AlbaLearning - Audiolibros y Libros - Learn Spanish

| HOME | AUDIOLIBROS | AMOR | ERÓTICA | HUMOR | INFANTIL | MISTERIO | POESÍA | NO FICCIÓN | BILINGUAL | VIDEOLIBROS | NOVEDADES |

Julio Brandao en AlbaLearning

Julio Brandao

"Navidad"

Biografía de Julio Brandao en Wikipedia

 
 
[ Descargar archivo mp3 ]
 
 

Navidad

OBRAS DEL AUTOR
Cuentos
Navidad
 

ESCRITORES PORTUGUESES

Fernando Pessoa
Julio de Sousa Brandao
Miguel Torga
LE PUEDE INTERESAR
Cuentos de Navidad
Prensa y Revistas
 

¡Navidad! ¡Navidad! Parece que todos los pesares mezclados de deseos vienen de un vuelo a posarse en nuestras almas, o que florecen misteriosamente en pleno invierno, en un jardín encantado, todas las dulces realidades perdidas, las cuales, en suma, no fueron más que sueños.

¿Quién es aquel que no tiene en los entresijos de su corazón silenciosas y medrosas imágenes envueltas en una niebla de luna que les sirva de velo: rostros amados que, en esos días de fiesta, aparecen de pronto en nuestra memoria y, divinamente, a flor de las almas, emergen como flores de pesar y de misterio? Un antiguo amigo, perdido en un naufragio hace muchísimo tiempo, y cuya voz serena y clara creemos oír; una hermana ausente, que llenaba la casa de candor y de gloria; el ala arcangélica de una hija; la abuela discreta y amable, única que recibía la confesión de faltas de nuestro corazón; los padres, la mujer amada, todos aquellos que han vivido al abrigo de nuestro afecto, helos aquí surgir, no como espectros, sino resucitados y suaves, con el mismo gesto sencillo y personal, el mismo paso rítmico, la misma mirada, melancólica como un crepúsculo, o llena de luz aun como ilusiones de gloria.

La víspera del día de Navidad de que quiero hablar, había habido un día de lluvia de una tristeza de plomo. Para los corazones apenados, los días grises evocan mil sueños y mil menudas alegrías pasadas, que arrastró la gran ola de la vida como los pétalos dichosos de las margaritas deshojadas por las muchachas sobre un agua corriente. Los cielos, pesados, prometían desencadenar aguaceros sacudidos por el viento del sur, que silbaba como culebras en los árboles esqueléticos o que aullaba como lobos en la garganta de la sierra. Y esta luz baja, evocadora de dulces imágenes, era para Romana infinitamente nostálgica.

Navidad quiere decir amor, y para Romana, muy de temprano había comenzado a zumbar en su alma ingenua aquella abeja misteriosa, cuya miel es tan vieja, pero que cada vez que se aspira se encuentra más aromática y más
dorada.

"¡Ah! ¡Qué triste iba a ser la Navidad de aquel año!", pensaba ella. Vendrían todos, era seguro; los pequeños reirían; las primas del Tojal cantarían villancicos, la cena sería abundante y bien provista. Pero los ojos de Romana tenían la melancolía de los pájaros tristes que vuelan lentamente a través de un crepúsculo otoñal; era una honda tristeza que la mecía, a la manera de un barco que se balancea suavemente sobre un abismo. ¿Qué podría haberle ocurrido a Manuel? Habiéndose ido tan lejos, ¿por qué no decía, en dos palabras, cuándo volvería, o si estaba enfermo? Había algo particularmiente angustiante en ese silencio fatídico y doloroso, que parece siempre, para cualquiera que sabe amar, una ironía de la muerte. Si podía ser feliz, bastaría. Pero ¿sería feliz? ¿Quién sabe, en los abismos del destino, en qué sitio nos aguarda el torbellino fatal? ¿Quién puede saberlo? Y ella, apoyada en la vidriera, alargaba la mirada de sus lindos ojos sobre la carretera desierta, a través de las frías montañas, a través de las campiñas en donde las viviendas comenzaban a humear y en donde, en cada hogar, los leños chisporroteaban, como si las lenguas de fuego hubiesen hablado un lenguaje misterioso de confortación y de amor. ¿Por qué sus miradas se alargaban de aquel modo, puesto que las pesadas nubes le decían que casi siempre todo es ligero como el humo y errante como ellas, que vuelven al mar, transformándose en lágrimas?

