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Cuento 51
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Cuento 51 Lo que sucedió a un rey cristiano que era muy poderoso y muy soberbio |
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Otra vez hablaba el Conde Lucanor con su consejero Patronio, y le dijo así: -Patronio, muchos me dicen que la humildad es una de las virtudes que más agradan a Dios; otros afaman que los humildes son menospreciados por la gente y que son considerados cobardes y pobres de espíritu, por lo cual a los grandes señores les conviene ser soberbios. Como estoy seguro de que nadie puede saber mejor que vos cómo debe ser un gran señor, os ruego que me digáis cuál de estas dos cualidades es más conveniente y qué debo hacer en este asunto. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que veáis qué es lo mejor y más provechoso para vos, me gustaría mucho que supierais lo que sucedió a un rey cristiano, que era muy poderoso y muy soberbio. El conde le pidió que se lo contase. -Señor conde -dijo Patronio-, en un país, cuyo nombre no recuerdo, vivía un rey muy joven, rico, poderoso y muy soberbio, tanto que asombraba a todos por su orgullo. A tanto llegó su soberbia que una vez, oyendo el Magníficat de la Virgen, al escuchar el versículo que dice «Deposuit potentes de sede et exaltavit humiles», que en castellano significa «Dios Nuestro Señor humilló a los poderosos y exaltó a los humildes», sintió gran pesar y mandó que en su reino se borrara ese versículo para poner en su lugar este otro: «Et exaltavit potentes in sede et humiles posuit in natus»; cuyo significado sería: «Dios exaltó a los poderosos en sus tronos y humilló a los humildes». »Nuestro Señor sintió mucho este cambio, pues con él se decía lo contrario de lo que había expresado la Virgen en ese cántico, ya que, cuando Nuestra Señora se vio madre del Hijo de Dios, al que concibió y alumbró siendo Virgen y sin menoscabo de su pureza, al verse Señora de los Cielos y de la Tierra, dijo de sí misma, alabando la humildad por encima de la demás virtudes: «Quia respexit humilitatem ancillae suae, ecce enim ex hoc benedictam me dicent omnes generationes»; es decir: «Porque Dios, mi señor, admiró en mí la humildad, me llamarán bienaventurada todas las generaciones». Y así ocurrió, en efecto, porque nunca, ni antes ni después de la Virgen, pudo ser bienaventurada ninguna mujer, pues sólo ella, por sus virtudes, y sobre todo por su humildad, mereció los títulos de Madre de Dios y Reina de los Cielos y la Tierra, para ser colocada sobre los coros de los ángeles. »Mas al rey soberbio le sucedió todo lo contrario, pues un día quiso ir a los baños y se dirigió allí con toda pompa y un numeroso cortejo. Para entrar en el agua, se tuvo que desnudar y dejó su manto y túnica fuera del baño; entonces, mientras se bañaba el rey, Dios envió un ángel a los baños que, por voluntad y deseo del Señor, tomó la forma del rey, se vistió con sus ropas y se hizo acompañar por todos los cortesanos camino del alcázar. A la puerta de la casa de baños quedaron unas ropas muy humildes y viejas, como las que llevan los mendigos que van de casa en casa. »El rey, que aún seguía bañándose, no sabía nada de lo que había pasado. Cuando deseó salir del agua, llamó a sus camareros y cortesanos, ninguno de los cuales le respondió, puesto que todos se habían marchado ya, creyendo que acompañaban al rey. Al ver que nadie le contestaba, el rey se enfadó mucho y juró que castigaría a todos con horribles tormentos. Y sintiéndose humillado, salió del baño desnudo, pensando que alguno de sus camareros le daría con qué vestirse. Llegó al lugar donde debían de estar sus acompañantes, pero no encontró a ninguno y se volvió a la sala de baños, buscándolos por todas partes, sin encontrar absolutamente a nadie. »Estando así muy preocupado y sin saber qué podía hacer, vio aquellas ropas tan pobres y viejas, que estaban tiradas en un rincón; pensó ponérselas y marchar en secreto a palacio, para tomar venganza muy cruel de quienes lo habían escarnecido y humillado. Vestido con aquellas ropas, sin que nadie lo reconociera, se dirigió al alcázar, cuya puerta estaba vigilada por un guardián a quien el rey conocía bien y que era, además, uno de los que lo habían acompañado hacía un rato a los baños; cuando se acercó a él, le dijo en voz muy baja que le abriese la puerta y lo llevara en secreto a sus habitaciones, para que nadie lo viera con tan pobres vestiduras. »El guardián, que estaba armado con espada y maza, le preguntó quién era pues demostraba tanta osadía. El rey le contestó: »-¡Ah, traidor! ¿No te basta la burla que me habéis hecho al dejarme solo y desnudo en el baño y obligarme a volver con estos andrajos? ¿Acaso no eres fulano y no sabes que soy vuestro rey, vuestro señor, al que habéis abandonado en la casa de baños? Abre ya la puerta, antes de que venga alguien que me reconozca, pues, si no lo haces, da por seguro que te torturaré antes de que