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"Un divorcio" |
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Biografía de Joaquín Dicenta en Wikipedia | |
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Música: Rachmaninov - Op.36, Sonata No.2 -II. Non allegro |
Un divorcio |
Hacía un mes de su matrimonio... ¡Cuánto se quisieron de novios! ¡Qué deliciosa pareja formaban después de casados! ¡Cómo se paraba la gente en la calle cuando salían juntos, para señalarlos, ensalzando en él los prestigios de un nombre conocido en el mundo del arte y en ella la hermosura, la inocente coquetería de los ademanes, el azul resplandor de sus ojos, velados por largas pestailas; el suave cimbreo de su cuerpo y la deliciosa armonía de su conjunto, donde se confundían, en crepúsculo encantador, la virgen que ha dejado de serlo y la esposa que lo empieza a ser! Él inspiraba simpatía con su aspecto de luchador, su perfil atrevido, sus ojos tenaces, dirigidos hacia delante como una sonda que penetrase para medirlos y vencerlos, los abismos del porvenir; su frente, bruñida por el continuo ir y venir de los pensamientos; su bigote, erizado sobre unos labios voluntariosos; su barba firme y su cuello de atleta... Ágil, nervioso, trajeado con indiferente desaliño al que llegaba descuido, sin tocar en la dejadez, y le prestaba una elegancia personal que no era deudora de vasallaje a los figurines de sastrería, era un hombre del que ella podía mostrarse orgullosa. Y ella... A ella daba gozo. mirarla, tan peripuesta, tan bonita, tan satisfecha de su casorio; agarrándose muy fuerte al brazo de él, como si quisiera decir a todos que era suyo, nada más que suyo aquel pintor famoso, y marchando a su lado con los párpados medio caídos y la boca entreabierta, como si aun sintiera, agitada su sangre por el primer beso de amor, ese beso a cuyo contacto la mujer adelanta los labios y cierra los ojos, porque a la vez tiene codicias de recibirlo y vergüenza de verlo. Esbelta, delicada, respirando su felicidad y moviendo a compás sus piececitos, holgadamente prisioneros por una bota de tafilete, era, vista en la calle, si su alma respondía a la estructura de su carne, la más hechicera, imagen donde pudo encarnarse un porvenir. - ¡Qué buena pareja hacen! - exclamaban todos al verlos. - Han nacido el uno para el otro. - Y no era cosade dudarlo, puesto que ellos lo creían también. Se casaron como dos locos; seducido él por su belleza, por la bondad de su carácter, por la modestia de sus aspiraciones, porque no dudaba de que fueran tales signos exteriores anuncio de un futuro dichoso, donde las almas se compenetrasen al primer choque, como los cuerpos se habían compenetrado al primer abrazo. Así se casó él; como ella lo hizo sugestionada por el gracejo de sus palabras, por la fantasía de su imaginación; por el afán de poseer a un hombre de quien todos se deshacían en elogios y calurosas alabanzas. ¡Y se entenderían perfectamente!... ¡Vaya!... ¿No se habían entendido hasta entonces? - ¿Me quieres? - Sí. - Tú eres mi dicha. - Tú la mía -. ¿ Verdad que sientes como yo? - Como tú y contigo. - ¿Verdad que eres mía, completamente mía? - Nada más que tuya. Nunca discreparon en esto, desde que empezaron a conocerse hasta que el cura les echó su bendición, buscando la del cielo con sus pupilas de anciano creyente, mientras ellos buscaban.... el cielo en el fondo de sus ojos, húmedos de ventura, y los convidados les auguraban dichas sin fin, y los padres sonreían de satisfacción o lloraban de enternecimiento. Verdad es que después de los quince primeros días, durante los cuales vivieron como viven los pájaros en primavera, embelleciendo el nido con sus trinos, con sus caricias y con sus locuras, que parecen locuras de ángeles, porque abren las alas y se perpetran cerca del cielo, notó ella: que un artista es un ser muy raro, distinto de los otros; que no eran todo esplendores en su presente, ni goces en su vida de recién casada; que más abundaba en tarros de pintura el estudio de su marido, que en billetes del Banco los cajones de la mesa de su despacho; que el dinero podía faltar de un momento a otro, y que él no trabajaba mucho por adquirirlo, porque no era seguramente trabajar aquello de pasarse las horas muertas tumbado boca arriba sobre una chaisse-longue, arrojando humo por las narices y por la boca, sin hablar palabra y con los ojos fijos, inmóviles, sin darse cuenta de los objetos exteriores, como si mirasen hacia dentro y hubieran cegado. por fuera... Pero aquello no tenía importancia... Al mes de matrimonio no podía exigirle que entrase en la normalidad de la vida; natural era que sólo pensase en adorarla; natural que se entregara a descansos forzosos; que el trabajo le repugnara... Más adelante sería otra cosa; no iba a faltarle nada... ni lujo, ni distracciones, ni