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"Las desventuras del joven Werther" Libro Segundo Carta 66
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Biografía de Johann Wolfgang von Goethe en Wikipedia | |
Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108 |
Las desventuras del joven Werther |
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15 de septiembre de 1772 | ||
En verdad, Guillermo, que hay para darse al diablo cuando se ven personas tan desprovistas de razón y de sentimiento que desconocen cuanto tiene valor en este mundo. Tú recordarás aquellos nogales del presbiterio, a cuya sombra me sentaba yo con Carlota. ¡Cuánto me alegraba el corazón la vista de esos magníficos árboles, y cuánto embellecían el patio! ¡Cuánta frescura había en su sombra y cuánta majestad en su follaje! Eran recuerdos vivos de los respetables pastores que, en un tiempo ya remoto, los habían plantado. El maestro de escuela nos ha citado muchas veces el nombre de uno de éstos; llevaba el mismo de su abuelo, y parece que era una persona dignísima. Por eso cuando me sentaba debajo de estos nogales, en este recuerdo había algo querido y sagrado para mí. Ayer deplorábamos que los hayan cortado: el maestro de escuela lloraba. ¡Cortado!, tengo tal indignación, que sería capaz de matar al miserable que les dio el primer hachazo. Si yo fuera dueño de dos árboles semejantes, me bastaría ver a uno secarse de viejo para desesperarme. Juzga por esto lo que me afecta el sacrilegio cometido. ¿De qué sirve la conciencia a los hombres? Todo el pueblo murmura, y la mujer del cura actual comprenderá la herida que ha abierto en los instintos de los buenos aldeanos, cuando recoja la manteca, los huevos y los demás tributos voluntarios. Porque ella, la esposa del nuevo párroco (el que yo conocí ha muerto también) es la autora; ella, criatura flacucha y enclenque, que hace muy bien en no interesarse por nadie en el mundo, porque nadie comete la sandez de interesarse por ella, marisabidilla que se atreve a disertar sobre los cánones de la Iglesia y a trabajar por la reforma crítico-moral del cristianismo, encogiéndose de hombros ante las ideas de Lavater; mujer, en fin, cuya salud raquítica no resiste la más inocente diversión. Sólo un bicho así hubiera sido capaz de cortar los nogales. ¿Comprendes que las hojas que se caían, sobre ensuciar el pat¡o de esta señora, lo llenasen de humedad? Además las ramas quitaban la luz, y cuando maduraban las nueces, los chiquillos se enti atenían en derribarlas a pedradas, lo cual alborotaba los nervios de la pobrecita, robándole el sosiego en sus profundas meditaciones, cuando acaso comparaba y pesaba juntos a Kennikot, Senuler y Michaelís. Al avistarme con la gente de la aldea, después de tan lindo descubrimiento, pregunté, sobre todo a los viejos, por qué lo habían consentido. — "¿Y qué queréis? — me respondieron.— Cuando el alcalde manda una cosa, ¿quién ha de oponerse?" Hay, sin embargo, en este asunto un lado cómico. El alcalde y el pastor (porque éste pensaba sacar algún provecho del disparate cometido por su mujer, que con frecuencia le quema la sangre), el alcalde y el pastor, digo, pensaban repartirse el fruto de los árboles cortados; pero el administrador de rentas lo supo y dio con el plan en tierra haciendo valer antiguos derechos sobre el patio delpresbiterio donde habían estado los nogales, que fueron vendidos en pública subasta. En resumen, ya no hay nogales... ¡Oh! ¡sí yo fuera príncipe!... ya les diría a la mujer del pastor, al alcalde y al administrador... — ¡Príncipe!... ¡bah! si yo fuera príncipe, ¿qué me importarían a mí los árboles de mi país? |
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