Muy formal y circunspecto,
dijo un Coyote a su Hijo:
Jamás a robar aprendas,
que es un execrable vicio;
nunca extraigas las mazorcas
de la milpa del vecino,
ni sus gallinas; atrapes
ni le comas los pollitos;
ni, en fin, con malas acciones
causes a nadie perjuicio.
Haz con todos lo que quieras
que todos hagan contigo,
pues sólo de esa manera
vive un Coyote bien quisto.
Así lo haré, señor padre,
contesta dócil el chico.
El Coyote, satisfecho
de sus consejos prolijos,
fuese ... ¿A dónde? A un gallinero,
y en él su feroz instinto
destroza a los animales:
ni uno solo deja vivo.
Al amanecer regresa,
relamiéndose el hocico;
mas con tan mala fortuna.,
que su vil gallinicidio
y todas sus fechorías
tuvieron como testigo
al hijo aquel a quien daba
sus consejos de continuo.
Tal hijo siguió los pasos
de su padre, llegó al sitio
de la matanza; y vió todo,
de las sombras al abrigo.
Por ese ejemplo, animado
nuestro joven Coyotito,
imita los procederes
del señor Coyote viejo.
Cuélase a un corral, de noche
y consuma un sacrificio,
si no de pavos y patos
sí de rechonchos pollitos.
Sábelo el padre, y, airado,
estas palabras le dijo:
Bribón, olvidas muy pronto
mis advertencias y avisos.
¿No te recomiendo siempre
que a nadie le hagas perjuicio?
Es cierto, mi señor padre-
el joven. cla ma contrito-;
mas como vi cierta noche,
en que os seguí con sigilo,
que vos matabais gallinas,
yo, a mi vez, maté pollitos;
creyendo que con tal acto
no incurría en un delito.
Vos comisteis a las madres
y yo devoré a los hijos.
Nada respondió el Coyote:
quedóse mustio y corrido;
y comprendió que un consejo,
aun dado con mucho tino,
no es eficaz, sino al lado
de un buen ejemplo contínuo. |