Pues ahora verán: yo no estoy bien en qué fue lo que le hizo tío Conejo a tío Tigre, el caso es que lo dejó muy ardido y con unas grandes ganas de desquitarse y juró que lo que era ese gran trapalmejas no se iba a quedar riendo, y no y no.
El pobre tío Conejo, como vio la cosa tan mal parada, se estorrentó por lo pronto de ese lugar, mientras al otro se le iba bajando la cólera. Tío Tigre llamó a varios amigos, y les dijo que cuáles querían ganarse un camaroncito ayudándole a buscar a tío Conejo.
Tía Zorra, que era muy campanera y muy amiga de quedar bien con los que veía que podía sacarles tajada, y que además le tenía tirria a tío Conejo por las que le había hecho, dijo que adió, que qué era ese cuento de camarón, que ella le ayudaría con mucho gusto sin ningún interés, y que por aquí y que por allá.
Tío Tigre no quería y le dijo: —No, no, tía Zorra, cómo va a ser que a cuenta de ángeles somos vaya usté a maltratarse, a mí me da pena.
Entonces tía Zorra le contestó que no se llamaba tía Zorra si no daba con tío Conejo.
Y no fue cuento, sino que desde ese día no paró en su casa, sino que dijo a correr por todo, y usté fisgonea por aquí y usté escucha por allá, y lo que le gustaba era pasar por la casa de tío Tigre con la lengua de fuera haciendo que ya no echaba...
Por fin dio el tuerce que un día pilló a tío Conejo metiéndose en una cueva, y tío Conejo no la vio.
Estuvo un buen rato a la mira a ver si salía, y como no, se acercó poquito a poco y puso la oreja a la entrada y oyó a tío Conejo ronca y ronca allá dentro.
Entonces paró el rabo y dijo a correr y correr, hasta que llegó donde tío Tigre con el campanazo de que ya había dado con tío Conejo.
Tío Tigre le dijo: —Bueno, tía Zorra, cuidado me va a chamarrear, porque entonces usté también sale rascando.
—¡Adió, tío Tigre, cómo va a ser eso! Póngaseme atrás y se convencerá. Eso sí queditico, porque si no se pasea en todo.
De veras, el otro se le puso atrás y llegaron. Tía Zorra se volvió una pura monada, para señalarle dónde estaba tío Conejo.
La entrada era muy angosta y tío Tigre lo que hizo fue meter la mano, que era lo que le cabía, y echó traca; pero quiso Dios que agarró a tío Conejo por la pancilla.
Tío Conejo que estaba bien privado se recordó con sobresalto.
¡Y cuál no sería el susto que se llevó al verse agarrado por la mano de tío Tigre, porque por un rayito de luz que entraba pudo mirar bien y no le quedó la menor duda de eso!
Pero no quiso dar su brazo a torcer, y hablando lo más hueco que pudo, metió esta gran rajonada:
—¿Quién me toca la muñeca?
La voz entre la cueva sonaba muy feo y parecía salir de una boca muy grande.
Tío Tigre, que no lo había soltado, se frunció toditico.
—¡Ni por la perica! ¿Quién sería el que hablaba así y tenía una muñeca tan galana? ¿De qué tamaño sería entonces la mano? ¿Y el brazo? ¿Y la persona que hablaba?
Porque él se la comparó y creyó que la panza era la muñeca. Y se le puso que era un gigante y que tía Zorra le estaba haciendo cachete a este gigante para salir de él.
Entonces pensó que quién lo mandaba hacerle caso a esa gran lambuza, sinvergüenza, y sin aguardar más razones, dijo por aquí es camino, y tía Zorra quedo cual sus patas. |