Pero del interior, una voz un poco ronca llamó:

— Romana: las del Tojal están aquí. ¿Has oído?

— ¡Ya voy, padre mío! ¡Ya voy!

El mayoral tosió con su antigua ronquera, y se alejó, apoyado sobre su bastón, hecho con un rosal de la India.

¡Las del Tojal! ¿Sabrían ellas, por casualidad, lo que había sido de Manuel?

Con esta esperanza, Romana sintió latir su corazón.

Desde su tierna infancia, Romana y Manuel pasaban juntos aquella fiesta; armaban un nacimiento con los del Tojal, jugaban a la peonza locamente, saltaban como los pájaros sobre un árbol cuando las cosechas de Dios se secan al sol. La tía Mónica (la madre había muerto muy joven) contábales la historia de las botas de siete leguas y la de la princesa Ursulina, que tenía un gran jardín con manzanas de oro y lindos brazaletes de esmeraldas, y que se había casado con un caballero venido de muy lejos, el cual había dado muerte con su fuerte espada de héroe al dragón encantado y maldito... ¡Cómo cantaban todos! ¡Cómo reían y cómo bailaban! El mayoral tomaba una romántica viola, o bien, en el piano viejo, la tía Mónica acompañaba el coro adorable:

¡Oh, Constanza, no me abandones!
Pues yo aun no te he dejado.
En jardín donde hay tantas flores,
yo no sé cuál escoger.

Daba vueltas la ronda con un balanceo de barcarola, y Manuel, en medio del círculo, esperaba abrazar a la preferida, que era siempre Romana. Era una pareja de ingenuos enamorados. Así la flor se vuelve ingenuamente hacia la luz del sol desde las mañanas del Génesis.

Luego los dos niños habían crecido, y Manuel se encontró bruscamente huérfano y pobre, porque su disipador padre se había tragado una gran fortuna. Entonces un pariente lo llamó al Brasil, y él comprendió que debía marchar, para volver más tarde a casarse con Romana, la dulce compañera de los nacimientos de Navidad, la princesa Ursulina de sus sueños.

Su adiós supremo fue tierno y sencillo como un idilio antiguo. Vino a verle aun desde lo alto de la tapia, cubierta de rosas trepadoras. Tenía ella los ojos llenos de lágrimas... Manuel pasaba en la diligencia, que llenaba el valle silencioso con el tintineo de los cascabeles y hacía emprender el vuelo a los pájaros asustados. Sin dejar de llorar, Romana le tiraba flores. La tarde caía.

De lejos, mientras subía la pendiente, Manuel seguía mirando, diciendo adiós con su pañuelo. Los dos lloraban. Ya se alzaba la luna. Y durante largo rato permanecieron mirándose, desfallecientes bajo las estrellas, el espacio mudo y pálido, abrigo de ensueño eterno, en donde eternamente giran las miradas de aquel que ama.

Él, apenas llegado, escribió. Contó el viaje nostálgico: cómo la pena ardiente, con sus manos de terciopelo, le había desgarrado el pecho; cómo aquel mar tan profundo parecía gemir las mismas angustias de su corazón enamorado; como sus ojos, llenos de la imagen de Romana, casi cegados con su sola vista, inundábanse de lágrimas cuando sobre la cubierta del barco, siempre tejiendo quimeras, se ocupaba en alzarlos hacia la luna de alta mar... Y siempre Manuel evocaba la gracia de Romana, la serena bondad de su mirada, la dulzura de su voz y de su nombre...

Pasaba la infancia con ese nimbo de sueños y de belleza que la dora. Venían los recuerdos, ligeros como sonrisas, pero que son más caros a los novios y pesan más quizá en la vida humana que las largas y sangrientas victorias: paseos silvestres, las moras agarradas, la gallina ciega en torno a los romeros en flor, y las currucas que se iba a oír cantar en los naranjos, románticos árboles del amor y de la poesía.

Escribía siempre, con la puntualidad de los astros que se alzan o se encienden en la curva de los cielos. Pero hacía meses que las largas cartas habían cesado. Del lado de Manuel ya no había más que silencio y un enigma. Romana lloraba, la tía Mónica reñía más aún a los criados, y el mayoral, a quien el matrimonio agradaba, andaba con mayor obstinación sin querer jugar con sus antiguas amistades.

