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Biografía de Andrés González-Blanco en Wikipedia | |
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El más feliz |
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II La Constancia, que así se llama el casino de Sancho-Tello, tiene por fuera la gravedad clerical de los palacios del siglo XVIII; mas en el interior adviértese que manos artesanas y democráticas de este siglo, profanaron los frescos donde ángeles mofletudos se entretenían en verter el agua de un ánfora a unas ninfas semidesnudas, todo muy recargado de color... Las indoctas manos del papelista taparon todo aquello con un papel rojo rameado de un gusto deplorable. El palacio, donde se afinca el Casino, fue antaño, en vida de Felipe V, construido para Regiduría, y está en medio de una plaza amplia e irregular, toda color de ocre, mal empedrada a trechos, y a trechos ni mal ni bien, con una fuente en medio, donde unos Tritones grotescos ayudan a unas Nereidas, que semejan Maritornes, a sacar agua de una concha inmensa de tortuga... Cuatro arbolillos raquíticos, esparranclados aquí y allá, si no prestan sombra al viandante, dan visos de parque de segundo orden. Unos bancos de piedra con apoyo de hierro y unos faroles enclavados en postes de un verde desteñido completan el escenario. A un ángulo de la plaza, púdicamente escondido, hay un rincón pestilente a donde acuden los militares no graduados de la guarnición, que suelen estar de plática con las domésticas orillica de la fuente... En las alegres noches del verano, bajo un puro cielo azul de Castilla, resplandeciente de estrellas, acaso con luna clara, se celebran verbenas festivas. Los balcones del Casino se engalanan con unas colgaduras rojas, que ya sirvieron cuando vino Isabel II a visitar la ciudad, como recuerda, invariablemente el conserje anciano, Isidoro... Unos ridículos faroles a la veneciana, dejan pasar una luz exigua, que medio ilumina los rostros y adustos o rientes de los socios del Casino. Aquellas noches solemnes y significadas, se abren los balcones de las, restantes casas de la plaza, siempre cerrados, y griypos de muchachas bonitas sonríen y charlan como alondras mañaneras, cambiando saludos, frases alusivas y piropos embozados con los muchachos que componen el elemento joven del Casino, que les envían frases galantes, lisonjas, zalamerías, chispas de ingenio meridional, fosforecer de miradas intensas, lumbre de cigarros, caramelos y flores... De aquellas expansiones nocturnas salen siempre unos cuantos noviazgos y con menos frecuencia, desgraciadamente para las niñas casaderas, alguna boda para el invierno, cuando arrecia el frío y cruje la lluvia sobre los cristales turbios de aquellos balcones, que no se abrirán ya hasta las procesiones de Semana Santa. En días ordinarios, el Casino de Sancho-Tello es casi un palacio deshabitado. A primera hora de la tarde, óyese el chocar de tacos y bolas en los billares, el discutir de las jugadas sobre las mesas de tresillo y se nota un fuerte aroma de café, que al mezclarse con el vaho acre de los cigarros y con el tufillo de las respiraciones, da el olor característico de los casinos provincianos. Después de las cuatro, una calma triste cae sobre el casino; adormécense los mozos en la conserjería, y en la biblioteca, de bruces sobre una mesa, donde juguetea un rayo del sol disuelto de la tarde, ronca como una tormenta y cabecea como un abedul agitado del viento... del viento de la inspiración, que diría él... un poeta local que canta en verso heroico las glorias de Sancho-Tello. Hace muchos años que las canta; y aunque es verdad que quien canta sus penas espanta, el pobre Eloy Garrido, o Filigrana en el mundo de las letras, no consigue espantar su miseria, la de su mujer y la de sus cuatro hijos... Hace mucho tiempo, un tiempo casi inmemorial (frase suya) que está pidiendo una credencial de un destino en el Ayuntamiento de la ciudad que le vio nacer... y que por la cuenta le quiere ver morir de inanición a breve plazo. Nadie le hace caso; y si es probado que pobre porfiado saca mendrugo, también es cierto que lírico reincidente aburre a la gente, y sobre todo a sus conterráneos. Cuando, con altisonancia, con exceso de epanadíplosis, como dice el catedrátio de Retórica, que es el Zoilo de aquel Homero sin empleo, canta así: Quiero decir en versos retumbantes no le creáis, no: lo que quiere decir es que aquel mes no ha pagado al casero y qup le van a desahuciar, y que el niño pequeño está pidiendo a voces un ama, porque los pechos otrora ubérrimos de la pobre Felisa, su madre, están mustios y resecos y flácidos como uvas exprimidas... Y cuando en lenguaje cervantino (que tal él lo cree) comienza a emunerar las proezas de uno de los más invictos cabecillas de la ciudad: Gallardo Alfonso de Abello, no; ni vio a Alfonso de Abello, ni vio la credencial en el bolsillo. Porque todo este poema inédito que guarda en el cajón de su mesa de noche, es una adulación embozada y en variedad de metros, dirigida al Archivero municipal que puede interceder por el desdichado... Desesperado de pedir en versos de arte mayor, un empleo que en ruin prosa burocrática no le daban, el poeta solía marcharse a las siete, a deglutir las fementidas alubias que le preparaba su afligida esposa, recitando por el camino versos de Núñez de Arce o de Quintana. Inglés, te aborrecí; héroe te admiro... Hasta después de las nueve, hora en que se acaba de cenar en Sancho-Tello, el casino bosteza tediosamente, henchido de soledad. Pero eso sí; a prima noche, aquello está caldeado y ruidoso, como si Sancho-Tello fuese una población enorme, llena de vida y de movimiento. Y no son para dichas las opiniones que se vierten sobre la política y los políticos militantes, porque esta es la nota característica de los casinos de provincia españoles, desde que España es lo que es... y desde que en ella hay casinos. Tengo la aprensión de que Túbal fue el primer casinista del mundo; y de que, cuando el apóstol Santiago llegó a Compostela con la misión de predicar el evangelio de au maestro Cristo, se encontró con un casino que funcionaba admirablemente, donde se tomaba café y se jugaba al dominó... No faltaba en el casino de Sancho-Tello algún abogadillo de la última hornada, atrevidillo, descreído y paradojal, que, entre sorbo y sorbo de café, profetizase sobre el porvenir de España. — Aquí, desengáñense ustedes, no hay más salvación que echarse en brazos de los ingleses... — Pero hombre, no sea usted bárbaro — contesta siempre un oyente que odia a Inglaterra con toda su alma desde la guerra del Transvaal; — con los que no se va a ninguna parte es con ustedes, que salen ahora de las aulas desprovistos de amor a la patria, tanto más querida, cuanto más extenuada... — No sé donde les enseñan a ustedes esas teorías disolventes, replica otro oyente pacato, que vive de sus rentas. — Esas son cosas de los catedráticos librepensadores, arguye un viejo que está empleado en la Fiscalía Eclesiástica. Y en este tono se sigue hasta las once y media, hora muy discreta para retirarse. En el casino de Sancho-Tello, las discusiones apenas si sufren alternativas sensibles a través de los tiempos. Son petrificadas, perpetuas, inalterables, como la Naturaleza... y como el carrik café con leche, ya casi prehistórico, del craso y reumático Rector de la Universidad. |
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