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Manuel Abril García en AlbaLearning

Manuel Abril García

"Interviú con el buey del portal de Belén"

Biografía de Manuel Abril García en Wikipedia

 
 
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Interviú con el buey del portal de Belén
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Ahora que estamos en el deber de denunciar a los Poderes toda clase de males, hay que hacer, ante todo, la denuncia de una calamidad insistente: las moscas.

Antes sólo había moscas en verano. En cambio, ahora tejen su encaje de bolillos en pleno mes de enero y hacen su agosto en Pascua.

Dicen algunos que se debe este fenómeno a la calefacción central... No hagan caso; postín que quieren darse; consuelo quimérico; la calefacción pasa, pero la mosca permanece.

El mal se debe, con seguridad, a las muchas Sociedades que se han fundado por el mundo para la persecución y extirpación de la mosca. Como la función crea el órgano y el órgano la función, moscas y Sociedades se han creado mutuamente, y de una calamidad se han hecho dos.

Estas Sociedades para la lucha contra la mosca nos amargan la felicidad del vivir mucho más que las moscas mismas. Las infelices moscas eran hasta ahora unos volátiles más o menos pegajosos y aficionados a las calvas; pero no pasaban de ahí. Ahora, en cambio, desde que han dado origen al moscófobo, la vida, que era sueño, se nos ha convertido en pesadilla.

El moscófobo es una variante — la peor — de ese nuevo y taciturno ser biológico que se llama el higienista.

El higienista quiere escalfarnos la existencia para matar por ebullición a los microbios, y lo que nos mata es el sosiego. Pero el higienista moscófobo hace más: aplica una enorme lupa a las moscas y nos las fotografía, cinematografía, dibuja y esculpe en forma de monstruo apocalíptico, erizado de púas, panzudo, con garras de gerifalte, ojos de dragón, trompa de vampiro y tentáculos de pulpo peludo...

¡Quién iba a suponer que se nos venía encima bicharraco tan tremebundo!...

Yo, que de chico hice estudios de aerostática, metiendo en un globo de papel moscas por docenas; yo, que de las moscas recibí las primeras emociones de arte decorativo: cuando cogía una, le separaba delicadamente con la uña la cabeza del tronco y se la despachurraba (la cabeza) con un papel doblado, para admirar después los arabescos gentilísimos que aparecían en el papel por efecto de aquella operación tan sencillísima; yo, que de adulto me he deleitado contemplando el vuelo de las moscas — tema que ha inspirado en nuestra patria a más de un poeta lírico —; yo, digo, jamás podía haberme figurado, ni de grande ni de chico, que pudieran ser las moscas un fenómeno tan fenomenal como ese que nos enseñan los M. M. K. K. F. S. (Mundial Member Killer Keeping flig's Society: Sociedad de Miembros Mundiales de Guardianes Matadores de las Moscas—) ¡Ya mis gozos ingenuos pasaron! Ya no podré soltar las moscas, como antaño, engalanadas previamente con una banderolita gentil, colocada por mí en su extremidad posterior a manera de rabo verbenero. Yo era feliz entreteniéndome con esto, como era feliz el crustáceo, porque ignoraba su desgracia.

En la actualidad sé ya a qué atenerme, y los goces ingenuos de la edad dorada y antihigiénica han volado también como las moscas; pero no para volver, ¡ay!, como ellas. La mosca, en la actualidad, se ha crecido: como los miembros de la S. M. M. G. M. M. nos presentan la mosca a cien veces su tamaño, llena una sola mosca la habitación, y el Globo, y la existencia.

El animalito que yo cogía en otros tiempos con sólo pasar la mano, veloz, rozando la pared, se ha convertido ahora en un diptococus doméstico, gigantesco y repelente.

La mosca se ha hecho un monstruo parecido a ese otro monstruo rugidor y terrible: el acordeón, y se achica o se agranda, según le acomoda: tan pronto es pequeñito, para caber así, al por mayor, en nuestras cosas y freimos la sangre al por mayor, como tan pronto es grande, más grande que la casa, para atemorizarnos y helarnos en las venas, de terror, la sangre que en las otras ocasiones nos fríe.

Parece al primer pronto que la enorme acción de las Asociaciones moscófobas debiera haber sido beneficiosa por acabar, por fin, con el persistente volátil. Pero no hay tal. Si por un todo es cierto que supone un estrago inmenso en los enjambres enemigos el hecho de que trescientos mil miembros de la S. M. M. G. M. M. tengan consagrada su vida al despanzurramiento metódico de moscas, mediante unos abanicos metálicos, ad hoc, que despachurran sobre los libros, los manteles y las paredes a las volanderas chupadoras de sangre de hombre y de asno; si bien es cierto eso, no lo es menos que esas mismas Asociaciones han cometido una imprudencia imperdonable: han ofrecido pagar a tanto el ciento las moscas fenecidas que les lleven. Y, ¡es natural!, la cría y fomento de la mosca se ha hecho una industria productiva. Hay quien ha echado sus cálculos y ha visto que tiene más cuenta criar y matar moscas que criar y matar cerdos. Y ha fundado en el acto, frente a las M. M. K. K. F. S., las S. F. M. M. M. M.: Sociedad para el Fomento, Manutención y Muerte de las Mártires Moscas.

