A orillas del río
bajo el limonar
te viste, Dolores,
ayer coii Pascual.
De tí los vecinos
por novio me dan
sin saber que solo
desdenes me das.
¿No me prometiste
que por Navidad
mi mujer serías?
Hoy dos meses van
pasados, del plazo
pedido, y jamás
te hablé, temeroso
de tu liviandad.
Y quise, engañado,
vivir y llorar;
que al fin hay consuelos
que alivian mi mal.
Oir de tus labios
que no me amas ya,
es cruel, no lo digas,
pero, ¡ayl ¡es verdad!
A orillas del río
bajo el limonar
te viste, Dolores,
ayer con Pascual.
A orillas del río
ayer tarde fui,
el cura no ha dicho
que se peca en ir.
Es cierto, Camilo,
que te prometí
lo que me ha pasado
no sé cómo al fin.
Rubores me cuesta
y lágrimas mil,
que derramo a solas,
mi suerte infeliz.
El hijo del amo
prendóse de mí,
y hallé por desgracia
¡tan bello a don Luis!...
Su rostro moreno,
su talle gentil
no tienen los nobles
de nuestro país.
A orillas del río
ayer tarde fui,
no a ver a quien dices:
a ver a don Luis.
—Ingrata y perjura,
¿no sabes, infiel,
qué dan esos nobles
por una mujer?
—Dinero tan solo,
por mi mal lo sé;
mi madre lo dice,
recuérdalo bien.
—Caricia y desprecios
te dará a la vez.
—Juró que me amaba;
lo dijo a mis pies.
—También tú juraste;
¡vengado seré!
¿No ves estas flores
que holló su corcel ?
—¿Cómo ellas, marchita,
quisiérasme ver?
—Muy más que esas flores
quizá te veré:
esclava sin honra,
sufriendo desdén.
—¿Tan joven y amante?
—Más pérfido es...
—Te engañas, Camilo.
—¡Adiós! Sabe, infiel,
qué dan tus señores
por una mujer.
La cabaña de sus padres
Dolores abandonó,
Camilo se fue a la guerra:
se olvidaron de los dos.
¡Solo las madres no olvidan!
Medio loca de dolor
la de la aldeana, las noches
pasaba al pie de un torreón.
Allí pasaba las horas
que iba marcando el reloj;
sus gemidos no escucharon
y abandonada murió.
Ocho años después, un día
Cuando iba a ponerse el sol,
un militar la llanura
cruzaba sobre un trotón.
Desde un zarzal del camino
llevóle el viento un clamor:
—«Una limosna a esta ciega
dejad por amor de Dios».
Detúvose allí el viajero,
al escuchar esa voz...
Hay algunas cuyo acento
¡nunca olvida el corazón!
1860. |