Pero no dejaron de acompañar a las del Tojal, que daban a la vasta y tranquila casa una bulliciosa alegría. Eran tres, a las que llamaban las Gracias; los niños vinieron también: desde que el padre había muerto, todos, en compañía de la madre, cenaban con el tío mayoral. Dormían en la vieja mansión, con los compañeros del ecarté: el padre Senna, solo ya en el mundo, figura enjuta y arrugada, de viejo, de cabellos de plata; el abogado Arruda, romántico, con amplio gesto oratorio, solterón impenitente y liberal a la moda de 1820; y Serráo, propietario y filósofo, que defendía aún a su excelencia don Miguel, como si lo viese en Sines, sobre el camino del destierro, deteniendo sus ojos negros y tristes sobre las higueras de Portugal.

Comenzó la solemne cena, presidida por el mayoral. La tía Mónica, de cofia, se empleaba en dar órdenes a la cocina, en donde Romana y las Gracias ayudaban a preparar las confituras.

Sobre el gran aparador resplandecían las vajillas de plata y de porcelana. Los niños gorjeaban como pájaros, y para completar la paz y el consuelo de esta cena patriarcal, el viento silbó más frío, y la lluvia volvió a descargar sobre los cristales de las ventanas.

— ¡Un bonito tiempo para estar fuera! — dijo Serráo, que quizá se preguntaba si el querido príncipe no viajaba a tal hora por el destierro, sin paraguas.

Pero las enormes fuentes aparecieron con la merluza humeante, la carne asada y las coles grandes y verdes.

Seguían los pastelillos y ese pólipo "pérfido y vil", al decir de los clásicos, pero para quien el hombre fue generoso hasta el punto de comerlo en guisado; por encima de todos celebraban la invasión de las confituras, de las frutas del collado, las garrafas de vino, rojas como flores de cardo, y la sopa dorada.

El vino llenaba las copas, encendía los rostros. La tía Mónica reñía a las criadas, y las tres Gracias reían como pájaros en ramaje. Un niño vertió un vaso de vino, que hizo sobre el mantel una mancha inmensa. La buena tía Mónica riñó más aún. Y el viejo abogado explicó en una larga imagen que aquella mancha roja era la alegría y la suerte.

El viento parecía aullar todavía, la lluvia caía, y las ramas de un árbol, sacudidas, golpeaban las vidrieras.

— ¡Jesús! ¡Si fuesen ladrones!...

Los ojos de los niños, asustados, acecharon.

— ¡Si fuera eso, se encontrarían con alguien! — respondió Serráo, bebiendo otra copa, roja a la luz como una granada líquida.

El mayoral reía beatíficamente. Solo Romana estaba triste; oía la lluvia, la lúgubre noche condenada, rompiendo las ramas de los árboles, arrancando el bálago de las chozas miserables; sólo ella escuchaba a su corazón, con el que hablaba en secreto. "¡Pobre Manuel! ¿Qué será de él?" Los párpados se agitaban, como para asustar a una lágrima rebelde.

Una de las primas le arrojaba pasas:

— ¿En qué piensas? ¡Deja la lluvia!...

Pareció salir de una pesadilla. Sobre el rostro del mayoral pasó una nube sombría...

Pero el padre Senna explicaba que a medianoche, de la que se aproximaban, había nacido Jesús. Y había nacido humilde, sobre la paja de un pesebre, para mostrarnos que en la mayor humildad se oculta la más prodigiosa grandeza.

Allí fueron a adorarle los pastores, los humildes, tocando el caramillo; fueron los Reyes Magos, montados en camellos, por cuestas y desiertos, llevando cofrecitos llenos de dones
preciosos, el incienso y la mirra olorosos... Y, mientras, la mula bendita y la vaca del establo trataban de calentar con su aliento al Niñito divino.

— ¡Tiempos que no volverán más! — dijo Serráo, guiñando los párpados.

— La naturaleza entera — continuó el padre Senna, — desde los reyes colmados de oro hasta las plantas viles de los caminos, adoraba a Jesús, hijo de María, la más dulce y la más pura mujer de Galilea. Y una estrella descendió de lo alto, muy viva, para colocarse sobre la cabaña, pues, en un milagro sorprendente. Aquel que enseña a los hombres a ser sencillos como los lirios, y que muestra cómo la piedad es la escalera de la felicidad, cómo el amor es la única llave de los cielos, acababa de descender sobre la tierra.