Y no han tenido que hacer más que una sola cosa para que las moscas, por sí mismas, se propaguen. «Mirad vosotras — se les ha venido a decir —, mirad vosotras a los hombres por la lupa, cuando por la lupa os miren ellos.» El efecto ha sido atroz. La dignísima presidenta de las M. M., etc., señora que mirada sin lupa presenta ya un aspecto de un feo subido, mirada a cien veces su tamaño es algo espeluznante. Interviú con el buey del portal de Belén se han quedado con la trompetilla abierta de estupefacción y de espanto. Ellas sabían ya que existían mujeres temibles; pero no podían suponer que fueran tanto, y al verlas a la lupa y estudiarlas de cerca se han sentido en el deber de organizarse para la defensa metódica y hasta para la ofensiva sistemática.

De ahí que se hayan dedicado, como las naciones humanas en casos de apuros, a la procreación intensiva.

No es otra la explicación de que haya tantas moscas en invierno.

MANUEL ABRILPues nada, señor mío, ¿qué quiere que le diga de nuevo, si todo lo que ocurrió por entonces en nuestra casa de Belén se conoce ya más que de sobra?... Nosotros no teníamos la menor sospecha de lo que iba a pasar, cuando una noche vimos de repente, en el portal, una luz desusada, y en la paja del establo, un bulto blanco, sonrosado, preciosísimo, pero... no comestible. Digo «no comestible» con mi cuenta y razón, porque mi honor de casta tiene empeño en hacerle notar que ninguno de nosotros practica la humana costumbre de testimoniar su admiración comiendo lo que pueden. Los hombres son atroces: como no traguen, se figuran que no sienten de veras. «Te comía», dicen las madres a sus chicos en el colmo del entusiasmo. Cuando alguien triunfa en algo, banquete y a comer. Y ahora, en Navidad, sin ir más lejos, para festejar el acontecimiento de que hablamos, tragan lo intragable y persiguen la indigestión con entusiasmo.

— ...

— Hacía mucho frío, sí señor; pero no para tanto. Yo tenía suficiente abrigo con la piel; en cambio, el pobre niño tiritaba; gracias que yo le echaba el vaho con el hocico... Solamente a los hijos de Dios les basta para remediarse un simple suspiro de unas simples bestias de establo y de trabajo.

— ...

— Vinieron los Reyes cerca de las doce, y trajeron una cantidad fabulosa de riquezas, toda la joyería de la época; pero ni siquiera una manta de abrigo. Sí; tiritando y desvalido estaba el pobre cuando entraron los Reyes, y desnudo y hecho un témpano se quedó cuando se fueron, y es que incluso a mí, que soy un animal, todo se me volvía pensar, mientras ellos sacaban alhajas y alhajas: «Muy bien; todo eso está muy bien; pero, a todo esto, ¿cómo les va a las gentes de sus reinos? A juzgar por las riquezas acaparadas por los Reyes no les debe quedar a sus súbditos ni una mala sortija... Tantas y tantas piedras, señor, ¿por qué no empedrar con ellas los caminos de todos?...»

— ...

— La estrella les guió, según dicen; pero sobre eso de la estrella tengo yo mis reservas mentales... Conformes, desde luego, con que los Reyes no supieran por dónde se andaban, porque ellos se preocupan poco de conocer las tierras donde reinan, y cuando llega una ocasión, no saben lo que hacerse; pero de ahí a que el mismísimo sistema planetario se pusiera en conmoción y dejara a un lado sus costumbres sólo porque a tres Reyes se les ocurriera salir de casa un día, la verdad, me parece excesivo.

No digo yo que no guíen las estrellas; pero a los pastores, no a los Reyes. Y eso debió ser: que algún pastor, guiándose por las estrellas, les guiara. Sólo así puede comprenderse lo ocurrido.

— ...

— ¿Que el qué fue lo ocurrido? ¡Friolera!... ¡Qué se perdieron al volver!... ¡Ah!, pero ¿usted no lo sabía? Pues, sí. La estrella les guió a la venida, pero no a la vuelta. Ellos se creyeron que iba a estar la estrellita siempre a su disposición, sin más que andar de un lado para otro, cuando a ellos se les antojara, y, como de costumbre, no miraron por dónde pisaban. Pero la estrella, al volver, dijo «nones», y ¡allí fue el aprieto! Cuatro días perdidos por el monte... Por poco si tienen que comerse hasta las piedras, las preciosas y las menos preciosas... ¡Fue muy serio!

— ...

— Lo natural, señor, después de todo. Porque si aquel rapaz venía al mundo, venía simplemente porque los encargados de arreglar las cosas por acá no daban pie con bola, y se vieron por allá arriba en la necesidad de echar personalmente una mano. Eso está claro. Eso se me alcanza incluso a mí, que soy un animal. Y si lo duda usted no tiene más que ver en lo que paró todo aquello. Si los Reyes hubieran sabido arreglar a su rebaño un poquito a derechas, no hubiera sido necesaria la intervención excepcional y sobrehumana. Pero era al revés, estaba todo tan por completo de cabeza, que incluso Él, cuando vino a la Tierra, se vio enredado por las cosas y tuvo que acabar como acabó.

— Perdone usted, amigo; pero le haré observar, si me permite, que no fueron los Reyes los que condenaron a Cristo... La verdad ante todo.

— Ah, bueno; ¡me es lo mismo!... Yo, como soy un animal, no veo diferencia... De unos o de otros, fue un juez; uno de esos jueces que lo arreglan todo con lavarse. ¡Siempre me han escamado a mí las gentes que se lavan tantas veces!... ¿Qué harán para ensuciarse?... ¿Me ha visto usted a mí?, ¿me lavo yo jamás? Y sin embargo, no me he ensuciado yo en mi vida ni la mitad de lo que cualquier Poncio de ésos...

MANUEL ABRIL. Buen humor (Madrid). 25-12-1921, no. 4

 

Buen humor (Madrid). 16-12-1923, no. 107

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