placeres... Un artista de tanto renombre está libre de miserias, de privaciones y de ayunos. ¡Pues no faltaba más!... Estaba segura de no engañarse. Esto es lo que notaba ella en su marido; y él... palabra de honor que no había notado nada en ella, sino que era muy mona y que sería la impresión viviente de la novela soñada por él en su juyentud... Claro que su educación burguesa y un si es no es rutinaria, la obligaba a no comprender ciertas cosas... pero era demasiado pronto; en el fondo del espíritu de su mujer había todo lo que él necesitaba. Hallábase cierto de encontrarlo el día que necesitara pedirlo... Las contrariedades minúsculas que experimentó cuando él, bien contra su voluntad, no pudo satisfacer alguno de sus inocentes deseos, el desasosiego que manifestara cuando le dijo un día que les era preciso moderar sus gastos, algún que otro bostezo escapado a su boca mientras él se daba a pensar horas y horas en su cuadro futuro, pasaron como nieblas del amanecer en mañana de Julio; una caricia se convertía en rayo. de sol para disiparlas. Ella le entendía ¡claro que sí! Era su otro yo; el ángulo complementario de su vida ... iTan seguro se encontraba de ello como del cariño de mujer!... Y sin otras preocupaciones que aquellas; felices como nadie, y como nadie seguros de entenderse siempre, estaban un día en el estudio, él sentado en una silla de tijera, con la paleta en una mano, el pincel en la otra y el lienzo delante; ella con el ovillo sobre la falda; la aguja entre los dedos y la labor sujeta a la rodilía por un alfiler; él pensaba en su próximo triunfo; ella en una cuenta que no se había podido pagar; y mientras élse desabrochaba la blusa de trabajo como si no quisiera verse oprimido por ningún obstáculo en la concepción trabajosa de su obra, ella se arreglaba coquetonamente los encajes del matiné, para que su marido la encontrase muy guapa. Hubo unos momentos de silencio, sólo turbado por el roce del pincel sobre el lienzo, y por el entrar y salir de la aguja, en los dobleces de la costura ... De pronto él se volvió; tenía el espíritu caldeado por la inspiración; su cuadro, apenas abocetado sobre la tela, surgía entero y lleno de grandeza en el interior de su cráneo; sentíase vencedor antes de triunfar; la fiebre de la lucha extendiéndose por su semblante le comunicaba una seguridad sublime, y la conciencia de su genio subía a sus labios, ansiosa de caer en oídos que ni se cerraran a impulsos de la envidia, ni se quedaran sordos en un espasmo de diferencia ... ¿Quién mejor, para ser depositaria de sus esperanzas, que la hermosa criatura que tenía en frente; aquélla en quien había vinculado su porvenir?... A ella se volvió, y cogiendo entre las suyas sus manos, clavando en sus ojos azules los suyos relampagueantes de fiebre, de ambiciones, de sueños de gloria, le dijo: - Mira, vida mía. ¿Ves ese lienzo a medio pintar, esas figuras indecisas que sobre él se abocetan, esa cosa que parece una mancha obscura y una tela grosera?... Pues es algo muy grande; una matriz fecunda y potente donde mi cerehro va a arrojar el germen de una concepción vigorosa. Ahí está, yo lo veo, un triunfo, a cuyo lado valdrán poeo todos cuantos hasta ahora obtuve. Mi cuadro será algo sublime, porque lo tendrá todo: idea, forma, armonía y color, yo lo miro, lo miro tal y como ha de ser, y al mirarlo gozo... No más victorias regateadas y vulgares, quiero un triunfo definitivo; y ese triunfo está aquí. Con este cuadro venceré a la envidia, afirmaré mi nombre, seré grande ... No lo dudes, yo te lo juro. O no valgo nada, o estoy loco, o esta obra que miras será la columna más firme de mi reputación y, de mi gloria iOh, qué dicha!... ¡Vencer a todos!... ¡Ser superior a todos!... ¿Comprendes mi gozo; comprendes lo que esto representa para mí... para nosotros, porque mis victorias son tuyas? Lo comprendes. ¿Verdad que lo comprendes, bien mío? - No he de comprenderlo - respondió Julia con el rostro coloreado por la alegría. - Si tu cuadro es como lo imaginas, vamos a ser muy felices. - iMucho, amor mío! - Ya lo creo que sí. Lo menos te dan por él diez mil duros. ¡Cuánto dinero! El pintor miró á su mujer con asombro. - ¿Nada más que eso - le preguntó con una sonrisa - se te ocurre, después de oirme? ¿No esperas nada más ? - iTe parece poco!... El artista se puso pálido; sintió algo así como si le hubieran hundido un puñal en el alma, y arrojó al suelo con desesperación los pinceles y la paleta. - ¿ Qué tienes? - dijo ella. - Nada. Es el cansancio del trabajo; hoy no trabajo más. y dirigiéndose hacia su cuarto, exclamó en voz baja: - Mientras yo pensaba en la gloria, ella pensaba en el dinero... El artista sólo es para ella una letra de cambio ... Se acabó. Ya no tengo mujer. Acaba de divorciarnos con una frase. |
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