En París yo me encontré un día a Félix Azzati, que volvía con su familia de una excursión por Bélgica y Holanda. Azzati estaba muy enfermo del estómago, y el objeto de su excursión había sido visitar a un célebre especialista. Estuvo, como digo, en Bélgica y Holanda. Se le acabó el dinero antes de ver a especialista ninguno, y en París, en un hotelito de la rue Monthion, estaba el hombre aguardando a que le echasen un cable para volver a Valencia. Así viaja el turista español. A lo mejor viene a Suiza por motivos de salud, a respirar el aire de las montañas, y luego se pasa toda la temporada levantándose a las cuatro de la tarde y yendo del hotel al café. ¿El Mont-Blanc? Que suba quien quiera ¿El lago Lemán? Que lo visite quien tenga ganas.
No hablemos de ruinas ni de catedrales góticas. Al revés del inglés, el español es el turista que tiene menos capacidad admirativa para las catedrales góticas y para las ruinas. Es también el turista que compra menos tarjetas postales y es el que posee menos dinero de todos.
Yo me he pasado mes y medio en Bruselas, y no conozco de toda Bélgica más que el bulevard du Nord y un bar de noche, adonde solía ir con un bailarín gitano que se llamaba el Mojigongo. No he estado en Gante, ni en Brujas, ni en Amberes, ni siquiera en el Bois de la Cambre. En Constantinopla yo viví cuatro o cinco meses, y—si ustedes me guardan el secreto—voy a hacerles una confesión terrible. Ni una sola vez durante esos cuatro meses se me ocurrió entrar en Santa Sofía. Es posible que ustedes se indignen; esto es demasiado fuerte. Antes de indignarse, sin embargo, yo quisiera que ustedes, los de Madrid, me dijesen cuántas veces han estado en el Museo del Prado y si han estado alguna vez en la Armería Real.
Para el español, dondequiera que se encuentre, lo más importante es él mismo. El español se concede a sí propio mucha más importancia de la que puede concederle al paisaje o a una catedral, obra de varias generaciones.
—Cualquier día vuelvo yo a levantarme para ver el Mont-Blanc—dice el turista español, si por casualidad se ha levantado alguna vez.
Realmente, el español no tiene naturaleza de turista. Ni naturaleza ni dinero. Si Suiza se hubiese hecho para los españoles, sería un negocio ruinoso
Playas, ciudades y montañas. Madrid, Renacimiento. 1916 |