A Luis Berisso
Oh, juventud viril, hermosa y galante juventud, que en el esplendoroso salón de baile girabas anoche, incesante, en torno de mi amada, queriendo atisbar tras el fino calado de los encajes aquel hondo lunar que semeja en su seno una luminosa chispa de estrella; oye, atenta, la leyenda de ese lunar, hermosa y galante juventud viril.
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Una mañana Psiquis la ideal dijo á Eros, el decesito triunfador de dioses: Hoy es el aniversario de nuestras bodas, ¡oh! divino esposo, y para celebrarlo flamea ya en la dorada pira el fuego sagrado reclamando las víctimas propiciatorias. Id a la tierra en busca de dos palomas absolutamente impolutas.
Eros bajó á la tierra.
¿Os acordáis vosotras, niñas epígeas? Una vez Céfiro, sorprendido en la alcoba de mi adorada, alegó para disculpar su osadía, que el fragante ambiente que allí flota habíale inducido a tomar por los dominios de Flora aquel delicioso sitio.
¡Cómo mintió el rapaz adulando á Flora!
La mansión de mi amada no se embalsama con flores. En su balcón prende una espesa enredadera sembrada solo para preservar la alcoba de las ardientes miradas de Febo. Y si allí se aspira un ambiente más suave y grato que el de todos los vergeles, prodigio es de su cuerpo inmaculado, gracia de su carne irreal, virtud de su propia esencia.
A este balcón llegó Eros, y á través de la tupida enredadera, inquirió....
Mal veladas sus formas por la trasparente gasa dormía la adorada, mientras los sueños acariciaban y movían blandamente su seno virginal, hecho de nieve imposible, de nieve perfumada y tibia. Y á Eros se le antojó que aquel cándido seno palpitante era un nido en el que se arrullaban dos palomas impolutas, con sendas rosas sangrientas en los picos.
Y presto a cumplir su misión, Eros tomó de la aljaba una flecha, la hasta entonces irresistible flecha de aguijón diamantino, tendió el arco y disparó...
¡Oh maravilla! ¡oh pasmo! Partida en mil pedazos cayó al suelo la vibradora saeta, dejando apenas sobre el cándido seno hecho de nieve imposible, de nieve perfumada y tibia, ese leve puntito blondo, que en vano tratabais, jóvenes incautos, de atisbar tras el fino calado de los encajes, y que semeja una luminosa chispa de estrella.
Rota la aljaba, pálido el semblante, anegados en lágrimas de indignación los ojos, Eros, el diosecito triunfador de dioses, voló al Olimpo á ocultar en los amantes brazos de Psiquis su inaudita derrota y su impotente rabia.
Y es que para los dardos del amor mi amada ¡ay! lleva una armadura impenetrable: la insensibilidad. |