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Marco Tulio Cicerón en AlbaLearning

Marco Tulio Cicerón

"Sobre la amistad"

Cap. 4

Biografía de Marco Tulio Cicerón en Wikipedia

 
 
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Sobre la amistad
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Sobre la amistad

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Las leyes de la amistad

Fanio: Tú sigue, Lelio; en esto hablo también por mi amigo con derecho, ya que es más joven.

Escévola: Está bien lo que dices, de todas formas. Queremos seguir oyéndote.

Lelio: Entonces escuchad, estimados caballeros, lo que solíamos debatir Escipión y yo sobre la amistad. Ciertamente Escipión decía que, sin embargo, no había nada más difícil que mantener una amistad hasta el último día de la vida, ya que sucede muchas veces que no siguen un mismo curso o que dejan de sentir lo mismo sobre la política; además, afirmaba que las costumbres de los hombres cambian a menudo, a veces por las desgracias, a veces por el peso de la edad. Y a partir de una comparación con el paso del tiempo ejemplificaba sus afirmaciones, ya que él pensaba que con gran frecuencia las amistades infantiles más estrechas caían en cuanto los jóvenes vestían la toga pretexta. Sin embargo, si alcanzaban la juventud, creía que entonces podían separarse a causa de las disputas matrimoniales o por alguna otra posesión que ambos no pudieran tener a la vez. No obstante, si habían mantenido su relación como amigos durante más tiempo, pensaba que esta se derrumbaba si coincidían compitiendo por un cargo público: no hay ninguna amenaza peor para la amistad que, en la mayoría de casos, la avaricia y, entre los mejores hombres, la competición por los cargos públicos y la gloria, de donde a menudo han surgido entre los amigos más íntimos las peores enemistades. Además, pueden producirse estas grandes separaciones —y por norma general, con justicia— cuando se pide de los amigos algo que no es correcto o que se conviertan en los servidores de nuestros caprichos o que nos ayuden a cometer fechorías: quienes rechazan estas peticiones, aunque lo hagan por honradez, son acusados de haber abandonado las leyes de la amistad por aquellos que no quieren seguirlas: a aquellos que se atreven a pedir a un amigo cualquier cosa, reconocen por su propia petición que ellos mismos se atreverían a hacer cualquier cosa por un amigo y por sus incesantes quejas no solo suelen apagarse las relaciones sino que incluso pueden surgir sempiternos odios. Así pues, hay muchos factores —casi como si fuera su destino— que amenazan a un amistad, de tal manera que afirmaba Escipión afirmaba que a su juicio evitarlos todos era cuestión no solo de sabiduría sino también de fortuna.

Por esto, examinemos primero, si os parece bien, hasta dónde el amor de la amistad debe llegar. Si Coriolano tuvo amigos, ¿deberían haber tomado las armas a su lado contra su patria? ¿Acaso deberían haber ayudado a Vecelino sus amigos cuando buscó el trono?¿O a Melio? Ya vimos que cuando Tiberio Graco atacó la república, Quinto Tuberón y otros amigos de su edad lo abandonaron; sin embargo, G. Blosio Cumano, huesped de tu familia, Escévola, cuando vino a pedir por su perdón ante mí —dado que yo estaba en el consejo de los cónsules Lenado y Rupilio—, presentaba esta justificación para su perdón: que tenía tanto aprecio a Tiberio Graco que pensaba que tenía que hacer cualquier cosa que él le pidiera. Entonces yo le pregunté: “¿Incluso si quisiera que llevaras antorchas al Capitolio?”. “Nunca” —contestó él— “lo habría él querido, pero si lo hubiese así querido, le habría obedecido”. ¿Veis qué palabras tan nefastas? Y ¡por Hércules! que hizo lo que dijo o incluso más: no es que obedeciera al temerario Tiberio Graco sino que incluso lo superó y no solamente fue compañero de su locura sino que se convirtió en su líder. Y así, como tenía miedo de someterse ante un tribunal, en su locura escapó a Asia, se unió a nuestros enemigos y cumplió con una condena justa y dura por sus crímenes contra la república.

