Un hombre de edad madura
Que empezaba a encanecer,
Juzgó que llegado había
Del matrimonio la vez.
Como era en extremo rico,
Tenía donde esdoger;
Las mujeres se esforzaban
Porque las hallase bien;
Él no se daba gran prisa,
Aunque las dejaba hacer,
Que decidir es difícil
Cosa de tanto interés.
Mas su corazón dos viudas
Lograron enternecer;
Una, joven todavía;
La otra ya en la madurez,
Que reparaba con arte
Del tiempo el estrago cruel.
Estas dos viudas, jugando
Y riendo a más no poder,
Arreglaban a su gusto
La cabeza del doncel.
La vieja a cada momento
Arrancaba sin merced
Un poco del pelo negro
Que allí se dejaba ver,
Porque su amante estuviese
Más a su gusto; a su vez
La joven los pelos blancos
Le quitaba con placer,
Y tanto las dos hicieron
Que nuestro pobre doncel
Al cabo se quedó calvo
Y advirtió la mala fe.
"Gracias" -dijo- "mis hermosas,
Que así pelado me habéis;
Gano más de lo que pierdo
Porque no me casaré.
La que tomara querría
Arreglarme sin merced
Al gusto suyo, y no hay calva
Que resista a una mujer".
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