te maten. »Pero le contestó el guardián: »-¡Loco, villano! ¿Qué amenazas son esas? Sigue tu camino y no digas más locuras, pues de lo contrario te daré un escarmiento, porque el rey ya hace tiempo que volvió de los baños, y todos lo acompañamos; además, ha comido y ahora está reposando, así que no alborotes, pues podrías despertarlo. »Cuando el rey lo oyó decir esto, pensó que era por seguir la burla y, lleno de rabia y de vergüenza, lo atacó, queriendo arrancarle los cabellos. El guardia repelió el ataque, pero no lo quiso herir con la maza, aunque le dio un gran golpe con el mango, por lo cual el rey empezó a sangrar por muchas partes de la cabeza. El rey, al sentirse herido y ver que el guardián tenía espada y maza, mientras que él no tenía armas ni para atacar ni para defenderse, y creyendo que el soldado estaba loco, por lo que podría matarlo si seguía insistiendo, decidió irse a casa de su mayordomo y ocultarse allí hasta que curase de sus heridas. Pensó que, una vez repuesto, tomaría venganza de quienes lo habían humillado y escarnecido. »Al llegar a casa de su mayordomo, tuvo peor suerte que con el guardián de palacio, por lo que también decidió alejarse rápidamente. »Se dirigió entonces, de la forma más secreta, a casa de su esposa, la reina, creyendo que todas aquellas desgracias le habían sobrevenido porque sus vasallos no lo reconocían, cosa que sin duda no podría ocurrirle con la reina, su esposa. Cuando le hubo contado que él era el rey y que había sido golpeado por los guardias, la reina pensó que, si el verdadero rey, al que ella creía en su casa, llegara a saber que había prestado atención a sus palabras, se enfadaría muchísimo, por lo cual mandó que golpeasen a aquel loco y que lo echaran de su casa, por demostrar tan gran atrevimiento ante ella. »El pobre rey, cuando se vio tan mal parado, no supo qué hacer y se fue a un hospital, donde estuvo muchos días para curar sus heridas. Cuando sentía hambre, se ponía a pedir de casa en casa; las gentes se burlaban y mofaban de él, diciéndole que cómo, siendo el rey de aquellas tierras, era tan pobre. Como todos se lo decían y tantas veces se lo repitieron, él llegó a creer que estaba loco y que su locura lo había llevado a creerse rey. De esta manera vivió mucho tiempo pensando todos que padecía una locura muy frecuente, que consiste en creer que uno es distinto de lo que parece o que vive en estado de mayor dignidad. »Estando el rey en tan triste estado, Dios, que siempre quiere el arrepentimiento de los pecadores y, por ello, les busca un camino para su salvación, del que sólo se apartan por su propia culpa, hizo que aquel desdichado, que tan pobre y humillado se veía a causa de su soberbia, comenzara a pensar que todas sus desgracias eran castigo de sus pecados, sobre todo de su orgullo, que lo había llevado a cambiar el versículo del cántico de la Virgen. Cuando el rey comprendió esto, empezó a sentir en su corazón tanto arrepentimiento y tan gran pesar que no se podría decir con palabras; de tal modo que más le pesaba haber ofendido a Nuestro Señor que la pérdida de su reino y, aunque veía su cuerpo lacerado y humillado, no hacía otra cosa sino llorar y pedir perdón a Dios por sus pecados y gracia para su alma. Tal era su dolor que nunca se le ocurrió pedirle a Dios que le devolviera su trono o su dignidad, pues todo eso él lo tenía en muy poca cosa y sólo deseaba el perdón de sus pecados y la salvación de su alma. »Creed, señor conde, que, de cuantos hacen peregrinaciones, dan limosnas, o ayunan, o elevan plegarias, o hacen buenas obras para que Dios les dé, les guarde o les acreciente la salud corporal, su honra o su riqueza, yo no digo que hagan mal. Sí os digo, sin embargo, que, si todas estas buenas acciones sólo las hicieran para conseguir el perdón de sus pecados y la gracia de Dios, que se alcanzan por las buenas obras, hechas con recta intención y sin hipocresía, les iría mucho mejor, pues sin duda alcanzarían el perdón y la gracia de Dios, que sólo quiere del pecador que se arrepienta y viva en la humildad y en la verdadera contrición de sus culpas. »Por ello, cuando el rey se arrepintió, fue perdonado por la misericordia de Dios, quien, en su infinita bondad, no sólo le otorgó el perdón sino que también le devolvió su reino y su estado cumplidamente. Y ocurrió de este modo: »El ángel, que ocupaba su lugar y tenía la forma del rey, llamó a un guardia y le dijo: »-Me han contado que anda por ahí un loco que dice ser rey de estas tierras y otras locuras parecidas ¿Qué tipo de persona es y qué cosas dice? »Dio la casualidad de que el guardia era el que había golpeado al rey el mismo día que salió desnudo del baño. Como el ángel, a quien todos tenían por rey, le pidió que le contara todo lo referido a aquel loco, el guardia le comentó cómo todas las gentes se burlaban y mofaban de él, al oír los desatinos que decía. El rey, después de escucharlo, le ordenó que lo fuese a buscar y lo trajera a palacio. Cuando el rey, a quien