Así pues, no excusa en modo alguno el error haberlo cometido en aras de un amigo: pues si el aprecio a la virtud es lo que aúna las amistades, difícil es mantener una amistad si te alejas de la virtud. Si decidiéramos con rectitud conceder a los amigos aquello que pidieran o pedirles lo que quisieran, si en efecto tuviéramos una perfecta sabiduría, no habría ningún problema, pero hablamos de amistades que tenemos a la vista, o que hemos visto o que guardamos recuerdo, a las que conoció una vida en una comunidad. De esta muestra debemos tomar nuestros ejemplos y especialmente de aquellos que más se acercaron a la sabiduría. Sabemos que Papo Emilio fue íntimo amigo de Luscino —así nos lo contaron nuestros padres—, que fueron cónsules dos veces ambos juntos y compartieron la censura; entonces también se recuerda que Manlio Curio y Tiberio Coruncanio tuvieron una relación muy estrecha. Entonces, ni siquiera podemos llegar a sospechar que alguno de ellos pidieran a su amigo cualquier cosa que fuera en contra de su confianza, de los juramentos o de la república, pues, en efecto, ante tales hombres, ¿qué importa decir, si nos lo planteáramos, qué no se debería pedir? Como aquellos hombres eran de lo más venerables, sería abominable no solo pedir algo así sino también igualmente hacerlo si te lo pidieran. Sin embargo, a Tiberio Graco lo seguían Gayo Carbón, Gayo Catón y ciertamente su hermano, no mucho entonces pero ahora mucho más entregado. Por tanto, debemos establecer esta ley en las amistades: que ni se pueden pedir favores deshonrosos ni se deben hacer en el caso que se pidan. La amistad apenas sirve como excusa — y bien poco dice en favor del que la presenta— tanto en el resto de errores como si alguien confiesa haber actuado en contra del interés de la república por un amigo. Y así ahora, Fanio y Escévola, hemos llegado a tal punto en el que es necesario prever con antelación las desgracias que pueden abatirse sobre la república: nuestro espacio y discurrir político actual lleva ya un tiempo divergiendo un poco de los usos de nuestros antepasados. Tiberio Graco intentó ocupar el trono o, mejor dicho, consiguió reinar unos pocos meses. ¿Había alguna vez oído o visto el pueblo un acontecimiento similar? Y no soy capaz de decir sin que me salten las lágrimas lo que sus seguidores y allegados incluso hicieron contra Publio Escipión, pues a causa de la reciente condena de Tiberio Graco hemos soportado después a Carbón de cualquier manera, como hemos podido; no me atrevo a predecir qué debemos esperar del desempeño del cargo de tribuno de la plebe por parte de Gayo Graco. Este asunto, que desde el momento en el que empezó se desliza de cabeza hacia la ruina, trae cola: ya veis qué desastre ha afectado a las votaciones, primero con la ley gabiniay dos años después con la ley de Casio. Me parece que ya puedo ver al pueblo separado del senado, dirigiendo los asuntos de estado más importantes basándose en la opinión de la muchedumbre y más personas habrá que sepan cómo conseguir que suceda esto que cómo resistirse a ellos.

¿A dónde irían, si no, estos planes? Pues nadie se atreve a acometer tales objetivos sin compañeros. Hay que aconsejar a los buenos hombres, por tanto, que, si hubieran caído en alguna desgracia por desconocer las normas de la amistad de esta manera, no se consideren unidos hasta tal punto a sus amigos que no se puedan apartar de ellos si cometen alguna clase de importante mala acción contra la república; para los malos hombres, en cambio, debemos establecer una condena que no sea menor para aquellos que hayan seguido a otro que la que recibirán los que dirigieron tales actos impíos. ¿Hubo alguien más famoso o más poderoso que Temistocles en Grecia? Cuando, después de haber liberado como general a Grecia del yugo de la esclavitud persa, fue exiliado de la ciudad por su impopularidad, en vez de soportar la injusticia de su patria como era su deber, hizo lo mismo que contra Roma había hecho Coriolano años antes, sin embargo, no encontró a nadie que lo ayudara a atacar a su patria. Así, cada uno conoció únicamente su muerte [y no la de su patria]. Por esto, una similitud de pareceres entre los malos hombres no solo no debe cubrirse bajo la excusa de la amistad sino que más bien es nuestra obligación castigarla con toda clase de penas, de tal manera que nadie piense que está permitido seguir a un amigo incluso si lleva la guerra contra su país; tal y como está empezando a ir la política, desde luego no estoy seguro de que no suceda alguna vez: no me preocupa menos cómo será la república tras mi muerte que la situación en la que se halla hoy en día.

