Al que lee nuestro diario de reojo no le importa que le miremos con estrábica iracundia. No es que seamos egoístas, es que ese segundo lector desconocido retarda nuestra lectura, nos hace tropezar o patinar en lo que vamos leyendo, y como además tiene ideas contrarias a las nuestras, lee de otra manera lo que lee y nos equivoca.
El lector de reojo tenía que sufrir su indigno castigo algún día, y la cosa sucedió en el tranvía 50. Lo llevaba al lado y no lograba despegarlo ni doblando violenta y sorpresivamente mi diario, cuando de pronto se metió con más anhelo en la página, haciendo gestos de estupor.
Leía una necrológica con la media foto de los jubilados, que en comparanza súbita noté que era su retrato. ¡Era su necrológica! ¡Alguna vez tenía que suceder una cosa así para escarmiento de lectores entrometidos!
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