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"Las desventuras del joven Werther" Libro Segundo Carta 53
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Biografía de Johann Wolfgang von Goethe en Wikipedia | |
Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108 |
Las desventuras del joven Werther |
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9 de mayo de 1772 | ||
He visitado el pueblo donde nací, con toda la devoción de un peregrino, impresionándome una porción de sentimientos inesperados. Mandé parar el coche cerca del gran tilo que hay a un cuarto de legua de la población, a la parte sur: me apeé y ordené al cochero que fuese delante, con objeto de seguir yo a pie y saborear todos los recuerdos con toda la viveza y plenitud de la novedad. Me detuve bajo el tilo, que en mi infancia había sido objeto y término de mis paseos. ¡Qué diferencia! Entonces, con una dichosa ignorancia, me lanzaba impetuosamente hacia ese mundo desconocido, en el que esparaba hallar para mi corazón todo el alimento, todas las venturas que debían colmar y satisfacer la efervescencia de mis deseos. Ahora vuelvo ya de ese vasto mundo, y ¡oh, amigo mío!, ¡cuántas esperanzas perdidas! ¡cuántos planes destruidos! Aquí están delante de mí las montañas que mil veces contemplé como el único muro que se oponía a mis deseos. Entonces podía quedarme en estos parajes horas enteras, pensando en escalar esas alturas, llevando mi pensamiento al fondo de los valles y de las alamedas que divisaba entre las tintas suaves del crepúsculo; y cuando llegaba el momento de volver a mi casa, yo abandonaba este lugar querido con indecible pena. Al acercarme al pueblo he saludado todas las viejas casitas con jardín. Las nuevas me desagradan, como todas las variaciones que he observado. Pasé la puerta que da entrada a la población, y entonces sí que me encontré dentro de mis recuerdos. Amigo mío: no quiero detenerme en detalles; la relación sería tan pesada como grande ha sido el placer que he experimentado. Pensaba alojarme en la plaza, precisamente al lado de nuestra antigua casa. Observé de paso que la escuela, donde una buena vieja nos reunía cuando niños, se había convertido en una especiería. Me acordé de la inquietud, de los temores, los apuros y las aflicciones que yo había sufrido en aquel rincón. No daba un paso que no me obligara a entusiasmarme. No encuentra un peregrino en Tierra Santa tantos lugares consagrados por religiosos recuerdos, y dudo que su alma experimente tan puras emociones. Bajé por la orilla del río adelante hasta una alquería, adonde iba yo en otro tiempo muy a menudo: es un paraje reducido, donde los muchachos nos divertíamos en tirar piedras a la superficie del agua, para ver quién las haría rebotar mejor. Recordé vivamente que me detenía algunas veces a ver correr el agua, formándome las ideas más maravillosas de su curso; recordé las caprichosas pinturas que me hacía de los países adonde aquella corriente debía de ir a parar; recordé que pronto encontraba mi imaginación los limites de esos países, y que, sin embarho, yo iba más lejos, siempre más lejos, y acababa por perderme en la contemplación de un paisaje lejano y vagaroso. Amigo mío: de este modo, con esta felicidad, vivieron los venerables padres del género humano: tan infantiles fueron sus impresiones y su poesía. Cuando Ulises habla de la mar inmensa y de la tierra infinita, su lenguaje es verdadero, humano, íntimo, sorprendente y misterioso. ¿De qué me sirve el poder repetir con todos los colegiales que la tierra es redonda? ¡La tierra! ¡Solo necesita el hombre algunas palabras para tener ocupación toda su vida, y menos todavía para volver a esa tierra de donde salió. Estoy ahora en la casa de campo del príncipe. Se vive muy bien con este hombre: es la verdad y la sencillez personificada, pero está rodeado de gente singular que no acabo de comprender. No parecen bribones, pero jampoco tienen aspecto de hombres de bien. Algunas veces me parecen muy respetables, y, sin embargo, no llego a fiarme de ellos. Me molesta que el principe hable con frecuencia de cosas que ha oído decir o que ha leído, copiando siempre servilmente lo que lee y lo que oye. Añade a esto que tiene en más mi talento que mi corazón, este corazón, única cosa de que estoy orgulloso, única fuente de toda fuerza, de toda felicidad y de todo infortunio. ¡Ah! Lo que yo sé, cualquiera lo puede saber; pero mi corazón lo tengo yo solo. |
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