Por tanto, sancionemos esta como la primera ley de la amistad: pide a los amigos favores honestos y haz por tus amigos cosas honestas, ni siquiera esperes a que te lo pidan; siempre debe haber entrega al otro, nada de remolonear, y con toda libertad atrévete a aconsejarlos. El prestigio de los amigos que dan buenos consejos debe tener mucha importancia en una amistad: este prestigio debe utilizarse no solo para aconsejar de forma abierta sino incluso hiriente, si el tema en cuestión lo requiere, y debe obedecerse cuando se ejerce. Según tengo entendido, algunos a los que creo que en Grecia se les considera sabios sintieron mucho aprecio por algunas opiniones descabelladas —ahora bien, no hay nada que los griegos no sigan hasta sus más finas sutilezas—: algunos enseñaban que hay que evitar las grandes amistades, para que no sea necesario que uno esté preocupado por muchos, pues cada uno tiene más que suficiente con sus propios asuntos y resulta más que enojoso verse implicado en los ajenos; que lo más cómodo es tener amistades muy superficiales a las que puedas llevar a donde quieras o que las puedas abandonar, pues lo más importante es la seguridad de vivir felizmente, de la cual no puede disfrutar nuestro espíritu si está él solo entregado a muchos. Otros, según se dice, afirman que es menester buscar amistades por motivo de la ayuda y auxilio, no de la benevolencia y la caridad, lo cual —tema que hace poco ya he tratado— es extremadamente inhumano: según esta lógica, si alguien tuviera muy poca entereza y apenas fuerzas, busca el máximo de amistades: es por esto que las mujeres buscan el refugio de las amistades más que los hombres, los pobres más que los ricos y los desgraciados más que aquellos que son considerados felices.

¡Oh ilustre filosofía! Los que quitan la amistad del vida parece que privan al mundo del sol: ningún don de los dioses inmortales es mejor que ella, nada es más agradable. ¿De qué sirve esa “ausencia de preocupaciones”? En apariencia, resulta agradable, pero en muchas ocasiones es despreciable: no tiene ningún sentido no implicarse en un asunto o en una acción honesta ni dejarla de lado cuando ya estás implicado para no preocuparse, porque si rehuimos nuestras preocupaciones, es menester abandonar toda virtud, que requiere de alguna preocupación para despreciar y odiar a su contrario, tal y como la bondad a la maldad, la mesura a la inconstancia y a la pereza la fortaleza: de esta manera, puedes ver a los justos sentirse muy dolidos por la injusticia, a los fuertes por timoratos y por los despilfarradores a los moderados. Es propio de un espíritu bien formado, por tanto, alegrarse por lo bueno y dolerse por lo contrario.

Así las cosas, si cae sobre el sabio el dolor de espíritu, que por supuesto también le afecta a no ser que consideremos que ha extirpado cualquier vestigio de humanidad de su alma, ¿por qué motivo deberíamos arrancar la amistad de nuestra vida? ¿Para que no nos cause problemas? ¿Qué diferencia habría si privamos al hombre de sus sentimientos no diré ya entre un hombre y un animal sino entre un hombre y un árbol o una piedra o alguna otra cosa de este estilo? Tampoco hay que hacer caso a esos que desearían una virtud sólida y casi de hierro: la virtud es tanto en la amistad como en muchas otras cosas, tierna y maleable, de tal manera que se expanda ante los éxitos de un amigo pero se encoja ante sus adversidades. Por consiguiente, esta angustia en la que estamos obligados a caer con frecuencia por un amigo no es tan importante como para eliminar la amistad de nuestras vidas, no es más importante que el rechazo de toda virtud por el simple motivo de que unas pocas preocupaciones y problemas nos afecten.

