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"Perfidia y perdón" |
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Biografía de Saturnino Calleja Fernández en Wikipedia | |
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Música: Dvorak - Piano Trio No. 2 in G minor, Op. 26 (B.56) - 3: Scherzo: Presto |
Perfidia y perdón |
En una ciudad había un hombre rico, que perdió a su esposa dejándole una hija llamada Blanca, la cual iba todos los días a llorar sobre el sepulcro de su buena madre. Vino la primavera, y el padre de la huerfanita se casó de nuevo. La nueva esposa tenía dos niñas de corazón muy cruel. — No queremos que estés sentada a nuestro lado — dijeron a la pobre huérfana; — vete a la cocina. Le pusieron un vestido viejo y le dieron lo unos zapatos rotos. — ¡Qué sucia está la orgullosa princesa! — decían riéndose. Blanca tenía que trabajar hasta la noche, levantarse temprano, traer agua, encender lumbre, coser y lavar; sus dos hermanas le hacían, además, todo el daño posible. Su padre fue en una ocasión a una feria, y preguntó a sus hijas qué querían que les trajese. — Yo quiero un bonito vestido. — Y yo una buena sortija. — Y tú, Blanca, ¿qué quieres? — Yo, padre mío, la primera rama que halle usted en el camino. Compró a sus hijastras ricos vestidos y sortijas, y, al pasar por un bosque, cortó una rama de zarza. Cuando volvió a su casa, dio a sus hijastras lo que le habían pedido, y la rama a la huerfanita, que puso en el sepulcro de su madre, y, regada con lágrimas, no tardó la rama en convertirse en un hermoso arbusto. A la tumba iba un pajarillo; y cuando la niña sentía algún deseo, en el acto le concedía el pajarillo lo que pedía. Celebró el rey de aquel país unas fiestas, e invitó a todas las jóvenes, a fin de que su hijo mayor eligiera esposa. Las dos hermanastras llamaron a Blanca y le dijeron: —Péinanos y límpianos los zapatos, pues vamos al palacio del rey. La huerfanita suplicó a su madrastra que la dejase ir. — Calla — le dijo. — ¿Estás llena de harapos y quieres ir a la fiesta? Pero como insistiese en sus súplicas, le dijo por último: — Se ha caído un plato de lentejas en la ceniza; si las recoges antes de dos horas, te llevaré. La joven salió al jardín por la puerta falsa y dijo: — Tiernas palomas, tórtolas tristes, pájaros del cielo, venid todos y ayudadme a recoger. Al momento entraron por la ventana todos los pájaros del cielo, y con sus piquitos, diciendo pi, pi, pusieron todos los granos en el plato. Blanca, llena de alegría, llevó el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la fiesta; mas ésta le volvió la espalda, y se marchó con sus vanidosas hijas. En cuanto quedó sola en casa, fue Blanca al sepulcro de su madre, y debajo del árbol, llorando, comenzó a decir:
Arbolito querido, El pajarito le dio un vestido de oro y plata y unos zapatitos bordados con plata y seda; en seguida se puso el vestido y se marchó al baile; sus hermanas y madrastra no la conocieron, creyendo que sería alguna princesa extranjera, pues les pareció muy hermosa con su vestido de oro; ni aun se acordaban de la pobre Blanca, creyendo que estaría mondando lentejas en el hogar. Salió al encuentro el hijo del rey, la tomó de la mano y bailó con ella, no permitiéndola bailar con nadie, pues no la soltó de la mano; y si se acercaba algún otro, le decía: — No puede ser: es mi pareja. Bailó con el príncipe hasta el amanecer, y entonces quiso marchar; pero el hijo del rey le dijo: — Iré contigo y te acompañaré. Deseaba saber quién era aquella joven; pero ésta se despidió y se marchó. Blanca fue al sepulcro de su madre, donde se quitó los hermosos vestidos, que se llevó el pájaro, y después se fue a sentar a la cocina. Al día siguiente, cuando llegó la hora en que iba a principiar la fiesta, y se marcharon sus padres y hermanas, corrió Blanca junto al árbol, y dijo:
Arbolito querido, Dióle también el pájaro un vestido mucho más hermoso que el del día anterior, y, cuando se presentó con aquel traje, dejó a todos admirados de su extremada belleza; el príncipe, que la estaba aguardando, tomóla de la mano y bailó toda la noche con ella. Al amanecer manifestó deseos de marcharse; pero el hijo del rey la siguió para ver la casa en que entraba; mas de pronto se metió en el jardín y se ocultó detrás de un hermoso árbol; el príncipe no pudo saber por dónde se había ido; pero ella fue corriendo al sepulcro de su querida madre. Al día siguiente, cuando se marcharon sus padres y sus hermanas, fue de nuevo al sepulcro de su madre, y dijo al árbol: Arbolito querido, El pájaro le trajo un vestido que era más magnífico que ninguno de los anteriores; y cuando se presentó con aquel vestido, nadie tenía palabras para expresar su asombro. Al amanecer se empeñó el príncipe en acompañarla; mas se escapó con tal ligereza, que no pudo seguirla. El hijo del rey había mandado untar con pez toda la escalera, y se quedó pegado en ella el zapato izquierdo de la joven; levantóle el príncipe, y vio que era muy pequeño y muy bonito. Al día siguiente fue a ver al padre de Blanca. — He decidido hacer mi esposa a la que venga bien este zapato — le dijo. Alegráronse mucho las dos hermanas; la mayor entró con el zapato para probárselo, pero no se lo pudo poner, por más esfuerzos que hizo. — Córtate los dedos — le dijo su madre; — pues cuando seas reina, no irás nunca a pie. La joven se cortó los dedos, metió el zapato en el pie, ocultó su dolor y salió a buscar al hijo del rey, que la subió en su caballo, como si fuera su novia, y se marchó a palacio con ella. Al llegar al arbolito del sepulcro había dos palomas, que comenzaron a decir: No sigas, príncipe amante, Se detuvo, la miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo, condujo a su casa la novia fingida, y dijo que no era la que había pedido; que se probase el zapato la otra hermana. Entró ésta en su cuarto, y le estaba bien por delante, pero el talón era demasiado grueso. — Córtate un pedazo de talón—le dijo su madre; — pues cuando seas reina no irás nunca a pie. La joven se cortó el pedazo de talón, metió un pie en el zapato y, ocultando el dolor, salió a ver al hijo del rey, que la subió en su caballo y se marchó con ella; pero, al pasar delante del árbol donde estaban las palomas, éstas comenzaron a decir: No sigas, príncipe amante, Se detuvo, la miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo y la condujo a su casa. — No es esta la que busco — dijo incomodado. — ¿Tenéis otra hija? — De mi primera mujer tuve una pobre chica, a quien llamamos Blanca; pero ésta no puede ser la novia. Se empeñó el príncipe en que saliera, y hubo que llamar a la huerfanita. Se lavó primero la cara y las manos, y salió después a presencia del príncipe, que la alargó el zapato de oro; se sentó y se puso el zapato. Cuando la vio el príncipe, reconoció a la lo doncella que había bailado con él y dijo: — Ésta es la escogida de mi corazón. La madrastra y las dos hermanas se pusieron pálidas de ira y de envidia; pero él subió a la huerfanita en su caballo y se marchó con ella, y le dijeron las dos palomas blancas: Sigue, príncipe, adelante, |
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