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Biografía de Andrés González-Blanco en Wikipedia | |
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El más feliz |
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VI Macario significa en griego el más feliz. "¡Qué ironía filológica más lamentable!", pensaba el profesor de Sancho-Tello, paseando una tarde por los alrededores de la ciudad. Era esa hora vaga en que las nubes viajeras se detienen en el espacio a contemplar el glorioso hundimiento del sol. Las acacias aromaban el aire blando, manso y acariciador. Una vaca que ramoneaba al pie de unas ruinas románticas, levantaba hacia el cielo su mirar triste y pensativo, haciendo sonar su esquila, como si pidiese perdón. En el desorden de ideas que le turbaba, Macario se dio a pensar que aquella vaca era símbolo de su propio corazón, que pedía clemencia al cielo por todos los pecados del mundo... En las Petras tocaban oraciones, como en el día de su llegada. Era aquella una escena infinitamente conmovedora y austera, y un insuperable deseo de arrodillarse allí mismo, en el campo, una ansia infinita de invocar a Dios, se apoderó del alma del catedrático. Aquella tarde santificante descubría en él un hombre nuevo y daba a su vida un fin humano y racional. Había algo Heno de infinidad en que hasta entonces no había pensado y que por modo tan maravilloso se le manifestara aquella tarde, y a lo cual era necesario sacrificar algo de la vida para dar encanto a la vida misma... De vuelta a la población, entró en las Clarisas, de un modo ciego e irreflexible, como si un cable espiritual le imiera con aquel rincón de silencio y espiritualismo. Un grato olor de incienso puro, de incienso monjil, más suave que el incienso parroquial, como ascendiendo en una atmósfera más distante de las luchas del mundo, azotóle el rostro al alzar la pesada cortina de paño obscuro que cubría las dos portezuelas laterales del pórtico conventual. Una voz angélica cantaba en el coro un motete frío y dulzón, recalcando las sílabas finales con un latín de malagueña que cecea: Monztra te ezze matrem... Aquella voz casi extrahumana, ya medio angélica, subiendo entre el aroma grato del incienso y las luces temblorosas del sagrario, inundó de paz y de idealismo al Profesor. Se sintió más hondamente compenetrado con el culto católico, que había ido abandonando paulatinamente y sin sentirlo, por culpa de un intelectualismo seco y árido, que no prestaba jugo a la vida... Volvió allí todas las tardes, influenciado por el ambiente sereno y puro del templo. "Aquello era la verdad (pensaba) o por lo menos se aproximaba mucho a ella, puesto que era la paz del espíritu... ¿No valía más la tibia y sedante beatitud de aquellas vidas monjiles, que la esterilidad de una vida pasada en averiguar las reglas de los aoristos griegos y la armonía de los díscolos tetrástofos?..." Poco a poco, quedamente, sin darse cuenta, pasó de la contemplación mística al pensamiento más humano y concreto de la voz de la monja, que, invariablemente, todos los días, cantaba con tan untuosa ternura: Monztra te ezze matrem... Acaso aquella voz insinuante de malagueña, encerrábase en un cuerpo ondulante y retrechero de morena española. Acaso aquella monja, cuya voz le penetraba hasta el alma, descubriendo en él rincones de sensibilidad nuevos, desconocidos, no sospechados...; acaso aquella monja era una cálida y gentil muchacha de veinte años, que se había encerrado en el convento porque el novio la había engañado o porque no encontró en su novio el ideal que buscaba... De todos modos, él quería vivir aquella vida plácida y buena, tan española, tan suya... Su alma estaba ligada a la raza por cadenas irrompibles; y el catolicismo algo sentimental y enfermizo que le dominaba, era cosa muy ancestral, inuy atávica. Sus abuelos habríanse postrado, como él, sobre las frías losas de un sombrío convento de clausura. Fue lo que le atacó una furia mística. Leía diariamente a San Juan de la Cruz, a Santa Teresa, al Padre Rivadeneyra, a Fray Luis de Granada, a Malón de Chaide, al Padre La Puente. En clase, apenas si se ocupaba de la asignatura; hacía recitar a sus alumnos el Credo, la Salve y la Oración dominical, en griego, para mayor claridad... Con eso satisfacía su doble personalidad de pedante universitario y de místico en formación. Muchas tardes leía capítulos del Kempis y los glosaba en unión de sus discípulos. — "La salida alegre causa muchas veces triste vuelta, y la alegre tarde hace triste la mañana; y así, todo goce carnal entra blandamente; mas al cabo muerde y mata"... Señor Murias, para mañana me trae este trozo vertido al griego y comentado de su cosecha... Al pobre alumno, que se veía negro para traducir aquel sencillo castellano al griego macarrónico de las aulas, no se le ocurría comentario alguno... Lo comentaba empíricamente faltando a clase y así resultaba ser verdad que la salida alegre causa muchas veces triste vuelta y que la alegre tarde hace triste la mañana, porque al día siguiente el desventurado Murias se encontraba con una falta de asistencia y un cero por no haber traído el tema que en equidad le correspondía... Todos los compañeros de Macario comenzaron a tenerle por loco de remate. Las murmuraciones crecían. Una mañana, llamóle el Rector a su despacho, y suavemente, a vuelta de circunloquios y rodeos, mientras las haldas del carrik invariable se le bamboleaban autoritariamente, hízole ver la conveniencia de pasar un mes de campo, con objeto de cuidar los nervios... — Se excita usted demasiado, lee demasiado... Luego, me dicen que tiene usted abandonada la clase; y eso es muy doloroso en catedrático de las excelentes prendas de usted... No le negamos el talento, pero él no basta para la práctica de la vida y para el cumplimiento de los deberes profesionales... Esa soledad en que vive no puede ser sana... Hay que encauzarse... Hay que normalizarse... Terminada la rectoral alocución, Macario Ruiz lo aprobó todo. — Me parecen muy atinadas y correctas y llenas de afecto hacia mí sus indicaciones, señor Rector... Al salir del despacho pensaba en que, a pesar de todas las interposiciones del destino, él seguiría siervo de la verdadera vida, de la vida plácida y serena que supo extraer de su espíritu en una tarde de dulce calma patriarcal, oyendo en el campanario de las Petras el toque plañidero del Ángelus, que se difundía por la ciudad callada como el concierto de una orquesta celeste, sobrenatural... — No, lo que es ahora, se dijo al salir de la Universidad, ya no miente el significado de mi nombre; me llamo Macario, sí, el más feliz... o, por lo menos, uno de los más felices... ANDRÉS GONZÁLEZ BLANCO |
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