éstos precisamente los nombres, pero para el caso es lo mismo). En fin, que los aposentos no estaban distribuidos en la forma que él les había adjudicado, ni respondían al plan trazado en su mente, con líneas indestructibles; en resumen, el pobre diablo experimentó una desilusión completa y dolorosa, como si la destrucción de pie su fantasía había creado, fuera una desgracia. Rió de muy buena gana Blanca la anécdota, y yo, para concluir, añadí: -Por lo demás, hay quien pretende que algunos de estos fenómenos tienen un misterioso origen. -¿Cuál? ¡Di cual! -Son recuerdos de vidas anteriores... ¡Quién sabe si tú y yo nos amamos ya en otra vida, en Venecia... -Debimos entonces amarnos mucho, ¿verdad? -preguntó deliciosamente-, puesto que nuestro amor ha durado hasta hoy... y aun ha crecido. Estreché su mano con ternura y echamos a andar en busca de nuestra góndola para volver al hotel. |
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