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Óscar Castro en AlbaLearning

Óscar Castro

"El hermano"

Comarca del jazmín

Biografía de Óscar Castro en Wikipedia

 
 
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Música: Bach. Minuet and Badinerie (from Orchestral Suite No. 2 in B Minor)
 
El hermano
OBRAS DEL AUTOR

Biografía, cuentos

Biografía breve
El callejón de los gansos
El conjuro
El hermano
El jilguero
El volantín
Escaramuza militar
Juanito descubre el mundo
La fiebre
Lucero
 

ESCRITORES DE CHILE

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Francisco Coloane Cárdenas
Gabriela Mistral
María Luisa Bombal
Óscar Castro
Pablo Neruda
Poli Délano
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A Juanito le ha preocupado siempre la puerta fría y vertical del espejo. Ese espejo grande del ropero que hay en la pieza de su madre. El espejo prolonga más allá de la pared, en un espacio inexistente, la habitación. Él mismo aparece viviendo al otro lado, en ese mundo de penumbra y fulgor. Es decir, él mismo no: alguien que se le parece y que usur pa su personalidad. Porque Juanito no puede haber más que uno en el mundo, como hay un solo Baltasar, su abuelo, y un solo Javier, su hermano. Por más que el otro niño del reflejo haga sus mismos gestos y muecas, Juanito desconfía de él. Un día lo sorprenderá con algo imprevisto, dejándolo en ridículo. Mientras tanto, se entretiene en charlar con aquel doble suyo.

— Tú también te llamas Juanito, ¿no?

— Tú lo has dicho: me llamo Juanito.

—Y haces todo lo que yo hago, como si tu ocupación única fuera adivinar mis movimientos.

— Exactamente.- Y tú nunca podrás sorprenderme, porque conozco todo lo que piensas.

— Entonces no eres más que un mono.

— Eso es lo que te imaginas tú.

El movimiento de los labios del otro coincide siempre con el de los suyos. Pero dicen cosas distintas. Y se comprenden sin dificultad.

— Tú no puedes hacer una cosa que yo hago.

—A ver qué cosa tan difícil ha de ser ésa.

—No puedes gritar.

— ¿Cómo que no?

—No. ¡Aaaah!. . . ¡Uuuuuh!

—…

— ¿Ves? Mí voz la escuchan todos. La tuya no suena.

— Si estuvieras a este lado del espejo, me oirías.

— Eres estúpido.

—Y tú, tonto.

—Un día te romperé las narices.

—No te atreves; te pegarían.

—Ya verás.

—No puedes.

Juanito sabe que no puede y da vuelta la espalda. Presiente que su enemigo lo está observando. Tiene la clara impresión de sus pupilas fijas en su nuca. Torna la cabeza con rapidez y encuentra la cara del otro. Juanito saca la lengua. El enemigo saca la lengua. Juanito abre la puerta y sale. Su enemigo se habrá quedado por ahí, fuera del alcance de su mirada, para aparecer ape nas él entre. Conoce ya todas sus tretas y no desconfía de encontrarlo dormido un día. Porque aquel estúvpído también debe dormir. Será divertido verlo llegar con retraso, frotándose los ojos, avergonzado. Hasta ahora no ha tenido una sola falla. Pero ya la tendrá, ya la tendrá.

