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Marco Tulio Cicerón en AlbaLearning

Marco Tulio Cicerón

"Sobre la amistad"

Cap. 2

Biografía de Marco Tulio Cicerón en Wikipedia

 
 
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Sobre la amistad
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Sobre la amistad

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Exposición inicial sobre los rasgos en los que se basa la amistad

Lelio: Yo no me opondría si tuviera confianza en mis propias capacidades, pues este es un tema noble y no tenemos ninguna obligación pendiente, como ha dicho Fanio. Pero ¿quién soy yo? ¿Qué capacidad tengo yo? Esa es una costumbre de los eruditos, especialmente de los griegos, de tal manera que se les plantea de sopetón un tema de debate: esa es una gran tarea y requiere no poco entrenamiento. Por este motivo, creo que debéis buscar las respuestas sobre todo lo que puede debatirse acerca de la amistad en aquellos que las explican en pública: yo solamente os puedo recomendar que pongáis la amistad por encima de cualquier otro asunto humano: no hay ninguna otra cosa en la naturaleza humana que sea tan adecuado, tan beneficioso en situaciones de bonanza y de desdicha. Pero esto es lo primero que he notado: que la amistad no puede existir más que entre buenas personas, aunque no limito tanto este extremo como aquellos que explican al máximo detalle estos temas y quizá tienen razón pero con muy poca utilidad práctica, los cuales afirman que no puede existir un hombre bueno si no es sabio. Admitamos que puede ser así, pero ellos consideran que esa sabiduría todavía ningún mortal la ha alcanzado; nosotros debemos examinar aquellos aspectos útiles y cotidianos, no hipótesis o deseos. Nunca diría que, según los planteamientos de esos estudiosos, Gayo Fabricio, Manlio Curio o Tiberio Coruncanio —a los que nuestros mayores consideraban unos sabios— fueron unos sabios. Así pues, bien que podrían quedarse ellos con el oscuro y odioso apelativo de sabio mientras admitan que han existido los buenos hombres, pero ni siquiera lo harán: dirán que eso no se le puede reconocer a nadie excepto a un sabio. Entonces, actuemos, como dice el refrán, “con una torpe Minerva”. Quienes así se comportan, quienes viven de tal manera que su lealtad, entereza, equidad y generosidad quedan demostradas y no hay rastro en sus conductas de pasión, capricho, insolencia sino que tienen un carácter firme —como lo fueron aquellos que acabo de nombrar—, a estos debemos pensar que estamos en la obligación de considerarlos “buenos hombres” —tal y como se les considera—, porque siguen, hasta donde pueden los seres humanos, a la Naturaleza, la mejor guía para vivir bien. A mi juicio, me parece que existe entre todos los seres humanos, por mor de su nacimiento, unos ciertos lazos, más importantes cuanto mayor es la cercanía. Así, los conciudadanos son preferibles a los extranjeros y los vecinos a los forasteros: con estos individuos más cercanos, nuestra propia naturaleza ha engendrado un sentimiento de cercanía, aunque no es lo bastante sólido, puesto que la amistad es superior a la cercanía: a la cercanía se le pueden quitar los buenos deseos, a la amistad no; si se pierden esa benevolencia, el título de amistad desaparece, el de cercanía no. Podemos comprender pues la gran fuerza que tiene la amistad a partir del hecho que este sentimiento ha sido el resultado de una concentración y reducción de los ilimitados lazos que se dan entre seres humanos por obra de la naturaleza, de tal manera que todo su amor se quedara ligado a dos personas o, como mucho, a unas pocas.

