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Capítulo 12
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Biografía de Carlo Collodi en AlbaLearning | |
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Música: Galuppi - Keyboard Sonata no.2 in C major, II. Andantino" |
Las aventuras de Pinocho |
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Tragalumbre regala a Pinocho cinco monedas de oro para que se las lleve a su padre Gepeto; pero Pinocho se deja engañar por la zorra y el gato y se marcha con ellos. Al día siguiente Tragalumbre llamó aparte a Pinocho y le preguntó: --¿Cómo se llama tu padre? --Gepeto. --¿Qué oficio tiene? --El de pobre. --¿Gana mucho? --Lo bastante para no tener nunca un céntimo en el bolsillo. Figúrese que para comprarme la cartilla que yo necesitaba para ir a la escuela vendió la única chaqueta que tenía; una chaqueta tan llena de remiendos y de piezas que parecía un mapa. --¡Pobre hombre! ¡Me da lástima! Aquí tienes cinco monedas de oro. Vete en seguida a llevárselas, y dale muchos recuerdos de mi parte. Como puede suponerse, Pinocho dio miles de gracias a Tragalumbre; abrazó uno por uno a todos los muñecos de la compañía, incluso a los guardias civiles, y lleno de alegría se puso en camino con dirección a su casa. Pero todavía no había andado medio kilómetro, cuando encontró una zorra coja y un gato ciego, que iban andando poquito a poco y ayudándose uno a otro, como buenos amigos. La zorra andaba apoyándose en el gato, que a su vez se dejaba guiar por la zorra. --¡Buenas días, Pinocho!-- le dijo la zorra, saludándole gentilmente. --¿Cómo sabes mi nombre!-- preguntó el muñeco. --Porque conozco mucho a tu papa. --¿Dónde le has visto? --Le vi ayer en la puerta de su casa. --¿Y qué hacía? --Estaba en mangas de camisa y tiritaba de frío. --¡Pobre papito mío! Pero, si Dios quiere, desde hoy ya no tendrá frío. --¿Por qué? --Porque yo me he convertido en un gran señor. --¿Tú, un gran señor?-- dijo la zorra comenzando a reír burlona y descaradamente. También se reía el gato, pero trataba de ocultarlo atusándose los bigotes con una de las manos. --¡No es caso de risa!-- replicó Pinocho incomodado--. No es por daros envidia; pero mirad esto, si es que entendéis de dinero. Estas son cinco magníficas monedas de oro. Y enseñó las monedas que le había regalado Tragalumbre. Al oír el simpático ruido del oro, la zorra coja, sin darse cuenta, alargó la pata que parecía coja, y el gato ciego abrió tanto los ojos, que parecían dos faroles verdes; pero volvió a cerrarlos tan rápidamente, que Pinocho no llegó a notarlo. --¿Y qué piensas hacer con ese dinero!-- preguntó la zorra. --Ante todo-- contestó el muñeco--, quiero comprar a mi papá una hermosa chaqueta nueva, toda bordada en oro y plata, y con botones de brillantes, y después me compraré una cartilla para mí. --¿Para ti? --¡Claro está; como que quiero ir a la escuela y estudiar mucho! --¡Dios te libre!-- dijo la zorra--. Mírate en mí. Por mi loca afición al estudio he perdido una pata. --¡Dios te libre!-- dijo el gato--. Mírate en mí. Por mi loca afición al estudio he perdido la vista de los dos ojos. En aquel instante un mirlo blanco que estaba encaramado en un seto a orilla del camino, dejó oír su acostumbrado silbido y dijo: --¡Pinocho, no hagas caso de los consejos de las malas compañías, porque tendrás que arrepentirte! ¡Pobre mirlo; nunca lo hubiera dicho! El gato, dando un gran salto, le cayó encima, y sin dejarle tiempo ni para decir ¡ay!, se lo tragó de un bocado, con plumas y todo. Después de comerlo y de haberse limpiado el hocico, cerró los ojos y volvió a hacerse el ciego nuevamente. --¡Pobre mirlo!