Ahora el niño cruza el pasadizo que desemboca en la calle. Es un pasadizo penumbroso y fresco, adonde vienen a dar todos los aromas del huerto. Cuando se abre la puerta de calle, los ojos sienten como una he rida luminosa. Es que la casa de enfrente está pintada de blanco y reverbera con el sol. En aquella casa vive Toño, que fue su amigo. Hace tiempo, jugaba con él en la tierra de la calle. Pero un día la madre de Juanito puso repentino término a tales esparcimientos. "Tú no debes juntarte con ese chiquillo". "¿Por qué, mamita?" "Porque su madre es una perdida". Una perdida . Aquella palabra debe significar algo terrible y asqueroso a juzgar por el tono con que fue pronunciada. Pasó muchos días escuchando las conversaciones de sus mayores para ver si de ellas surgía la explicación anhelada. Nunca pudo conseguirlo. Cierta mañana, tras haber bebido su taza de leche, Juanito se ubicó en el observatorio de la ventana para ver el desfile de las gentes y de sus propias cavilaciones. Ante él quedaba otra ventana: la de la casa fronteriza. Por allí pudo ver a la madre de Toño que reía como una muchacha escapando de alguien que la perseguía por el cuarto. En los contrastes de luz y sombra de la pieza, Juanito divisaba a trechos unos brazos desnudos, morenos, carnosos. Luego, el brillar de unos dientes blancos. El aleteo de una mano que se crispaba sobre una cabeza. El revolar de unos cabellos. Y las carreras y las risas. Al hombre no podía distinguirlo bien porque casi siempre le daba la espalda. Al fin el juego pareció cesar y la ventana cerró sus postigos. Juanito, turbado, confuso, elucubraba conjeturas. Quince minutos después, el hombre salió a la calle. El niño ahogó un grito. El hombre era Javier, su hermano mayor. De aquello hace muchos días. Meses, años tal vez. En la pieza de la madre hay un retrato de Javier. Es todo lo que de él queda en la casa. La madre dice que se fue. Lejos, al norte. Bien puede ser. Pero ¿y si la madre de Toño lo hubiera asesinado? Juanito comenzó a odiar a la vecina desde aquella mañana. Es una perdida. Tiene los ojos negros y grandes, rosadas las mejillas, el cabello castaño, la nariz levemente respingada. Pero de noche debe convertirse en una bruja. Su madre tiene razón. Es una perdida. "Mamá, ¿no habrá matado a Javier la madre de Toño?" "No hijo: te dije que Javier estaba en el norte. Se fue a trabajar para mandarnos plata". ''¿Estás bien segura?" ''Ayer escribió desde Tocopilla . Aquí está la carta. Te manda un abrazo". "¡Ah!" Y tras una pausa: "¿Queda muy lejos el norte?" "Muy lejos". "¿Más que el cerro de allí?". "Más lejos". "¡Ah!". Juanito sale de la cocina rumiando aquellas palabras de su madre . Cuando él sea grande, se irá también. Más allá del norte. A un país en donde haya tesoros, minas y princesas. Retornará, ya crecido, a la vieja casa. Su madre no lo reconocerá. ''Soy yo, madre: Juanito". Ella se pondrá a llorar de ternura. ''Qué grande estás, Juanito, y qué buen mozo". Él, entonces, irá sacando sus tesoros: joyas, telas recamadas de oro y plata, vasos dorados, monedas de extraños países. ''Soy rico, madre. Te compraré un palacio para que viva mos". Será un palacio grande, con dos torres puntiagudas y muchas ventanas . Un palacio como el que de cora la portada del libro de cuentos que le trajo su tía Julia de regalo. Tía Julia es joven, morena, risueña, huele bien. Si Juanito fuera mayor, se casaría con tía Julia. Le gusta que ella le cuente historias. ¡Es tan dulce su voz, tan acariciante su mirada! Tía Julia le enseñó a leer en un silabario que tiene un loro, y un ojo inmóvil y un perro con una cesta en el hocico. Pero Juanito, a pesar de todo, quiere más a su hermano Javier. Este se le aparece como un héroe deslumbrante. Cuando el hermano, tras unos meses de ausencia, retorna al hogar, Juanito abre los ojos y la boca para escucharlo. El vagabundo habla de sus andanzas, de sus aventuras, de sus estrecheces económicas. Todo subrayado con gestos aparatosos que tienen la virtud de crear un ambiente propicio al sueño y la fantasía. Javier debe haber luchado con dragones de verdad, aunque no lo diga por modestia. El niño quisiera ser su lugarteniente, su camarada de aventuras. Desea emprender algo inaudito que