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Ángel Fernández de los Ríos en AlbaLearning

Ángel Fernández de los Ríos

"Los cuatro compañeros"

Biografía de Ángel Fernández de los Ríos en Wikipedia

 
 
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Los cuatro compañeros

OBRAS DEL AUTOR

El ángel bueno
Los cuatro compañeros
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Cierto aldeano tenía un asno que le había prestado machos servicios durante largos años, pero cuyas fuerzas iban a menos, tanto, que cada día era más inútil para el trabajo. El dueño concibió el proyecto de matarle para aprovechar la piel; pero el asno, apercibiéndose de la suerte que le esperaba, se escapó con dirección a la villa inmediata.

Después de haber andado un buen trecho, encontró en el camino a un perro de caza que jadeaba de fatiga.

— ¿Qué te ha ocurrido, camarada, le preguntó, que tan cansado estás?

— ¡Ah! respondió el perro, mi amo ha intentado matarme porque soy viejo, me debilito más cada día y no puedo ya ir a cazar; cuando lo he conocido me he fugado; ¿pero cómo me compondré ahora para ganar el pan?

— Ven conmigo y probaremos fortuna juntos.

El perro aceptó y siguieron juntos el camino; a los pocos pasos encontraron un gato acostado en medio de la carretera haciendo una triste figura.

—¿Qué te apesadumbra, viejo micifuz? le preguntó el asno.

—No es cosa de chancearse cuando peligra la vida, respondió el gato; porque voy caminando hacia la vejez y mis dientes están gastados y prefiero estar tendido en el hogar dormitando a correr tras de los ratones, mi ama ha querido ahogarme; yo me he escapado a tiempo, ¿pero a dónde dirigiré ahora mis pasos?

— Ven con nosotros, correremos la misma suerte.

Agradó al gato la proposición y partió con ellos. Nuestros vagabundos pasaron muy pronto por delante de un corral sobre cuya puerta estaba un gallo que gritaba desatinadamente.

—Nos taladras los oídos, dijo el asno; ¿qué te pasa para gritar de ese modo?

—He anunciado buen tiempo, dijo el gallo; y como mañana Domingo se reciben en esta casa convidados, el ama de ella, sin piedad para mí, ha dicho a la cocinera que me comería mañana en pepitoria, y esta tarde me cortarán el cuello. Creo que hay motivo para que grite con todas mis fuerzas.

— Bien, dijo el asno, cresta roja, vente con nosotros y encontrarás algo mejor que la muerte.

El gallo aceptó y los cuatro animales se pusieron en marcha: no podían llegar a la villa en el día y cayendo la noche cuando atravesaban un bosque, resolvieron pasarla en él. El asno y el perro se colocaron debajo de un gran árbol, el gato trepó y el gallo tomó vuelo hasta colocarse en lo alto, donde se hallaba más seguro. Antes de dormirse paseó su mirada por los cuatro vientos y le pareció distinguir a lo lejos una pequeña luz; gritó a sus compañeros que debía haber una casa a poca distancia puesto que veía claridad.

-Si es así, dijo el asno, desalojemos y marchemos listos hacia ese lado, porque esta posada no es completamente de mi gesto.

— En efecto, añadió el perro, algunos huesos con un poco de carne no me desagradarían.

Se dirigieron pues hacia el punto de donde partía la luz; muy pronto la vieron brillar más y acrecentar su intensidad, hasta que por último llegaron frente a una guarida de bandoleros perfectamente iluminada. El asno, como mas grande, se aproximó a la ventana y miró el interior de la habitación.

— ¿Qué ves ahí dentro, rucio? le preguntó el gallo.

— ¿Qué veo? contestó el asno, una mesa cubierta de manjares y de bebidas y alrededor de ella bandoleros que se tratan a cuerpo de rey.

— ¡Qué bien nos vendría a nosotros cenar! dijo el gallo.

— Sí, seguramente, replicó el asno; ¡ah! ¡si estuviéramos dentro!

Y se pusieron a discurrir de qué medio se valdrían para echar a los bandoleros; por último le hallaron. El asno se enderezó poniendo sus manos sobre el antepecho de la ventana, el perro subió sobre los lomos del asno, el gato trepó sobre el perro, el gallo tomó vuelo y se colocó sobre la cabeza del gato. Hecho esto, rompió la orquesta a una señal convenida. El asno se puso a rebuznar, el perro a ladrar, el gato a maullar, y el gallo a cantar; en seguida se precipitaron en la habitación por la ventana, rompiendo los cristales que volaron en pedazos. Los ladrones, al oír tan espantoso ruido, se levantaron sobresaltados, creyendo que penetraba una legión en la sala, y huyeron aterrados á la selva. Entonces los cuatro compañeros se sentaron a la mesa encargándose de lo que quedaba, y comieron como si hubieran de ayunar un mes.

Cuando los cuatro instrumentistas concluyeron su banquete, apagaron las luces y buscaron sitio para descansar cada uno según su naturaleza y comodidad. El asno se acostó en el estiércol, el perro detrás de la puerta, el gato en el hogar cerca de la ceniza caliente y el gallo sobre una viga; y como estaban fatigados de su larga caminata, no tardaron en dormirse. Después de media noche, cuando los ladrones advirtieron desde lejos que no había ya claridad en la casa y que todo parecía tranquilo, el capitán ordenó a uno de los suyos que fuese a reconocer lo que pasaba en la casa.

Rompió la orquesta a una señal convenida.

El enviado lo encontró todo tranquilo; entró en la cocina y quiso encender luz; tomó una pajuela y como los ojos brillantes del gato le parecían dos ascuas, la aproximó a ellos para encenderla, pero el gato no entendía de chanzas, le saltó a la cara y le arañó. Sobrecogido por el miedo, el hombre corrió hacia la puerta para escapar; mas el perro que estaba acostado muy cerca de la puerta se lanzó sobre él y le mordió en una pierna. Como pasaba por el corral junto al estercolero, el asno le sacudió un par de coces, mientras que el gallo, despertado por el ruido, gritaba desde encima de su viga: kikiriki.

El ladrón huyó a todo correr hacia donde se encontraba su capitán, y dijo:

— Hay en nuestra guarida una horrible hechicera que me ha soplado a la cara y me ha arañado con sus largos dedos; delante de la puerta está un hombre armado con un cuchillo, con el cual me ha herido en una pierna; en el patio hay un monstruo negro que me ha medio aplastado con una maza, y en lo alto del techo está sentado el juez que gritaba: “Traed ante mí a ese bandido”. Así es que he tenido por conveniente echar a correr.

Desde entonces los bandoleros no se atrevieron ya a acercarse a la casa, y los cuatro animales se instalaron en ella, donde vivieron perfectamente.

La ingratitud de los amos a quienes habían servido fielmente los condenó a muerte y los obligó a escapar de sus casas para salvar la vida. Ellos obligaron a los bandidos a desalojar su guarida, y fueron causa de que privados de ella aquellos malhechores, cayeran en manos de la justicia y pagaran sus delitos. Es decir, que después de haber sido tan útiles al hombre, lo fueron además a la sociedad.

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