todos tenían por loco, hubo llegado a presencia del ángel, que estaba ocupando el lugar del rey, se fueron a un sitio apartado y le dijo el ángel: »-Amigo, me han contado que vais por ahí diciendo que sois rey de esta tierra y que habéis perdido el reino por no sé qué desgracia o desventura. Os ruego, por la fe que debéis a Dios, que me contéis cómo es todo esto, sin encubrirme nada, pues yo os prometo que nada os sucederá. »Cuando el desdichado rey, que vivía como un loco y era tan desventurado, le oyó decir aquello a quien tenía por rey, no supo qué responderle, pues de una parte pensó que se lo preguntaba por sonsacarlo y, si decía que era el rey, le mandaría matar. Por ello empezó a llorar muy amargamente y le contestó, como persona que estaba muy preocupada: »-Señor, no sé cómo responderos a lo que me decís, pero como la vida que llevo y la muerte me dan igual y Dios sabe que ya no espero ni honores ni riquezas, no voy a ocultaros nada de lo que realmente siento. Os digo, señor, que yo estoy loco y que todos me tienen por tal, tratándome como a un loco desde hace mucho tiempo. Y aunque alguno podría estar equivocado, si yo no estuviera loco, no podrían equivocarse todas las personas, buenas y malas, ricas y pobres, listas y necias; pero, aunque yo veo todo esto y lo comprendo, creo sinceramente que fui rey de esta tierra y que perdí el reino y la gracia de Dios por mis pecados, sobre todo por mi orgullo y soberbia. »Entonces le contó el rey con mucha pena y con muchas lágrimas lo que le había pasado, el cambio que había hecho en las palabras del cántico de la Virgen, y también todos sus pecados. Cuando el ángel, a quien Dios había mandado para tomar su figura y pasar por rey ante todos, comprendió que sentía más pena por los pecados que había cometido que por la pérdida del trono, le contestó por mandato de Dios: »-Amigo, os digo que en todo decís la verdad, pues habéis sido rey de esta tierra, pero Dios Nuestro Señor os quitó el reino por las mismas razones que decís, y me envió a mí, que soy uno de sus ángeles, para que tomara vuestra figura y estuviera en vuestro lugar. La misericordia del Señor, que es infinita y sólo busca que el pecador se arrepienta y viva, ha mostrado con este milagro las dos condiciones necesarias para que el arrepentimiento sea verdadero: que exista un auténtico deseo de no volver a pecar y que el arrepentimiento sea sincero. Como Dios ha visto que en vos se dan estas condiciones, os ha perdonado y me ha mandado a mí que os devuelva vuestra figura y os reponga en vuestro trono. Os ruego y os aconsejo que os guardéis, sobre todo, del pecado de la soberbia, pues este es el que más aborrece Dios nuestro Señor, ya que va contra su poder y majestad y hace que los hombres pierdan su alma. Estad seguro de que nunca se ha visto nación, familia, clase ni persona que fuese esclava de la soberbia y que no haya sido abatida o castigada. »Cuando el rey, a quien todos tomaban por un loco, oyó decir estas palabras al ángel, se postró ante él, llorando muy amargamente y, creyendo todo lo que decía, lo veneró como mensajero de Dios, pidiéndole que no se fuese hasta que todos estuviesen reunidos y se hiciera público este milagro que Dios había obrado en él. Así lo hizo el ángel. Cuando todos estaban juntos, habló el rey y les contó todo lo que le había pasado. Luego habló el ángel, que confirmó el relato del rey y se mostró como ángel a los ojos de todos. »Entonces el rey hizo numerosas y frecuentes penitencias y, entre otras cosas, mandó que en todo su reino, para desagraviar a la Virgen, escribieran con letra de oro el versículo del Magníficat, cosa que todavía hoy siguen haciendo, según he oído decir. Terminada su misión, volvió el ángel a los cielos y se quedó el rey con sus gentes muy alegres y muy felices. En los años que luego vivió, el rey sirvió muy bien a Dios y a su pueblo, realizando buenas e importantes obras para sus vasallos, por las que alcanzó la fama en este mundo y la vida eterna en el otro, que todos deseamos conseguir por merced de Dios. »Vos, señor Conde Lucanor, si queréis lograr la gracia de Dios y la buena fama en este mundo, haced buenas obras, que estén bien hechas, sin doblez ni hipocresía, y de todos los males del mundo guardaos, sobre todo de la soberbia, y sed humilde sin falsa piedad ni simulaciones. Tened presente la humildad, pero guardando siempre el decoro propio de vuestro estado, de forma que seáis humilde, pero no humillado ni vejado por nadie. Los poderosos y soberbios no podrán encontrar en vos humildad vergonzante ni apocamiento, y los que sean humildes ante vos siempre deberán encontraros lleno de humildad y de buenas obras. Al conde le gustó mucho este consejo y pidió a Dios que le diera fuerzas para seguirlo y ponerlo en práctica. Y como a don Juan le agradó mucho esta historia, la mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así: A los justos y humildes, Dios los ensalza: |
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