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Alfonso Hernández Catá en AlbaLearning

Hanns Heinz Ewers

"La araña"

Sección 4

Biografía de Hanns Heinz Ewers en Wikipedia

 
 

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La araña

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La araña
 

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Domingo, 13 de marzo.
Esta mañana he presenciado un espectáculo. Recorría el pasillo de arriba abajo, mientras el mozo ordenaba mi habitación. Junto a la pequeña ventana que da al patio cuelga una tela de araña con una enorme araña negra. La señora Dubonnet no permite que la quiten: dice que las arañas traen suerte y bastantes desgracias ha tenido ya en su casa. Entonces vi que otra araña, mucho más pequeña, corría cautelosamente alrededor de la tela: era un macho. Tímidamente, se acercaba un poco por los finos hilos hacia el centro, pero, apenas se movía la hembra, se retiraba apresuradamente. Daba la vuelta a la red e intentaba acercarse por otro extremo. Finalmente, la poderosa hembra pareció prestar atención a su pretendiente, desde el centro de su tela, y dejó de moverse. El macho tiró de uno de los hilos, primero suavemente y luego con más fuerza, hasta que toda la tela de araña tembló. Pero su adorada permaneció inmóvil. Entonces se aproximó rápidamente, aunque con suma prudencia. La hembra lo recibió pacíficamente y se dejó abrazar serenamente, conservando una inmovilidad y una pasividad completas. Durante algunos minutos las dos arañas permanecieron inmóviles en el centro mismo de la tela.

Luego observé que la araña macho se liberaba lentamente, una pata tras otra; parecía como si quisiera retirarse en silencio, dejando a su compañera sola en su nido de amor. De repente, se soltó del todo y corrió tan deprisa como pudo hacia un extremo de la red. Pero, en ese mismo momento, una furiosa vitalidad se despertó en la hembra, que al instante lo persiguió. El macho negro se descolgó por un hilo, pero su amada hizo lo mismo. Cayeron las dos en el alféizar de la ventana y la araña macho intentó, con todas sus fuerzas, huir. Demasiado tarde. Su compañera lo tenía ya cogido con sus poderosas garras y se lo llevó de nuevo a la red, al mismo centro. Y ese mismo lugar, que había servido de lecho para sus lujuriosos apetitos, se convirtió en algo muy distinto. En vano agitaba el amante sus débiles patitas, intentando desembarazarse de aquel salvaje abrazo: la amada ya no lo dejaba marchar. A los pocos minutos lo tenía atrapado de tal forma que no podía mover un solo miembro. Luego introdujo sus afiladas pinzas en el cuerpo de su amante y sorbió con fruición su joven sangre. Finalmente, la vi dejar caer el lastimoso e irreconocible montón -patas, piel y hebras- y arrojarlo con indiferencia fuera de la red. Así, pues, es el amor entre esas criaturas... En fin, me alegro de no ser una araña macho.

Lunes, 14 de marzo.
Ahora ni siquiera echo una mirada a mis libros. Me paso los días ante la ventana. Y sigo allí sentado incluso cuando anochece. Ella ya no aparece, pero cierro los ojos y sigo viéndola. Vaya, este diario se ha convertido realmente en algo muy distinto de lo que pensaba. Habla de la señora Dubonnet, del comisario, de arañas y de Clarimonde. Pero ni una sola palabra acerca del descubrimiento que me proponía hacer... ¿Tengo yo la culpa?

