Un buen rey tenía como amigo y consejero a su primer ministro. Era un hombre tranquilo y sabio que le ayudaba en lo que sabía y podía. Este ministro y consejero solía utilizar la expresión “será para bien” y lo más probable era que siempre acertara, sabía cuando hablar y qué decir…
Aunque un buen día el rey, pelando una manzana, cometió un error de corte y se cortó y amputó su dedo pulgar. Se lanzó a gritar y con los ojos desorbitados miró a su ministro. El ministro bastante sereno le miró y dijo: “Será para bien”.
El rey se airó todavía más y le gritó: Sólo por el aprecio que te tengo no te mando cortar la cabeza, pero te voy a encarcelar por decirme semejante tontería: ¿Cómo será para bien si perdí mi dedo?
El ministro mientras era apresado y llevado a prisión miró al rey y dijo de nuevo: “Será para bien”
El rey pensó: “Vaya ministro loco que piensa que será para bien que lo meta en prisión”.
Pasado un tiempo unos enemigos del rey dominaron y conquistaron sus tierras y se apoderaron de su palacio, lo apresaron y decidieron quemarlo en sacrificio a sus dioses por haberles dejado ganar a éste rey. Así organizaron un gran mástil al que ataron al rey con cuerdas y le pusieron paja en la base para quemarlo vivo. Cuando uno de ellos exclamó: ¡No podemos quemarle y sacrificarlo a nuestros dioses, le falta un dedo, está incompleto, sería una ofensa para los dioses! Otro exclamó: “Busquemos pues, al primer ministro”.
Buscaron y buscaron pero nadie imaginaba que el primer ministro estaba en prisión por castigo y orden del rey; así que no pudieron quemarlo tampoco a él.
Pasados unos meses, unos aliados del rey de paises vecinos lucharon, expulsaron y vencieron a sus enemigos y ayudaron a devolver al rey su poder, su trono y sus tierras.
El rey, una vez libre y con poder otra vez, lo primero que quiso fue hablar con el primer ministro para comunicarle que tuvo razón y lo quería premiar por su sabiduría. Una vez ante él, el rey dijo: “Tuvísteis razón mi buen amigo, ministro y consejero. Fue para bien que me amputé el dedo. Por ese motivo no me quemaron, si no ahora estaría muerto, y fue para bien que te encarcelase, si no te habrían matado a ti. ¡Quiero darte riquezas y tesoros por haber sido tan sabio!“
El ministro le dijo: “Todo este tiempo en la cárcel me sirvió para reflexionar y llegué a la conclusión de que ya soy un anciano y quiero dejar la vida de palacio. Deseo dedicar todo el tiempo que me quede, antes de morir, a meditar y cultivar mi espiritualidad como ermitaño en los bosques, en contacto más íntimo con la naturaleza”.
El rey miró a su ministro, y ésta vez el rey contestó: “Será para bien”. El ministro le devolvió la mirada, sonrió y dijo: “Veo que habéis aprendido la lección querido amigo”. Le despidió y se alejó paseando tranquilamente hasta desaparecer por entre los árboles. |