Cesa un instante siquiera,
Cesa, avecilla, en el canto,
Y no atraigas a los tuyos
Con tu pérfido reclamo:
El mismo dueño a quien sirves,
Te arrancó del nido amado,
Te robó la libertad,
Te desterró de los campos;
Y por complacerle ahora,
De tanta crueldad en pago
A tu esposo y a tus hijos
Tú misma tiendes el lazo.
La voz del amor empleas,
Brindas con dulces halagos,
Cuando la tierra y el cielo
A amar están convidando;
Pero entre tanto escondida
La muerte acecha a tu lado,
Pronta a salpicar con sangre
Las bellas flores del prado
¡Ay! deja al hombre cruel
Valerse de esos engaños;
Llamar con voz alevosa
y vender a sus hermanos. |