I
Cada intención
era una vida.
Y el corazón—
donde se ahogaron—
un panteón.
Y la existencia,
renunciación.
Filosofía,
o religión...
inútil ansia
de explicación.
Verdad, mentira...
vaga ilusión.
Y todo... pura
conversación.
II
Me hallo muy mal. Sonrío
porque el desprecio del dolor me asiste,
porque aún miro lo bello en torno mío,
y... por lo triste que es el estar triste.
Pero ya la fontana
del sentimiento mana
tan lenta y silenciosa, que el encanto—
sonoro otrora, como risa—es llanto.
III
Guardo entre mis tesoros de cordura
la nostalgia febril de la locura
como gaje de ayer... para un mañana
que no ha de venir ya.
Mustia flor que recuerda la lozana
primavera, y la risa entre la grana
de los labios, fontana de ternura
que se ha secado ya.
Y, así, no es en mí el canto sino el cuento;
que ayer nos da tan sólo el argumento,
y la canción es cosa para el día,
que se ha acabado ya.
Ha llenado la noche el alma mía
y la sombra ha ahuyentado a la poesía.
Porque ya el día suspirado siento
que no amanecerá.
IV
Por uno de esos juegos
de la luz—que los físicos
explicaran llenando
de fórmulas un libro;
cuando al rincón de nuestro fuego, amada,
sobre mi pecho la cabeza inclino;
mirándome las manos
—como hacen los enfermos de continuo—
veo en la faceta de un diamante, en una
faceta del diamante de mi anillo,
reflejarse tu cara, mientras piensas
que divago, o medito,
o sueño... He descubierto,
por azar, este modo tan sencillo
de verte y ver tu corazón, que es otro
diamante puro y limpio.
Cuando me muera, déjame
en el dedo este anillo.
Manuel Machado
Publicado: Cosmópolis. Madrid-2-1919, no. 2 |