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"Amar o ser amado" Mis filosofías |
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Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning | |
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Música: Música: Debussy - Reflets dans l'eau |
Amar o ser amado |
Empezaré por confesaros, amiga mía, que esta conversación (disertación, diríamos más bien), sobre el amor, me desorienta por completo. —¿Y por qué, si gustáis? —Hace un lustro, por lo menos, que ni en lo que escribo, en lo que leo, en lo que hablo... ni aun en lo que pienso, aparece el amor para nada. En los salones, ni quien lo miente: sería la peor de las cursilerías; en las novelas, ni quien de él trate, porque todo está tan redicho y repintado en este género, que lo que pudiera de él insinuarse, a nadie interesa; en el teatro ha desaparecido, a menos que se llame amor a ese intrincado, vario y perpetuo conflicto del adulterio con que nos obsequian liberalmente los autores; en el alma de la juventud no se vislumbra el amor tampoco. Nosotros, que nos casábamos antes a la americana, es decir, con la mujer que nos gustaba más, nos casamos hoy a la europea: el matrimonio se arregla en el despacho de los papas. Por amor ya no se casan más que los archiduques de Austria, últimos abencerrajes del ensueño. Esos aún te llevan, oh Dios, en sus pupilas pensativas, de profundo azul habsburgo... —Exageráis. Hay otros príncipes y princesas que por amor se desposan asimismo. —Cierto; la volandera crónica mundana nos cuenta a veces de pastoras que son amadas por hijos y nietos de reyes... Mas los simples mortales no los imitan. Un pollo de veinte años se creería en el mayor de los ridículos si hablase de amor siquiera. Y así, señora, ¿os atrevéis a preguntarme a mí, poeta maduro, poeta otoñal, en el estricto sentido de la palabra, poeta en cuyos mostachos hay ya los clásicos poivre et sel, si prefiero amar a ser amado?... ¡Ah, buena amiga mía!, en estos momentos somos horriblemente anacrónicos... Estamos démodés, nos hemos vuelto 1830... Por fortuna, todos bailan o se restauran en el comedor. Nadie nos mira, nadie nos oye... Pues bien; yo, señora, prefiero amar... —Exactamente. —¿Y por qué? —¿Qué puedo alegar sino viejas razones cuando me hacéis una tan vieja pregunta? Contemplad por un momento al que es amado, y compadecedlo. Las solicitudes lo rodean y persiguen hasta desesperarlo a fuerza de tedio. Los besos, que para otros labios serían pétalos de flor, o mariposas, o quizá libélulas, son para él moscas, cínifes, cuyo zumbido destroza los nervios. Su propia frialdad enciende el deseo de la enamorada, el cual, naturalmente, está en razón inversa de la parsimonia del amado. Los celos de ella cíñenlo como sierpes y esclavízanlo como cepos. Ojos suspicaces lo acechan. Nariz de alas finas y temblorosas pretende percibir en él a cada paso el olor del pecado. «Este perfume no es el mío—le dicen—. ¡Has estado, pues, con otra!» La tragedia gravita sobre su vida. ¡Lo aman! Es decir, no se pertenece; es decir, de por vida lo han condenado a prisión. A cada paso ha de surgir de los labios amantes la consabida y ridícula pregunta: «¿Me quieres?» Y el grotesco reproche: «¡Ah, bien se ve que no, que ya no me quieres como antes!» Obligado a mentir, el mísero supliciado lo hace cada vez de peor gana. A veces, por la zona de su ensueño pasa la imagen de otra mujer... La ha visto un día a la puerta de un almacén. Aún recuerda, mal de su grado, el ritmo del andar ágil y el timbre de aquella divina voz de contralto al saludar a una amiga... La hubiera seguido; mas ¡para qué! Prefiere el aburrido limbo conyugal al infierno. Le horrorizan las escenas domésticas, por vulgares y por tontas... y se aplica el pobre a obliterar y abolir imágenes vedadas. —Mas ¿por qué se casó?... —Porque confundió el aspecto de la rosa con la rosa misma; el brillo de la nube iluminada con el foco de la luz que la iluminaba. Erró muchas veces antes de casarse, en sus años mozos, con errores de mayor cuantía, y pudo repararlos. Este del matrimonio no tiene, en cambio, reparación posible, con haber sido tan fácil, el más fácil de cometer... Erravimus dumque, tendrá que decir por siempre jamás, como diz que dicen los condenados a quienes, por momentáneos y semiconscientes yerros de hormiga, se destina a vivir abrasados toda una eternidad por un fuego que, para morder almas, se ha vuelto inteligente, según la expresión de la Teología. —Queda el divorcio. —¡Y para qué, si provoca sólo el escándalo, las hablillas avinagradas, el reproche de las buenas gentes en nuestros países hispanos! ¡Un divorcio que trae aparejadas escenas de lágrimas y recriminaciones, y ninguna compensación en cambio! ¡Un divorcio que alarga la cadena, pero que no la rompe!... Mas, invertid ahora los términos, señora mía: él es quien ama... —Hará ella entonces de víctima. —Cierto; pero como la mujer es un delicioso ser pasivo; como, a pesar de todo, la halaga gustar y ser amada, esta víctima es menos digna de lástima. Para él, en cambio, ¡qué impensado e inenarrable deliquio! Roba los besos; pero cada uno de los que roba es hidromiel mezclada con ambrosía. Hurta la posesión, acaso resignada y distraída, de la que se da por deber; mas las llamas de su deseo no se curan de la frialdad que se les opone; la licúan y deshacen instantáneamente. Lo que adora es suyo: las leyes todas y los usos de los hombres se han concertado para arrojar en sus brazos a aquella mujer: ultraperfecta, pues que él la viste con los mejores terciopelos y piedras y damascos de su ilusión; la más bella de todas, pues que sobre todas él la ama... En cuanto a ella, se acomodará fácilmente a su papel de ídolo, que no es del todo desdeñable; y si en lo hondo de su ánima hay un hueco que quiere llenarse con ternuras sentidas, los hijos vendrán a colmarlo y hasta a hacer buen rebose... ¿Estáis convencida, amiga mía? —Sí, señor poeta; ¡y quiero ser amada! —... Pero la duquesa os busca... Es la una. Todos se van... Siempre a vuestros pies... No volveremos a hablar de esto, ¿verdad? —¡Quién sabe!... Quizá una que otra vez, cuando nadie nos oiga, tengamos derecho a un poquitín de cursilería... |
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