lo acerque al prestigio del otro. A veces ha procurado hablar de hombre a hombre con su hermano. Pero el otro ríe y se queda pensativo. Después, cuando menos lo piensa Juanito, Javier desaparece. El infante siente su silencio por toda la casa y nota que todo es más triste, más huérfano y opaco. Así, hasta que un día amanece el sol de la voz amada. Javier está en el patio, acariciando a Otelo, el perro juguetón y lanudo. Javier está en el huerto, cavando la tierra. Javier está pensativo, al borde ya de la despedida, soñando con distantes ciudades que lo llaman Cuando Javier se pone así, quieto, silencioso, el pequeño procura alejar los fantasmas. Habla al hermano, pero éste le responde apenas. Él se desespera, desea llorar, gritarle: "¡Javier, Javier, no te vayas!". Una vez, una sola vez el andariego pareció percibir este llamamiento desesperado. Estaban ambos en la puerta de calle. Entraba la tarde con su cargamento de sedas y aromas. La calle pobre se alargaba, tortuosa, hacia el horizonte. Allá, muy distante, surgían amplios potreros, procesiones de álamos dorados por el otoño, sauces de triste actitud. Y más allá, violetas sobre un cielo malva, las montañas de sinuoso perfil. Javier parecía escuchar una lejana música. Sus ojos iban como golondrinas rozando las cosas. Juanito suspendió sus juegos, al borde de un presentimiento. Allí, entre las piedras de la acera, quedáronse inmóviles las dos bolitas de cristal que hacía rodar su mano. Dos gotas de agua transparente con estrías azules, verdes, amarillas. El pensativo bajó las pupilas y encontró la indecisión del pequeño. "¿Andemos, Juanito?" "Andemos, Javier". Caminaron hasta donde el pueblo abría los brazos para recibir la invasión verde y dorada del campo. Frente al camino lleno de soledad permanecieron ambos en silencio, navegantes de un quieto y fresco mar. Afloraban temblorosas estrellas desnudas. Cantaban los grillos. A lo lejos, el trémulo arrastrarse del río. Retornaron después lentamente. Juanito, turbado de manera extraña, procuraba decir cosas sensatas. El hermano le acariciaba la cabellera revuelta. Nunca el niño se sintió más torpe ni más inútil que en ese anochecer. Hubiera que rido confesar a su hermano cuánto lo amaba. Hubiera querido decirle que él comprendía ... Pero algo se lo vedaba . Algo le ponía palabras tontas en la boca. Juanito veía con terror aproximarse la casa. Si no conseguía expresar algo conmovedor en ese trecho, el hermano se iría sin remedio al día siguiente. El lo sabía. Estaba seguro. Estaba seguro. A cada nuevo paso que daban, el desconsuelo del niño era mayor. "Javier..." "¿Qué hay, Juanito?" "Ya vamos a llegar". "Claro; ahí está la casa". Era inútil, inútil. El pequeño, resistiendo la invasión poderosa del llanto, cruzó el corredor, atravesó el patio, pasó por el cuarto en donde sus hermanas hacían las tareas. Sin mirarlas, penetró a su pieza. Nadie comprendía . Estaba condenado a sufrir por todos. Allí se veía su cama, lisa, blanca. Hundió la cara en las almohadas y un sollozo terrible derrumbó toda su heroica resistencia. Lloraba, lloraba como si todos los suyos hubieran muerto. Lloraba con igual desconsuelo que cuando le rompieron su flauta de colores. Lloraba como si en medio de una fiesta lo hubieran mandado a la cama. En la pieza contigua, Olga, su hermana, estudiaba:

—Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, lo verdes pinos...

Su voz monótona iba cayendo con suavidad de mano piadosa sobre el desconsuelo de Juanito.

...meditando. Suena el viento
en los álamos del río...

El niño entraba en el umbral del sueño. Allí aparecía otro mundo. Un mundo azul, hecho de movedizas escamas. Más allá, praderas, montañas, barcos alejándose. A veces, la voz de Javier, cada vez más distante:

— . . oscurece . . . camino . . . añir ....

El pequeño se calzaba sus botas de siete leguas para marcharse también. "Javier. Javier". Fueron sus últimas palabras antes de caer vencido. Después, las aguas quietas del silencio. Los cañaverales del silencio. Un país de bruma y olvido.

Al día siguiente, la casa estaba huérfana, sin la voz de Javier acariciándola.

 

de "Comarca del jazmín" Ediciones Cultura 1.945

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