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Marco Tulio Cicerón en AlbaLearning

Marco Tulio Cicerón

"Sobre la amistad"

Cap. 3

Biografía de Marco Tulio Cicerón en Wikipedia

 
 
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Sobre la amistad
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Sobre la amistad

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Causas de la amistad

Fanio: Nosotros preferimos preguntártelas a ti; aunque muchas veces les he oído e incluso les he preguntado no sin quererlo, pero tu discurso sigue como un guión diferente.

Escévola: Todavía lo dirías con mayor seguridad, Fanio, si hace poco hubieras estado en el jardín de Escipión, cuando se debatió sobre el estado ¡Qué defensor de la justicia fue entonces Lelio frente a aquel cuidado discurso de Filo!

Fanio: Fácil lo tuvo el hombre más justo de todos para defender a la justicia.

Escévola: ¿Por qué? ¿No le resultaría fácil defender la amistad al que consiguió la mayor gloria gracias a haberla conservado con su máxima fidelidad, firmeza y sentido de la justicia?

Lelio: Esto es de todas todas utilizar la violencia. ¿Qué importa que motivo utilizáis para obligarme? ¡Y vaya que si me obligáis! Pues no solo es difícil sino también incluso injusto resistirse a las peticiones de unos yernos, especialmente por un buen motivo.

Así pues, cuando reflexiono sobre la amistad, muchas veces me suele parecer que el principal punto que hemos de tomar en consideración es si se busca la amistad por la debilidad y las carencias propias para, dando y recibiendo favores, aceptar y devolver al otro aquello que cada uno por separado sería menos capaz de realizar o si por el contrario este aspecto es inherente a la amistad pero hay motivo más antiguo, bello y procedente en mayor medida de la propia naturaleza: ciertamente, el amor —de donde surge la palabra amistad— es el que dirige hacia esta unión de buenos deseos, ya que desde luego perciben sus beneficios incluso aquellos que fingen cultivar una amistad y reciben sus servicios por causa del momento. Mas nada hay fingido en la amistad, nada se disimula y todo cuanto hay en ella es auténtico y voluntario. Es por esto que, a mi parecer, la amistad nace de la naturaleza antes que de la necesidad, por una extensión del espíritu con un cierto tipo de amor antes que de una reflexión sobre cuánto provecho se le podrá sacar. El hecho de que la amistad sea así puede percibirse incluso en algunos animales salvajes, los cuales aman a sus crías y reciben su amor hasta tal punto que fácilmente se muestran sus impulsos. Este aspecto es mucho más claro entre los hombres, en primer lugar por ese cariño que hay entre los hijos y sus padres, que no puede disolverse excepto con algún crimen aborrecible; después, cuando está presente el similar impulso del amor, si nos topamos con alguien con cuyas costumbres y naturaleza congeniamos, ya que nos parece contemplar en él como una especie de atisbo de la honradez y la virtud. Pues nada hay más merecedor de nuestro amor que la virtud, nada que nos atraiga más hacia el placer, puesto que, a causa de la virtud y honradez, en cierto modo nos gustan algunas personas a las que nunca hemos llegado a ver. ¿Quién hay que no recuerde a G. Fabricio o Manlio Curio con un cierto cariño benevolente? ¿Y acaso hay alguien que no odie a Tarquinio el soberbio, Espurio Casio o Espurio Melio? Nuestra ciudad ha combatido con dos generales por la supremacía en Italia, Pirro y Aníbal; con el primero, gracias a su honradez, no sentimos un gran enemistad, al otro, en cambio, su carácter sanguinario siempre hará odiarlo a nuestros ciudadanos.

Pero si la fuerza de la honradez es tan grande que la apreciamos ya sea en aquellos a los que nunca conocimos, ya sea —lo que es más importante— incluso en un enemigo. ¿por qué nos admiramos si el espíritu de los hombres se conmueve cuando les parece observar esa virtud y honradez en aquellos con los que pueden estar unidos con frecuencia? Aunque tanto el recibir favores como percibir el cariño del otro y compartir el día a día fortalecen el amor, todas estas cosas, cuando se unen a aquel primer vuelco en el espíritu orientado hacia el amor, encienden la mecha de una, por así decirlo, admirable y grandiosa benevolencia. Si alguien cree que esta surge de la debilidad, de tal forma que sea considerada como un medio con el que conseguir aquello que cada uno desee, dejan el nacimiento —por así decirlo— de la amistad como una cosa en la práctica rastrera y nada generosa, la cual prefieren que nazca de la necesidad y la carencia. Y si así fuera, cuanto más minúsculo un hombre se considerara, más adecuado sería para la amistad, lo cual dista mucho de la realidad: a medida que uno tiene el más alto grado de confianza en sí mismo y está protegido hasta el máximo por su virtud y sabiduría, de tal manera que no carece de nada y siente que lleva consigo todas sus posesiones, entonces es cuando más destaca a la hora de buscar y cultivar amistades. ¿Que por qué lo digo? ¿Es que el africano tenía alguna necesidad de mí? Para nada, ¡por Hércules! Ni siquiera yo de él; pero yo lo apreciaba porque admiraba en cierto modo su virtud y él a su vez quizá me apreciara por alguna estima que tuviera de mis costumbres; después, el trato diario hizo que la inicial benevolencia creciera. Aunque a la amistad la siguieron muchos grandes beneficios, los motivos para nuestro aprecio mutuo no se basaron, sin embargo, en la expectativa de ellos. En tanto que somos bondadosos y generosos, juzgamos por tanto que la amistad es un bien que debemos buscar no para extraer, atraídos por las expectativas de un intercambio, un beneficio de ella —y tampoco es que la prestemos con intereses, antes bien tendemos por naturaleza hacia la generosidad—, sino porque todo su rendimiento se basa en amor de la propia relación.

Difieren en mucho de esta opinión (¡cómo no!) aquellos que lo reducen todo a sus caprichos, como unos animales: no pueden admirar nada excelente, nada grandioso ni divino quienes han limitado todas sus reflexiones a un nivel tan rastrero y tan despreciable. Por este motivo, debemos apartar sin dudarlo a estos individuos de este debate, si bien tenemos que entender nosotros que nuestra capacidad para percibir el placer y el aprecio hacia estos sentimientos de benevolencia mutua nacen de nuestra Naturaleza como algo propio de una conducta honrada. Quienes han deseado esta benevolencia mutua, se entregan a ella y se van acercando de tal manera que no solo disfrutan de sus costumbres, están equilibrados e igualados en su amor y prefieren más merecer elogios que pedirlos sino que también existe entre ellos una honrada competición. Así es como se podrá aprovechar mejor la amistad y nacerá más importante y auténtica por su naturaleza que por su debilidad: pues si fuera el provecho lo que cohesiona una amistad, en cuanto este interés cambiara esta se disolvería, pero como la naturaleza no puede alterarse, las auténticas amistades son sempiternas. Ya tenéis mi visión sobre el surgimiento de la amistad, a no ser que quizá queráis añadir algo.

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