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Cuento 45
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Cuento 45 Lo que sucedió a un hombre que se hizo amigo y vasallo del diablo |
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Hablaba otra vez el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: -Patronio, un hombre me dice que sabe muchos agüeros y encantamientos por los que no sólo podré adivinar el futuro, sino también aumentar mis riquezas y bienes; pero estoy seguro de que en esas malas artes siempre hay pecado. Por la confianza que tengo en vos, os ruego que me aconsejéis lo que debo hacer en este asunto. -Señor conde -dijo Patronio-, para que podáis hacer lo más conveniente, me gustaría contaros lo que sucedió a un hombre con el diablo. El conde le pidió que se lo contara. -Señor conde -dijo Patronio-, había un hombre que, después de haber sido muy rico, se volvió tan pobre que no tenía con qué alimentarse. Como en el mundo no existe mayor desgracia que la desdicha para quien siempre ha sido feliz, aquel hombre que había sido tan rico, viéndose tan pobre, se sentía muy desdichado. Cuando un día iba caminando a solas por el monte, muy triste y desesperado, se encontró con el diablo. »Como el demonio conoce todas las cosas pasadas, aunque sabía la desgracia de aquel hombre, le preguntó por qué estaba tan triste y pesaroso. El hombre le contestó que no debía decírselo, pues no podría él acabar con sus males. »Mas el diablo le dijo que, si estaba dispuesto a obedecerlo, él pondría fin a sus desdichas y, para que viese que podía hacerlo, le diría en seguida en qué iba pensando y por qué estaba tan triste. Entonces le contó toda su historia y los motivos de su tristeza, diciéndole, además, que, si hacía cuanto le ordenase, lo sacaría de la miseria y lo haría el más rico de todos los hombres, porque, como era el demonio, tenía poder para hacerlo. »Al oírle decir que era el diablo, el hombre tuvo mucho miedo, pero, por la pena que traía y la miseria en que estaba, le contestó que, si lo hacía rico, le obedecería en todo. »Como el demonio busca siempre la ocasión más propicia para engañar a los hombres, cuando los ve angustiados, temerosos, en momentos de apuros o incapaces de conseguir lo que desean, encuentra ahí la mejor ocasión para lograr de ellos cuanto quiere; por eso buscó el modo de engañar a aquel hombre que estaba tan desesperado. »Firmaron entonces un pacto y el hombre se hizo vasallo del demonio. Después de esto, el diablo le dijo al hombre que, de allí en adelante, podía robar lo que quisiese, pues nunca encontraría cerrada una casa o una puerta que, por muy bien cerradas que estuvieran, él no se las abriera, y que, si por casualidad se viese en un apuro o encarcelado, le bastaría con decir: «Socorredme, don Martín», para que él viniera en su ayuda y recuperara la libertad. »Después de todo lo cual, se separaron. »Una noche muy oscura, pues los que son amigos del delito actúan siempre en la oscuridad, aquel hombre se dirigió a casa de un comerciante. Cuando llegó a la puerta, el diablo se la abrió, así como el arca, con lo que consiguió un buen botín. »Otro día cometió un hurto mayor, y después otro, hasta que se hizo tan rico que ya no se acordaba de la pobreza en que había vivido. Pero, como aquel desdichado no se sentía contento por haber salido de la penuria, siguió robando cada vez más; y tanto robó que acabó en la cárcel. »Al verse prendido, llamó a don Martín, para que le ayudase. Don Martín llegó en seguida y lo sacó de la prisión. Viendo el hombre que el diablo cumplía su palabra, comenzó a robar como al principio, haciendo muchos más robos, hasta el extremo de que llegó a ser muy rico. »Una vez, cuando estaba cometiendo un robo, fue sorprendido y lo llevaron a la cárcel. El hombre invocó a don Martín, pero este no vino tan rápidamente como la vez anterior, sino cuando ya los jueces del lugar habían iniciado sus indagaciones sobre el delito. Cuando don Martín llegó, le dijo el hombre: »-¡Ay, don Martín! ¡Cuánto miedo he pasado! ¿Por qué habéis tardado tanto? »Le contestó don Martín que estaba resolviendo otros asuntos muy importantes y que por eso había tardado más, pero en seguida lo sacó de la prisión. »El hombre volvió a sus robos y, como robaba tanto, fue encarcelado otra vez. Practicadas las diligencias, los jueces lo sentenciaron. Esta vez don Martín lo sacó del peligro, pero cuando ya había sido juzgado y condenado. »El hombre volvió a robar porque comprobó que don Martín siempre venía en su ayuda. Pero de nuevo lo cogieron y lo encarcelaron y, aunque llamó a don Martín, este no vino. Tanto se demoró que el hombre fue juzgado y condenado a muerte, y sólo entonces llegó don Martín, que apeló al rey, librándolo así de la prisión y devolviéndole la libertad. »De nuevo volvió a robar y otra vez fue encarcelado. Llamó a don Martín, que no vino hasta que ya lo habían condenado a la horca. Cuando el hombre subía al cadalso, apareció don Martín y el hombre le dijo: »-¡Ay, don Martín! ¡Que esto no es una broma, pues he pasado mucho miedo! »Le contestó don Martín que él traía consigo 500 maravedíes en una bolsa, que se los diera al juez y de este modo quedaría libre. El juez ya había ordenado que lo ahorcasen, pero no encontraban la soga; mientras la buscaban, llamó el hombre al juez y le entregó la bolsita con el dinero. Pensando el juez que le entregaba 500 maravedíes, dijo a las gentes que allí estaban: »-Amigos, ¿se ha visto alguna vez que falte soga para ahorcar a un hombre? Ciertamente, este hombre debe de ser inocente, pues Dios no quiere que muera y, por eso, nos falta la soga. Dejémoslo para mañana, y veremos su caso con más calma; porque, si es culpable, no nos faltará tiempo para ejecutar la sentencia. »El juez hacía esto para liberarlo, por el dinero que creía que le había entregado. Cuando aplazaron su ejecución, el juez se fue a un lugar retirado y abrió la limosnera, donde esperaba encontrar los 500 maravedíes; pero sólo encontró una soga, y no el dinero. Apenas vio esto, lo mandó ahorcar. »Cuando ya iban a colgarlo, vino don Martín y el hombre le pidió que le ayudase; pero don Martín le contestó que siempre socorría a sus amigos hasta verlos en aquel lugar. »Así perdió su vida y su alma aquel desdichado, por confiar en el demonio y obedecerlo. Pues debéis tener por cierto que jamás nadie, que haya creído en sus promesas o confiado en él, ha tenido buen fin; mirad, si no, a todos los que hacen agüeros, o echan suertes, a los adivinos, a quienes invocan al demonio, a los que hacen encantamientos o practican la magia, y veréis que siempre acaban muy mal. Acordaos, si no me creéis, de Álvar Núñez y de Garcilaso, que tanto confiaron en agüeros y en encantamientos, y de cómo terminaron para su desdicha. »Vos, señor Conde Lucanor, si queréis llevar buena vida y salvar el alma, confiad en Dios, depositad en él vuestra esperanza y esforzaos cuanto pudiereis, que Él os ayudará. Pero no creáis ni confiéis en agüeros, ni en cosas parecidas, pues, de cuantos pecados existen, este es el que más ofende a Dios y el que más aleja a los hombres de su Creador. El conde vio que este era un buen consejo, obró según él y le fue muy bien. Como don Juan vio que este cuento era muy bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así: Mala muerte le espera, mala vida le aguarda |
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