-- dijo Pinocho al gato--. ¿Por qué has hecho eso? --Para darle una lección. Así aprenderá para otra vez a no meterse en camisa de once varas ni en conversaciones ajenas. Cuando ya estaban a mitad del camino, la zorra se detuvo de pronto y dijo a Pinocho: --¿Quieres aumentar tus monedas de oro? --¿Cómo? --¿Quieres hacer con sólo esas cinco monedas, ciento, mil, dos mil?. --¡Ya lo creo! Pero, ¿de qué modo? --De un modo muy sencillo. En vez de ir a tu casa, vente con nosotros. --¿Y adónde vamos? --Al país de los búhos. Pinocho meditó un instante, pero al fin dijo resueltamente: --No, no quiero. Ya estoy cerca de mi casa, y quiero ir a buscar a mi papá, que me está esperando. ¡Pobre viejo! Estará muy triste. ¡Dios sabe cuánto habrá suspirado desde ayer al no verme volver! He sido un mal hijo, y el grillo parlante tenía razón cuando me decía que a los niños desobedientes los castiga Dios. Yo lo sé por experiencia, porque me he buscado muchas desgracias, y aun anoche mismo me vi bien en peligro en casa de Tragalumbre. ¡Uf! ¡Sólo el recordarlo me da frío! --¡Ah! ¿Te empeñas en volver a tu casa? Bueno; pues vete; peor para ti. --¡Peor para ti!-- repitió el gato. --¡Piénsalo bien, Pinocho, porque pierdes la ocasión de hacer fortuna! --¡De hacer fortuna!-- repitió el gato. --De hoy a mañana, tus cinco monedas se hubieran convertido en dos mil. --¡Dos mil!-- repitió el gato. --Pero, ¿cómo es posible que se conviertan en tantas?, preguntó Pinocho, quedando con la boca abierta por la sorpresa. --Pues verás-- dijo la zorra--. Sabrás que en el país de los búhos hay un campo extraordinario, al cual llaman todos el Campo de los Milagros. Tú haces un agujero en aquel campo y metes, por ejemplo, una moneda de oro. Tapas después el agujero con tierra, lo riegas con un poco de agua, echas encima un poquito de sal, y ya puedes irte tranquilamente a dormir en tu cama. Durante la noche la moneda echa raíces y ramas, y cuando vuelvas al campo, a la mañana siguiente, ¿sabes lo que encuentras? Pues un hermoso árbol que está tan cargado de oro como las espigas lo están de granos de trigo en el mes de Junio. --Así, pues-- dijo Pinocho, que estaba cada vez más asombrado--, si yo enterrase en ese campo mis cinco monedas de oro, ¿cuántas encontraría a la mañana siguiente? --Es una cuenta sencillísima—contestó la zorra--; una cuenta que puede echarse con los dedos. Pongamos que cada moneda se convierte en un racimo de quinientas; multiplica quinientas por cinco, y verás que mañana puedes tener en el bolsillo dos mil quinientas monedas de oro contantes y sonantes. --¡Oh, qué hermosura!-- gritó Pinocho saltando de alegría--. En cuando recoja todas esas monedas me quedaré con dos mil para mí, y os daré a vosotros quinientas de regalo. --¿Un regalo a nosotros?-- dijo la zorra con acento desdeñoso y ofendido--. ¡Dios te guarde de hacerlo! --¡Dios te guarde de hacerlo!-- repitió el gato. --Nosotros no trabajamos por el vil interés-- continuó la zorra; trabajamos sólo por enriquecer a los demás. --¡A los demás!-- repitió el gato. --¡Qué excelentes personas!--pensó Pinocho; y olvidándose en el acto de su papito, de la chaqueta nueva, de la cartilla y de todos sus buenos propósitos, dijo a la zorra y al gato: --¡Vamos en seguida; os acompaño! |
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