Martes, 15 de marzo.
Clarimonde y yo hemos descubierto un curioso juego que practicamos durante todo el día. Yo la saludo e inmediatamente ella me devuelve el saludo. Luego tamborileo con los dedos en el cristal de la ventana y ella, en cuanto lo ve, se pone también a tamborilear. Le hago señales y ella a su vez me las hace a mí. Muevo los labios como si hablara y ella repite lo mismo. Luego, con las manos, me echo hacia atrás el cabello de mis sienes, y en seguida su mano se dirige a su frente. Un auténtico juego de niños del que nos reímos. Es decir..., ella realmente no se ríe, es una especie de sonrisa sosegada, lánguida..., como supongo que debe ser la mía. Por cierto, todo esto no es tan tonto como puede parecer. No se limita a ser una simple imitación. Creo que, si así fuera, pronto nos cansaríamos los dos. En esto debe desempeñar un papel importante una especie de transmisión de pensamiento. Pues Clarimonde repite mis más insignificantes movimientos en una fracción de segundo; sin haber tenido tiempo siquiera de verlos, ya los está representando. A veces me parece que todo ocurre al mismo tiempo. Eso es lo que me estimula a hacer algo totalmente nuevo e insólito. Y es sorprendente cómo ella hace lo mismo simultáneamente. A veces intento tenderle una trampa. Hago una serie de movimientos diversos sucesivamente; luego los repito de nuevo una y otra vez. Finalmente repito por cuarta vez toda la serie, pero cambiando el orden e introduciendo alguno nuevo, o bien olvidándome de alguno. Algo así como el juego infantil «Lo que el jefe manda». Es notable que Clarimonde no haga un movimiento en falso ni una sola vez, a pesar de que yo los cambio con tal rapidez que casi no tiene tiempo de reconocer cada uno de ellos. Y así paso el día. Pero en ningún momento tengo la sensación de perder el tiempo. Por el contrario, tengo la impresión de no haber hecho nunca nada más importante.

Miércoles, 16 de marzo.
¿No es curioso que jamás se me haya pasado seriamente por la cabeza dar una base más sólida a mis relaciones con Clarimonde que esos juegos interminables? Anoche medité sobre ello. Sí, verdaderamente sólo tendría que coger el abrigo y el sombrero, bajar dos pisos, cruzar la calle en cinco pasos y subir otra vez dos pisos. En la puerta hay una pequeña placa en la que pone «Clarimonde ... ». ¿Clarimonde qué? No lo sé. Pero sí pone Clarimonde. Después llamo y luego... Hasta aquí me lo puedo imaginar todo fácilmente, puedo ver cada movimiento que hago. Pero de ningún modo puedo imaginar lo que sucederá después. La puerta se abre, eso aún lo veo. Pero me quedo allí de pie y miro a través de la oscuridad que no permite reconocer nada en absoluto. Ella no viene..., nadie viene. En realidad allí no hay nada; tan sólo esa tenebrosa e impenetrable oscuridad.

A veces es como si sólo existiese la Clarimonde que veo allá, en la ventana, y que juega conmigo. No me puedo imaginar a esa mujer con sombrero y con otro vestido distinto del que lleva: negro con grandes lunares color lila. Ni siquiera me la imagino sin sus guantes. Si la viera por la calle, incluso en un restaurante comiendo, bebiendo, charlando... Tengo que reírme, pues la escena me parece imposible. Hay veces que me pregunto si la amo. No puedo responder con certeza a esa pregunta, puesto que nunca he amado. Pero si el sentimiento que siento hacia Clarimonde es verdaderamente amor, entonces el amor es, sin duda, muy distinto de como yo lo veía entre mis compañeros o de lo que me enseñaron las novelas. Me es muy difícil definir mis emociones. Sobre todo me es difícil pensar en algo que no esté relacionado con Clarimonde.... o mejor dicho, con nuestro juego. Pues no he de negarlo: realmente ese juego es lo único que me preocupa.... lo único. Y, francamente, no lo entiendo.

Clarimonde... Sí, me siento atraído por ella. Pero en esa atracción se mezcla otro sentimiento, algo así... como si la temiera. ¿Temor? No, tampoco es eso; tiene más que ver con la aprensión, un leve miedo ante algo que no conozco. Y es precisamente ese miedo -que encierra algo curiosamente atrayente, voluptuoso- lo que me mantiene a distancia y a la vez me atrae hacia ella. Es como si recorriera un amplio círculo en torno a ella, me acercara un poco más, me retirara otra vez, corriera de nuevo hacia ella y otra vez volviera a retroceder. Hasta que al final -y eso lo sé positivamente- tendría que volver a ella otra vez. Clarimonde está sentada en la ventana e hila. Hilos largos, finos, infinitamente delgados. Está haciendo un tapiz; no sé exactamente de lo que se trata. Y no puedo comprender cómo puede hacer esa red sin enredar ni romper una y otra vez tan delicados hilos. Su fino trabajo está plagado de dibujos fantásticos..., animales fabulosos y criaturas grotescas. Pero... ¿qué estoy escribiendo? La verdad es que no puedo ver lo que teje; los hilos son demasiado finos. Y, sin embargo, tengo la impresión de que su trabajo es exactamente como me lo imagino... cuando cierro los ojos. Exactamente. Una gran red con muchas criaturas, animales fabulosos y seres grotescos.

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