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"Como usted lo diga" |
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Biografía de Martín Gil | |
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Música:Clementi - Sonatina Op.36 No.1 in C major - 2: Andante |
Como usted lo diga |
Antes se creía que el pensar era algo así como un honesto pasatiempo de gente ociosa; algo que requería tanta energía como la necesaria para rascarse o para fumar, tendido de espalda, un buen cigarro. Pero hoy en día, gracias a la fisiología experimental, se sabe y se prueba matemáticamente, que el pensar con cierta intensidad, ocasiona un desgaste físico, por lo general, más intenso en igualdad de tiempo que el trabajo muscular. Sólo después de conocer esta verdad científica, puede uno explicarse por qué, en general, es mucho más fácil y corriente, creer que dudar. Naturalmente, para dudar, es menester raciocinar, discutir, comparar, es decir, pensar, o, en otros términos, trabajar, y la humanidad fue siempre inclinada al dolce far niente; mientras que para creer, así no más porque si, basta tener buena voluntad, o más bien dicho, no tenerla, buenas tragaderas y buen estómago, a más de ser un ocioso por temperamento. Si el lector no se opone, podríamos descartar la cuestión creencias religiosas, porque casualmente se basan en la fe, y fe «es confianza ante todo y sobre todo », como dice Unamuno: fidelis, fidelitas, confidere. Ahora, si el lector arruga la cara, que no las descarte, y sigamos en paz, que peor es pelearse. Cuando en tiempo de los Borbones, -según dicen— fue nombrado el duque de Angulema gran maestre de la marina francesa, surgió de golpe una dificultad, y era que el señor Angulema se encontraba completamente disgustado con las matemáticas, grado de no estar muy seguro de lo que era un triángulo. Entonces se resolvió que el matemático más eminente de Francia instruyera al duque. Así se hizo, pero a las primeras de cambio el discípulo se empantanó de la manera más desastrosa, tanto, que ni con la palanca del gran sabio antiguo hubiera sido posible moverlo, si es que al sabio le dan el punto de apoyo que pedía. Desesperado el gran profesor y viendo que predicaba a un poste -y supongo que sudando bufando corno un maquinista en verano— se dirigió al discípulo, más o menos en estos términos: «¡Monseñor! os juro que lo que trato de demostraros es la verdad». —¡Pero, hombre! -exclamó el duque, abrazándolo:— ¿por qué no me lo dijisteis antes? Así nos hubiéramos librado de tanto número y líneas y de fatiga tanta. De lo que se deduce que mejor es creer sin andar hurgando ni averiguando mucho... con tal de que sea cierto. Martín GIL. Córdoba (Argentina) Publicado en “Caras y Caretas” en 1901 |
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