Todos escuchaban, en un silencio recogido, al padre Senna, virtuoso y sencillo. La tía Mónica tenía los ojos húmedos, y hasta Serráo, de tiempo en tiempo, entornaba los suyos, quizá en busca de los tres reyes Magos montados sobre sus camellos a través de los arenales de Siria...

Luego el mayoral bebió por sus viejos amigos, que se alegraba en aquella velada de ver a su lado. Las copas chocaron, y se probó otro vino, que fue traído en una botella muy vieja, y que el tío anunciaba como un néctar mientras lo descorchaba. Arruda dio las gracias de manera romántica; habló del fuego sagrado de los lares, de las profundas pasiones de la existencia, de los afectos perdidos, de los besos de los muertos, de las ilusiones admirables y destruidas... Bebió por todos los ausentes.

Ante este brindis, Romana sintió que la ahogaba un sollozo, y una lágrima se deslizó de sus ojos. Alzando la copa a los labios, la manita pálida temblaba como una flor al aire. Y todos hicieron aquella libación melancólica, acordándose de los seres queridos, como quien sopla las cenizas de un brasero de tristeza...

Serráo se levantó; jamás dejaba de beber por la salud del príncipe desterrado.

Pero este brindis, que debía seguramente encender pintorescas discusiones políticas, fue interrumpido por tres golpes dados ruidosamente en la puerta de la casa, que resonó largamente.

— ¿Quién es? ¿Quién está ahí? ¡Jesús!...

La pueril idea de los ladrones reapareció, asustando a las mujeres y a los niños.

— Serráo, ¿si será el príncipe desterrado? — dijo el abogado sonriendo.

Todos callaban. Los perros ladraron. Oíase aún el viento y las gotas de la lluvia...

Pesados pasos se aproximaban... El silencio era profundo y triste. En la puerta, con su gran capote mojado, muy pálido por la fatiga, pero iluminado por una gran ilusión, un hombre apareció y preguntó:

— ¿Es que llego aún a tiempo?

Todos se levantaron, llenos de una sorpresa y de una alegría sin límites. Había lágrimas en los ojos. Romana corrió, dio un grito y, toda temblando, fue a caer en los brazos del recién llegado.

— ¡Manuel, Manuel! ¡Has vuelto!...

— ¡Romana!...

Julio Brandao
Caras y caretas (Buenos Aires). 24-12-1938, n.º 2.099

Inicio
     
 

Índice del Autor

Cuentos de Amor

Cuentos de Navidad

 
 
 

¡Nuevos cada día!

NOvedades en AlbaLearning - Nuevos audiolibros cada día


De actualidad
Cuentos de Navidad *
Misterio y terror *
Literatura erótica para adultos. Guentos galantes. *
Cuentos de amor y desamor para San Valentín *
Colección de Poemas *

Fábulas *
Biografías Breves *
Pensamientos, Máximas y Aforismos *
Especiales
Santa Teresa de Jesús
Cervantes
Shakespeare
Rubén Darío
Emilia Pardo Bazán
Federico García Lorca
Julia de Asensi
Carmen de Burgos
 
Especial
"Los huesos del abuelo" de Carmen de Burgos
"D. Jeckill y Mr Hyde" de R. Louis Stevenson
"El diablo desinteresado" de Amado Nervo
"La casa de Bernarda Alba" de F. García Lorca
AUTORES RECOMENDADOS
Don Quijote - Novelas Ejemplares - Auidiolibro y Libro Gratis en AlbaLearning William Shakespeare - IV Centenario - Audiolibro y Libro Gratis en AlbaLearning Especial de Rubén Darío en AlbaLearning - Centenario Especial Amado Nervo Especial de Emilia Pardo Bazán en AlbaLearning - Centenario Federico García Lorca Carmen de Burgos (Colombine) - Audiolibros y Libros Gratis en AlbaLearning
 
ESPECIALES
Esta web utiliza cookies para poder darles una mejor atención y servicio. Si continúa navegando consideramos que acepta su uso.

¿Cómo descargar los audiolibros?

Síganos en:

Síganos en Facebook - Síganos en Twitter - Síganos en Youtube

Deje un mensaje:

Guestbook (Deje su mensaje - Leave your message) Guest-book

©2021 AlbaLearning (All rights reserved)