La amistad no es más que la igualdad de pareceres en todos los asuntos, divinos o humanos, unida a la benevolencia y el cariño mutuos: a excepción de la sabiduría, no sé si los dioses han concedido a los humanos ninguna otra cosa mejor que esta. Hay quienes prefieren la riqueza, otros la buena salud, estos el poder, aquellos los cargos políticos e incluso hay muchos que anteponen sus caprichos, si bien esto último es propio de las bestias; el resto de cosas que he comentado arriba son perecederas e inciertas y son consecuencia no tanto de nuestros planes como de los azares de la fortuna. Por otro lado, hay quienes consideran la virtud el más excelso bien —ellos, ciertamente, actúan de forma ilustre— pero la propia virtud a la que se refieren engendra y alberga en su interior a la amistad, ya que en modo alguno puede existir la amistad sin la virtud. Interpretemos ahora qué significa la “virtud” a partir de nuestras acciones en el día a día y de nuestras palabras: no la debemos examinar con grandilocuencia, como hacen algunos eruditos sino enumerando a aquellos que son considerados unos buenos hombres, como los Paulos, Catones, Galos, Escipiones, Filos... Estos se sintieron satisfechos con la vida en comunidad; pasaremos por alto a esos hombres tan perfectos que todavía no se ha descubierto ninguno. Así pues, una amistad entre dos hombres de tal clase tiene tantos momentos para disfrutarse que apenas soy capaz de nombrarlos. En primer lugar, ¿cómo puede ser una vida “vivaz”, en palabras de Ennio, aquella que no descansa en los buenos deseos compartidos con un amigo? ¿Qué puede haber más dulce que tener con quien te atrevas a hablar de cualquier tema, como si fuera contigo mismo? ¿Cómo se disfrutaría tanto en la prosperidad si no tuvieras quien se alegrara de ella tanto como tú mismo? Y sería difícil soportar la adversidad sin el que las soporta incluso con mayor peso que tú. Por último, cada uno de cuantos objetivos los humanos nos trazamos son útiles casi para una sola cosa: las riquezas, para usarlas; el poder, para cultivarlo; los cargos políticos, para alabarlos; los caprichos, para disfrutarlos; la salud, para evitar dolor y cumplir con los rigores del cuerpo... En cambio, la amistad tiene muchísimas aplicaciones; donde te gires, la verás a mano, de ningún lugar queda excluida, nunca llega a deshoras ni resulta irritante: como dice el refrán, ni el agua ni el fuego se usan en más sitios que la amistad. Y yo no estoy hablando ahora de la amistad vulgar o regular, que sin embargo, también es provechosa y agradable, sino de aquella que es auténtica y perfecta, tal y como fue la de aquellos pocos que se suelen nombrar. Pues la amistad hace también que una buena racha resulte más brillante y que, en cambio, las malas rachas sean más ligeras, al repartirlas y dividirlas.

Puesto que la amistad alberga tan gran número de ventajas, y tan importantes, entonces resulta preferible a cualquier otra, ya que ilumina el futuro de buenas esperanzas y no permite que los ánimos se debiliten o decaigan. Quien mire a un amigo verdadero, que lo mire como si se tratara de una imagen de sí mismo. Gracias a ella, los ausentes están presentes, los débiles tienen fuerza y, lo que resulta más difícil de decir, incluso los muertos viven: tan grandes son las honras, los recuerdos y los deseos de sus amigos que los acompañan. Por este motivo, la muerte de aquellos parece feliz, mientras que la vida de estos resulta digna de encomio; pero si eliminaras del mundo esta unión de buenos deseos, no podría permanecer erguida ninguna familia ni ciudad, ni siquiera la agricultura quedaría. Y si no se entiende cuán grande es la fuerza de la amistad y la concordia, podemos captarla en las disputas y discordias: ¿qué casa hay tan sólida, qué comunidad tan firme que no pueda derrumbarse hasta los cimientos a causa de los odios y las divisiones? A partir de esto se puede juzgar cómo de buena es la amistad.

Todos conocemos, sin duda, que cierto erudito de Agrigento cantó, inspirado por los dioses, en unos poemas griegos que la amistad unía todo aquello en la naturaleza y el mundo que estaba inmóvil y en movimiento, pero que la discordia lo separaba. Y desde luego cualquier mortal entiende esta opinión y la aprueba: así, si algún amigo, cumpliendo con su deber, se adentra o comparte los peligros de su amigo, ¿quién no ensalzaría este acto con las máximas alabanzas? ¡Qué clamor hace poco oímos en todo el recinto del teatro por la nueva obra de M. Pacuvio, amigo y huésped mío! Cuando, al no saber el rey cuál de los dos era Orestes, Pílades afirmó que él era Orestes para que lo mataran en su lugar y Orestes, tal y como había estado diciendo, seguía afirmando que él era Orestes, el público se puso de pie para aplaudir... ¡a una ficción! ¿Qué pensaríamos si lo hubieran hecho de verdad? La naturaleza fácilmente demostraba su poder al juzgar los hombres que eso que ellos no se atrevían a hacer era correcto que le pasara a otro.

Hasta aquí me parece que he podido decir cuáles son mis percepciones sobre la amistad; si quedan más cosas —y creo que son muchas—, preguntadles a aquellos, si os parece bien, que debaten estos temas.

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