Pues un cuento, Dios te libre,
sobre ti a plomo se cae.
En cierta parte del mundo,
que aquí no importa la parte,
había una grande hechicera
que volvía en animales
diferentes a los hombres.
A unos los hacía elefantes,
a otros gatos, a otros perros;
a otros tigres muy galanes,
y a otros torpes lechones.
En fin, cuanto la nadante
arca encerró de Noé,
tenía ella en dos corrales.
Llegó un hombre que sabía
el contrahechizo al paraje
en que estaba, y empezó
con desenfado galante
a ir desencantando hombres,
que a sus formas naturales
volvían dando mil brincos
del contento de librarse.
Llegó a uno, a quien la forma
de cochino abominable
cubría, y hacía gran fuerza
con conjuros y ademanes
por desencantarle; mas
porque no le desencanten
lo que hacía era gruñir,
andar hacía atrás y darle.
El tal desencantador
se mataba por librarle;
mas el maldito lechón
le dijo, haciendo visajes:
—Yo gusto de ser cochino;
vuesa merced no se canse.
(La más hidalga hermosura, jornada 1ª) |