Dado que la virtud cohesiona las amistades, si —como ya hemos dicho— resplandece alguna señal de su presencia, es menester que ante ella los espíritus de similar talante se unan y, si esto sucede, surja el amor. ¿Qué puede haber tan absurdo como sentirse complacido por poseer una gran colección de cosas inanimadas, como las honras, la gloria, la vivienda, los vestidos y el aspecto corporal para aquel individuo que, dotado con una virtud que lo anima, sería capaz tanto de amar sino también —por así decirlo— de ser recíproco en este amor y no solo de sentirse complacido? Nada hay más agradable que los beneficios de esos buenos sentimientos mutuos y su intercambio. ¿Y qué pasa si completamos nuestra teoría también —porque es posible y correcto añadirlo— señalando que no hay nada que seduzca y atraiga hacia sí a ninguna cosa tanto como la similitud a la amistad? Pues que tendrá que reconocerse que es cierto que las buenas personas disfrutan con los buenos y reconocen que están unidos a ellos por su naturaleza y por una sensación de familiaridad: nuestra naturaleza se abalanza, más que ningún animal, sobre aquello que le parece semejante a sí misma. Por esta causa, Fanio y Escévola, debe quedar claro que, en mi opinión, las buenas personas tienen casi la obligación de ser buenos con el resto de buenos, lo cual la naturaleza ha establecido como la fuente de la amistad. No obstante, este sentimiento de bondad también se preocupa por la masa: la virtud no es inhumana, ajena a las responsabilidades y exclusiva, ya que tiende a proteger incluso a pueblos enteros y cuidarlos de la mejor manera; esto en efecto no lo haría si rechazara ayudar al pueblo.

Por otro lado, a mí aquellos que fingen sus amistades por el interés me parece que eliminan de la amistad el lazo más estimable. No es tanto el provecho que se puede sacar de un amigo como el propio amor por el amigo lo que nos complace y entonces sucede que nos agrada aquello que hace un amigo por nosotros si lo hace con entrega. ¡Cómo se contradice con esta teoría de que las amistades se cultivan por necesidad el hecho de que quienes las cultivan son los más generosos y filantrópicos, aquellos que por su riqueza, abundancia y gran virtud, en la que está la mejor protección, apenas si carecen de algo! Pero no sabría decir si no es necesario para una amistad que ni siquiera falte nada. ¿Pues cuándo se habría fortalecido nuestra relación, si Escipión no hubiera necesitado nunca de mi consejo o de mi actuación en Roma o en la guerra? Así pues, no sigue la amistad al provecho, sino que es el provecho lo que sigue a la amistad. No deberíamos escuchar, entonces, a los hombres que persiguen el placer si en algún momento debaten sobre la amistad, para la cual ellos no encuentran ninguna utilidad ni motivo. ¡En el nombre de los de los dioses y los hombres! ¿Existe quien desearía nadar en la máxima abundancia y vivir sin que le falte de nada para no apreciar a nadie ni ser apreciado a nadie? Esta es la vida de los tiranos, en la que no puede existir ninguna lealtad, ninguna amabilidad, ninguna confianza permanente en la benevolencia, sino que todo resulta siempre sospechosos y preocupante y no existe lugar alguno para la amistad. Y es que ¿quién aprecia a quien teme o al que cree que le teme? Sin embargo, se cultivan esas amistades fingidas... durante un tiempo, porque si al final acaban cayendo, como suele suceder con frecuencia, entonces comprenden cuán pobres eran en amigos. Dicen que Tarquinio dijo que al exiliarse supo realmente cuántos amigos fieles tenía y cuántos no, cuando ya no podía recompensar o castigar a ninguno de ellos. Sin embargo, me sorprendería que él, con aquella soberbia e insolencia, pudiera haber tenido algún amigo. De la misma manera que las costumbres de este, al que acabo de mencionar, no le pudieron procurar auténticos amigos, así los recursos de muchos poderosos dejan fuera a las amistades fieles: no solo la propia Fortuna es ciega, sino que muchas veces incluso convierte en ciegos a aquellos a los que ella ha elegido, pues así su orgullo y arrogancia los sacan casi de su lugar —y nada puede llegar a ser más insoportable que un necio afortunado—. Y es bien fácil ver que aquellos que antes fueron de trato agradable cambian al recibir el mando militar, el poder o la prosperidad, desprecian a sus antiguas amistades y se complacen en las nuevas.

¿Qué comportamiento es más necio que comprar, cuando se poseen abundantes riquezas, recursos y posesiones, todo el resto de cosas que se pueden comprar con dinero, como caballos, esclavos, magníficos vestidos y delicadas vajillas y no cuidar los amigos que son, por así decirlo, los mejores y más bellos muebles de una vida? En efecto, cuando compran todas esas otras cosas, no saben ni para quién las compran ni por quién se esfuerzan, pues cada una de ellas acaban siendo propiedad del más fuerte; en cambio, las amistades son para todos una posesión segura y firme, de tal modo que, incluso si se mantienen aquellos bienes que son casi un regalo de la Fortuna, una vida yerma y carente de amigos no puede ser agradable. Pero con esto ya hemos tratado bastante este tema.

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